Los fríos,
los hormigueros de rodillas, el vestuario, las medias de peal, los churros de
hielo colgados, las nieves y los conejos.
No es
necesario ser un especialista climatólogo, para darse cuenta que efectivamente
el cambio climático se ha producido a ojos vistas.
Para ello, me
valgo de las propias comparaciones de los fríos sufridos allá por los inviernos
de los años 1932 hasta más o menos 1942, lejanas épocas de mi niñez y
principios de la juvenil, período normal de asistencia a la Escuela; dado que
las clases empezaban a principios de septiembre y finalizaban por la primera
quincena de junio de cada año.
Las
comparaciones climáticas, las he venido haciendo en mis viajes periódicos a
España, desde los años 70 hasta esta primera década del 2000, en razón que los
viajes de Argentina a España han sido en invierno, enero-febrero, salvo en 1983
que inesperadamente tuve que viajar, también a España, desde el 24 de junio
hasta el 24 de Julio, pleno verano.
Como es
sabido, la década del 30 al 40, fue particularmente difícil para España. Para
nuestra Familia también, en especial de Julio de 1936 a los avanzados 40,
difíciles de olvidar para mí por las arbitrariedades y sinrazones sufridas, en
una edad clave para la Vida: De los siete a los doce años.
España
arrastraba la cuota parte de la crisis económica mundial, la llamada Gran
Depresión (1), originada en los Estados Unidos de Norteamérica en 1929, que se
extendió hasta la Segunda Guerra Mundial, 1939 a 1945, crisis que provocó la
desaceleración de la economía, por el
desempleo y la caída de la demanda, en especial la de productos agrícolas y ganaderos, los únicos
que disponía la Comarca de Aliste, como muchas otras, absolutamente necesarios
para tratar de equilibrar en parte el déficit crónico de “subsistencia”. Luego
a la caída de la demanda, España en Julio de 1936 añadiría su Guerra Civil
hasta 1939, año que empezó la Segunda Guerra Mundial por seis años.
De esta
manera el panorama mundial, estuvo muy complicado para el mundo, con un plus
para España que debió soportar la Gran Depresión Mundial desde 1930, la propia
guerra desde 1936 y los efectos de su posguerra y los de la mundial hasta
entrados los años 50. Fueron 20 años muy difíciles y con necesidades de todo
tipo.
Así las
cosas, los que tuvimos que pasar las calamidades de esos años, difícilmente nos
podamos olvidar de aquel pasado, que por añadidura los inviernos eran como dije
muy fríos. Que lo eran más, por las carencias de nutrientes, que impedían un
razonable equilibrio calórico necesario para la vida. De manera que el frío,
más las desventuras de los tiempos, que retaceaban la cantidad, la calidad y la
necesaria reposición del vestuario, de sola unidad, abrían la puerta al
escalofrío, el tiritar casi permanente en todo ámbito cerrado o abierto y, los
casi crónicos resfríos (resfriados) de Noviembre a marzo de cada año.
Era común por
los años 30 y 40, que nevara 3 o 4 veces cada año, inclusive alguna nevada con
ventisca, que por efectos del viento a rachas fuertes del Noreste, de paso por
las tierras de Soria y Burgos sacudiendo las planicies, amontonaba la nieve
sobre las paredes de las casas; la Escuela de Tolilla, anclada en lugar
abierto, era un claro ejemplo de acumulación de la ventisca de nieve en el muro
lateral que da casi al Noreste, sacudida por la fuerza del frío viento que
literalmente estrellaba la nevisca sobre la pared, que luego iba rellenando el
ángulo que formaba con el piso.
Las otras
nevadas, solían ser más tradicionales y más copiosas. De cualquier manera, toda
nevada tenía unos días de prolegómeno, que eran muy fríos, acompañados de
vientos provenientes del sector Palencia-Burgos-Soria. Luego el viento solía
llamarse a la calma, con nubes tupidas y bajas y alto grado de humedad y
silencio, que la cultura “meteorológica acumulada” por observación en la
Comarca, casi siempre daba pistas. Una de ellas, bien clásica, era la
concentración de las ovejas en pastar sin descanso casi sin moverse en el mismo
lugar, de manera que podían pasar horas en un mismo reducto, sin siquiera
intentar alguna caminata, que era lo común en el deambular de todos los días.
