martes, 5 de noviembre de 2019

Noche de perros…

 Certamen literario Margarita Ferreras


Tercer Premio del Primer Certamen Literario "Margarita Ferreras": Teófilo Nieto Vicente

-Vaya noche de perros que está.

     Fue lo que rompió el silencio que se abrió en la cantina después del último “pues esto en Madrid no pasaba” que el “Eldón” había pronunciado. En ese silencio el crepitar de la lumbre había acompañado a los que aquella noche se habían congregado allí, alrededor de aquel fuego que daba más calor humano por la palabra compartida que por la leña (nunca escasa) quemada. Allí estaban Luisito, el del tí Luis, e Inés (su mujer) que, más por responsabilidad que por ganancias, mantenían abierto aquel lugar de encuentro. Eldón, cuyo nombre verdadero ya casi nadie recordaba desde que, a su regreso de “los madriles”, se empeñase en que lo llamaran de “don” y el Emilio (que, al igual que su padre, se daba mucha gracia para eso de los motes) lo rebautizara como tal. Ahora era el Antonio el que se incorporaba.

-¿Pero de dónde vienes tan empapao “alma de Dios”? –le dijo Luisito.

-Anda, acércate a la lumbre que te voy a poner un café con un cacho de bollo que tengo hecho –contestó Inés, como siempre más pragmática.

-Nada de café… trae pa´ca´ un vaso de tinto –contestó, sin mucho convencimiento, mirando al Luisito que se limitó a hacer un leve gesto con los hombros.

     Inés, sin más palabras, colocó el café en las manos de un obediente Antonio que lo único que pudo hacer fue parar su sincrónico movimiento de restregarse las manos y colocar sus palmas frente a la lumbre para cogerlo. Fue al tercer sorbo cuando comenzaron el interrogatorio.

-¿Pero se puede saber dónde te has metido que vienes hecho un adefesio?

-Pues ya ves… fui esta mañana al ayuntamiento, a ver lo de las tierras, y ya quedé a comer donde los primos.

-Ya… y la cosa se alargó –comentó irónico Luisito, mientras Antonio arremetía el primero de los tres muerdos con los que engulló el cacho de bollo.

-¿Pero tu primo no se había comprado un coche con lo que había ahorrado de las vendimias? –preguntó Eldón, siempre bien informado de todo.

-Pues sí, pero como se metió esta noche de nieve buraquera, no se atreve a conducir hasta aquí por esos caminos del infierno.

-Normal porque a tu primo si que le dio luces Dios. ¿Quién se puede atrever a meterse por estos caminos nevados que no sabes ni dónde pisas? –dijo Inés.

-Pues cuando se deshaga la nieve, ni los carros –apuntó Luisito.

-¡Vaya noche de perros! –resonó una voz acompasando al gozne de la puerta.

     Era el Manolo que, una vez cenado, se pasaba a tomar el café de su cuñada. También él había estado en Madrid, como Eldón, y por eso se permitía ser el que contestaba a su peculiar jaculatoria.

-Hombre, Antonio… ¿ya volviste? – Preguntó, más que por saber lo que era evidente, por mostrar que lo había visto marchar aquella mañana. Bien pensé que hoy pasabas la noche allí.

-¡Como si las ovejas se atendiesen solas! –replicó al apurar, de un sorbo, el café que aún le quedaba-. Ahora ya podemos echar la partida.

-Eso, a la partida, ¡y a olvidarse de los caminos! – contestó, con su irónica entonación Inés, mientras le arrebataba el vaso de café vacío de las manos.

-Bueno, mujer… ¿y qué le vamos a hacer? –replicó él con el tono de quien sabe que su oponente tiene razón.

-“Esto en Madrid no pasaba, porque allí…” –Comenzó Eldón la jaculatoria.

-… Porque allí a nadie le importaba lo que le pasaba al vecino d’al lao –interrumpió Manolo con la rabia de quien sabe lo que significa vivir en una gran ciudad tras haber crecido en el pueblo.

     Y comenzó un murmullo que, por primera vez en aquella noche, era más fuerte que el susurro del viento meciéndose contra la manada de robles, castaños, negrillos y jaras que rodeaban el pueblo.
-No pué ser que, a estas alturas, estemos así –se impuso la voz de Luisito.

-Ya… ¿Y qué podemos hacer? –replicó Manolo.

     El crepitar de la lumbre volvió a imponer su voz en aquella sala en la que Manolo miraba su mano mientras le daba vueltas al café. Eldón, contra su costumbre, daba el segundo sorbo en menos de cinco minutos a su vino y Antonio se concentraba en el tinto que ya había conseguido.

-Pues habrá que protestar, que es lo que se hace en estos casos –propuso Luisito mientras fijaba sus ojos en Inés con mirada cómplice.

Manolo, que conocía bien a su hermano y a su cuñada, sabía que esas palabras no eran fruto de la calentura de una noche, por muy perra que fuera.

-¿Y qué habéis pensado? –preguntó en un plural premeditado.

-Pues que no estaría de más escribirle luego unas letras al gobernador, por lo menos pa’ que se entere de lo que pasa –replicó Luisito.

-¿Y no lo ha de saber? –preguntó escéptico ante la medida Antonio.

-¡Pues si lo sabe que sepa que nosotros también lo sabemos! –sentenció.

     Inés sirvió más café a Juanito, rellenó los vasos de Eldón y Antonio poniéndole otro a Luisito. Sin duda, aquella era una noche especial. Y mientras servía ordenó:

-Mas vale que alguno vaya a buscar a Nito que él sabrá qué escribir.

     Antonio, que todavía conservaba la humedad del camino, sin pensárselo dos veces, se encaminó a buscar a Nito, el maestro nacido y criado en el pueblo que llevaba unos días por allí.

     Apenas fueron diez minutos vividos en silencio, un silencio que a nadie incomodó porque entre aquellas gentes alistanas no se necesitaba rellenar los tiempos con voces. Cuando Antonio y Nito entraron, el maestro fue directo a su lugar de costumbre en el escaño que presidia la lumbre. Inés le ofreció un café que él recogió con la mano izquierda mientras con la derecha buscaba en el bolsillo de su pantalón un pequeño papel que sacó con la tranquilidad que le caracterizaba. Nito ya traía todo pensado, estaba claro que (como había sospechado Manolo) aquella noche no era nueva, sino el fruto del cansancio que se había comido a la resignación.

     El maestro se sentó y comenzó a leer, con voz grave y serena, la carta dirigida al Gobernador Civil de Zamora…

“Los abajo firmantes, vecinos del pueblo de Tolilla… somos un pueblo pequeño, muy pequeño, pero no creemos que por ello tengamos que estar condenados a vivir incomunicados…” .

     Y aquella noche de perros se convirtió en el amanecer de un pueblo que se había cansado de esperar como regalo lo que le correspondía por justicia.

*Extracto de un texto real de una carta enviada al Gobierno Civil de Zamora con fecha 30 de marzo de 1978 y recibida en dicho lugar el 4 de abril del mismo año."

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