Según se
decía, por las observaciones seculares, las ovejas intuían la nieve. Una
intuición que hoy, por las investigaciones del genoma, tiene una razonable explicación:
“Es sabido que la capa de nieve cubre los pastos, en muchos lugares por largos
períodos, de manera que las ovejas se han visto privadas de su alimento básico
a través de los siglos, con gran mortandad por las hambrunas, y las que han
podido sobrevivir lo han pasado muy mal. De manera que la llamada memoria
genética, ha sabido desarrollar, llamémosle” instinto de percepción”, que, en
determinadas circunstancias climatológicas, hay que aprovechar a
sobrealimentarse, porque se avecinan días difíciles. Hay que almacenar
sobrantes de energía, para disponer de la misma en caso de necesidad.
Algo que es
común a toda la “economía biológica”, que el hombre ha trasladado de alguna
manera, a su “economía social”.
Véase sino,
los viejos preceptos bíblicos de las “vacas gordas” y las “vacas flacas”
bebiendo en el Río Nilo, que José descifró de los sueños del Faraón de turno.
Claro que las
ovejas el único granero de almacenamiento que tienen, como el resto de los
animales es su cuerpo, que sabe convertir los nutrientes sobrantes en grasas,
para los casos de necesidad.
Si volvemos a
las nevadas, veremos que tienen efectos benéficos, aunque produzcan a los
pobladores de los ámbitos agrícolas muchas incomodidades.
Se sabe que
la nieve cuando por efectos del sol se derrite, lo hace con toda la paciencia
del mundo, para filtrase por la tierra con lentitud sin arrastrar el “humus /
mantillo” que es el nutriente básico de la superficie productiva. Así que
cuanta más nieve caiga, su filtración por la tierra hace llegar más agua a los
depósitos subterráneos de las capas freáticas. De manera que habrá más agua
dulce que brotará de los manantiales para beber, para regar y para cualquier
otro uso.
Claro que la
nieve traía consigo incomodidades. Pues si la nevada era grande, iba a tapar
los pastos de vacas, y en especial el de las ovejas por varios días; daños que
se extendían al resto de la fauna silvestre, como las aves en general, los
conejos y las liebres; y aunque no era entonces motivos de preocupación, por
ser enemigos desde antiguo, también a lobos, zorros y otros animales menores de
los llamados dañinos.
Además, al
derretirse la nieve con los rayos solares, se encharcaban, ablandaban y embarraban:
sendas de caminantes, caminos de rodera, calles, cortinas, huertas y todo lugar
por donde había que desplazarse; de forma que sí eran recorridos inevitables
llenos de dificultades, molestias e incordios, donde las cholas (2) o zuecos
eran el calzado más apropiado. Pues en esos tiempos ni pensar en las botas de
goma, con fieltro aislante, de media caña o hasta la rodilla o más, como es de
uso en la época contemporánea.
Las últimas
nevadas vividas (por mi) en España datan de enero de 1951, el año de mi salida
y llegada a la Argentina, y febrero de 2004 (dos pequeñas), el primer viaje a
España (Febrero/Marzo/2004) como jubilado, destinado a reunirme con todo el
núcleo familiar supérstite de mi Familia natural:
La de enero
del 51, sí es una de las grandes nevadas históricas que recuerde, aunque menos
traumática que las soportadas entre el 32 y el 40, por estar asistido con más
calorías regulares de alimentación y vestimenta más adecuada.
Era una de
esas nevadas largas y persistentes, que cubrían o tapaban toda la superficie
del suelo, con una profundidad media de más de 50 centímetros, bien sustentada
además en ramas y troncos de árboles, jarales, carrapitos (carrasca/carrasco) y
matorrales. De esta manera la fauna de la Comarca, tenía totalmente alterado su
“hábitat”, con serias consecuencias para mantener un nivel vital
(sobrevivencia) mínimo.
De esto doy
cuenta, pues a unos 3 o 4 días de la nevada principal, que había cubierto todo,
más otra capa de nieve caída en la última noche, adicionaba inquietudes por la
alimentación del ganado de cuadra (vacas y burros), y por las ovejas encerradas
y atendidas como las vacas a pienso de paja trillada con grano de centeno
mezclado con algarrobas de molido grueso.
Yo había
salido a eso de las 12 más o menos, cuando lucía un buen sol, a pasear las
vacas con la intención de que desentumecieran las patas caminando un poco,
respiraran aire puro, y en especial que bebieran agua en el arroyo del
Carrascal, el que partía de los confines de la “Raya con Fradellos de Aliste”
Pielamula abajo con unas vertientes bilaterales que formaban una buena cuenca
para aumentar el caudal, que era muy grande por pocos meses y, llegaba al pleno
cuando salía la catarata del prado del Carrascal de Domingo Casas ( nuestro
primo hermano) por herencia de su madre
Gabriela, al morir los abuelos Francisco y María, nuestros abuelos
paternos, en Agosto de 1931 y Marzo o Abril de 1935 respectivamente.
Esa catarata
de agua, que al caer formaba de años una buena poza, cruzaba el camino natural
de rodera (eran los más modernos en la Comarca) que iba al vecino pueblo de
Flores de Aliste.
Como
principio general, el agua de los arroyos, que fluía por amplias superficies en
pequeñas cantidades eran radiadas por el Sol, de manera que la temperatura de
los arroyos era mucho menos fría que las del río, con más caudal y profundidad
casi sin radiación solar.
En ese paseo
vacuno, seguro que sugerido por mi padre, salí de arreo tranquilo de casa calle
abajo, Calzada de Abajo, paso por la Puente de Abajo (el Puente de Abajo),
camino troncal que pasaba al lado de la Peña del Carrascal (creo) hasta que se
bifurcaba unos 50 metros más arriba: Uno con giro más brusco a la derecha hacia
Flores; el otro más recto, era el de Fradellos, del que en el recorrido partían
en direcciones funcionales varias, otros senderos que hacían a la comunicación
con prados, tierras, cultivos y etcéteras.
El arroyo del
Carrascal, a partir del prado del tío Juan González Salvador, creo que, llamado
el prado Redondo, demarcado por la pared que lo rodeaba en forma de
circunferencia, pasaba por dentro de una ristra de prados cercados y sucesivos
hasta el nombrado de Domingo Casas, para desembocar unos doscientos metros más
abajo en el río Mena.
De lado
opuesto más cerca de Tolilla, medio en paralelo hacia el Oeste, había otra
serie de prados, que empezaba con uno del tío Juan González (Tras del Castro),
el que en su día había sido del bisabuelo Domingo Álvarez (Tras del Castro), el
nuestro de entre los Prados y unos cuantos más hacia abajo, todos surcados por
un arroyito sin nombre que fluía al del Carrascal, cerca de la Peña nombrada.
Entre ambas
hileras de prados, había un monte de jaras, carrascos y pequeñas encinas
llamado Entre los Prados, y por el lado Oeste de ese monte corría el camino
hacia Fradellos.
Vacas
cansinas estirando las patas, y al lado de ese camino, en la cuesta que va
hacia el prado Redondo, oigo un ruidito debajo de un carrapito mismo al lado
del camino, arrancando miedoso y veloz un conejo camino abajo hacia el nombrado
prado Redondo, dejando sus huellas bien marcadas en la nieve.
Fui siguiendo
sus pisadas que iban de un lado al otro en busca del refugio que no encontraba,
y de acá para allá en zigzag, vuelta atrás y así, por una lengua de monte de
jaras y más encinas franqueado por el camino referido en dirección a Pielamula.
Hice corriendo la persecución del pobre conejo guiado por las huellas en la nieve
durante un largo y empeñoso rato. De repente, pierdo las pistas; busco, busco y
¡nada! - Quedé sorprendido de momento; volví a observar con atención donde
habían desaparecido las pisadas y, de repente veo al lado de un peñasco una
lomita de nieve que desentonaba con el nivel de la capa vecina ¡Era el conejo que,
en última tentativa, exhausto, había intentado salvarse...! - No pudo ser, le
eché las manos con nieve incluida. Era un conejo grande, lo cogí con fuerza (lo
tomé o agarré) con la mano izquierda por las patas de atrás, y oficiando como
verdugo experimentado, con el canto de la mano derecha le di un seco golpe en
la nuca, y listo para guisar (se comió guisado con ajo, cebolla, pimentón y
patatas esa misma noche ¡Riquísimo! ¿Arrepentimiento?
-En esos
momentos ninguno. Hoy quizás no lo haría; pero en esos tiempos estaban
presentes los instintos primarios definidos por Darwin en “La Evolución de las Especies”.
La Moraleja; “Las nieves y sus fríos son de preocupación y molestias, pero en
el caso real del relato, nos permitió comer un buen guiso de conejo”. Que no
era habitual, salvo a cazador con escopeta.
(1). NOTA. En
estos momentos el mundo asiste a otra crisis financiera y económica de grandes
proporciones, también originada en los Estados Unidos por los sofisticados
instrumentos apalancados en serie e
imaginados por los más altos ejecutivos de algunas importantes entidades del “sistema
financiero,” las llamadas hipotecas basura o hipotecas subprime; que si no
fuera por los mecanismos internacionales que los bancos centrales de los países
han adoptado para auxilio del sistema, limitado y parcial, la catástrofe sería
todavía mucho mayor por la cantidad de miles de millones de dólares USA
estafados, que afectan enormemente a la economía mundial. Y como decía un
notable economista liberal de la Escuela Austriaca: “Alguien tiene que pagar la
cena” y, de una u otra manera, la cena siempre la paga el mismo segmento de la
población mundial: El que menos tiene.
En ambos
casos, pero en especial el de la crisis actual, se debe al principio
fundamentalista del liberalismo, que sigue, sigue y sigue con la monserga: “EL
LIBRE MERCADO REGULA Y DISTRIBUYE POR SÍ MISMO LOS RECURSOS PRIVADOS Y SOCIALES
O PÚBLICOS SIN INTERVENCIÓN NI CONTROL ALGUNO DEL ESTADO”. Y, como tengo dicho
por ahí en algún otro artículo, mi abuela materna decía: “El que administra y
el que la boca enjuaga, algo traga”. ¡Qué verdad en estos tiempos cuando la fe
pública entrega recursos a terceros para hacer negocios por su cuenta, y cuando
no hay negocios rentables los inventan...!
AGREGADO: Las
noticias informadas por las agencias internacionales hoy (10-07-2008) en
síntesis dicen: “Se hunden tres bancos en los EE. UU por la crisis de las
hipotecas: Lehman Brothers, Fannie Mae y Freddie Mac.…El presidente de la
Reserva Federal, Ben Bernanke, y el secretario del Tesoro H.Paulson, dos
grandes economistas del “liberalismo económico”, están pidiendo a gritos más
regulaciones y controles para los bancos.
Algo así como
se decía por Aliste: “Cuando la liebre se escapa, palos a la cama (donde dormía
la liebre)”.
A modo de
ejemplo, basta el caso de un residente argentino en Miami (pidió no ser
identificado), que perdió su casa comprada en 2006 por no poder pagar la
hipoteca. Un banco de esa plaza le prestó 500.000 dólares USA, sin que
averiguaran su nivel de ingresos, ni pedirle adelanto alguno. La casa: Dos
amplios dormitorios, sala de estar y comedor, cocina normal instalada y un pequeño
jardín. Cuando pese a los esfuerzos veía que no podía seguir pagando la
hipoteca, le devolvió la casa al banco y se declaró en bancarrota.
Y lo que hace
tiempo se sospechaba, que empezó a descubrirse allá por agosto de 2007, sigue y
sigue, sin que se sepa cuándo terminará...
Lo cierto,
que al sistema financiero mundial y, por su incidencia al económico, lo están
poniendo patas arriba.
El estado
tiene un mandato social indelegable, que es la obligación del “Bien Común” y la
“Igualdad ante la Ley”. Y está visto que, por el Libre Mercado, no se consigue
ni lo uno ni lo otro ¡Hay que tratar de imitar el funcionamiento de equilibrio,
para nada egoísta, de los mecanismos biológicos!
Pero claro,
la teoría del Libre Mercado, derivada de los principios filosóficos/teológicos
del Calvinismo, ha tenido plena aplicación y desarrollo en los EE.UU a través
del liberalismo (más en las libertades individuales que en la economía), tuvo
sus momentos de gloria, qué duda cabe. Pero el actual Neoliberalismo, que lo
han aplicado y quieren seguir aplicándolo a ultranza como remedio
fundamentalista, ha tomado tal carácter en las gestiones de gobierno de
R.Reagan en los EE.UU y de doña Margarita Thatcher en Gran Bretaña en los años 80.
Seguido en los EE.UU por Bush (padre), y a partir del 2000 hasta este 2008, por
Bush (hijo). ¿Se acuerdan del Consenso de Washington de los 80...? - La famosa
teoría del derrame, que una vez el vaso lleno (Capital necesario y
reposiciones), empezaría el derrame de los beneficios del desarrollo, el empleo
y la mejor distribución de las riquezas...Y, el Derrame ¿dónde está?
(2). NOTA.
Las llamadas cholas en el ámbito alistano, en realidad son los zuecos, con base
de madera, bota de cuero, con capellada o entera, con contrafuerte de suela,
sujeta a la base de madera algo moldeada a la planta del pie, con una vira de
cuero (tira del orden de un centímetro de ancho), encima de la bota, clavada
con clavos finos (bota y vira) a la base de la madera, a una distancia de unos
dos centímetros, cuero que con frecuencia se untaba con sebo de oveja sin sal,
para conservar el cuero, dándole elasticidad e impermeabilidad para evitar la
filtración del agua. La base de madera tenía una especie de puente, entre los
2/3 de adelante y el 1/3 del talón (tacón), aunque el nivel de la parte
delantera y el del tacón (talón) era el mismo. La base de la chola o zueco en
general era de madera de negrillo (que en esos años abundaban en los ámbitos
urbanos de Aliste. Hoy desaparecidos por enfermedad). Para evitar el rápido
desgaste de la base de madera por la fricción con el suelo, se recurría al
herrado. Cada chola o zueco, llevaba una herradura en la parte de adelantes y
otra en la parte de atrás o tacón. Las herraduras llevaban varias
perforaciones, para clavarlas a la madera, con clavos que forjaba en la fragua
el mismo herrero.
En esos años,
uno de los herreros más conocidos, acreditado por sus buenos trabajos, era de
Lober de Aliste, limítrofe de Tolilla, a unos dos kilómetros de distancia. El
herrero se llamaba Juanito (Juan) del que creo nunca supe el apellido.
Sé que se
casó con posterioridad a mi venida a Argentina, con una moza de Lober, la
hermana mayor de Juan Antonio y Lorenza TESO, que vinieron también a la
Argentina en 1948 y 1954 (creo) respectivamente. Lorenza vino con la madre, que
falleció hace tiempo.
Con Juan
Antonio de los años 1954 a 1980 nos veíamos con frecuencia; con Lorenza menos.
Creo que la última vez que nos vimos, fue en enero de 1982, en casa de Lorenza.
De ahí en adelante no sé más de ellos, a pesar de los intentos (ambos creo que
tenían un hijo varón cada uno, que yo conocí).
TAMBIÉN es de
recordar, que las nevadas sobre los tejados de los pueblos de Aliste, casi en
la totalidad con tejas de arcilla colorada cocida de tipo árabe, o mejor de
canal (abajo) y cubierta (montando arriba sobre dos de canal), en general
procedentes de los tejares de Ceadea de Aliste ( con tradición de tejeros), al
rato de salir el sol – más o menos a las 10 de la mañana – la nieve empezaba a
derretirse con lentitud, dado que los rayos solares son en invierno de
incidencia muy oblicua con menos energía de radiación. Ahí empezaba el lento
goteo desde los tejados, que se iba acelerando a medida que los rayos solares
persistían sobre la superficie de los tejados, para ralentizar o lentificar
hacia la caída del Sol en la temprana tarde, cuando se iba hundiendo en el
horizonte. Ahí, casi en un santiamén, al bajar de repente la temperatura (era
inevitable el día de sol y el correlato de la potente helada), uno se
encontraba colgados de las tejas/canal desde el tejado, los más brillantes y
largos churros de hielo multiformes de mayor a menor, en la mayoría de los
casos con varias puntas afiladas como estoques (como estalactitas). Todo un
espectáculo para festejar con pies secos y calientes, que, para los vecinos,
indiferentes por la frecuencia de tal visión, eran productos asociados con el
frío invierno y nada más.
Algo parecido
sucedía, cuando en el Río Mena o en cualquier arroyo, juncos, mimbres, o ramas
eran alcanzadas por el agua sin estar sumergidos al ofrecer resistencia a la
corriente: alrededor de los elementos unitarios o en ramas, se formaba una
gruesa capa de hielo, que solía resistir por días el embate del Sol, al no
poder neutralizar la mayor eficacia del ambiente frío.
No menos
espectaculares eran esas mañanas frías y heladas de garúa (llovizna) donde los
árboles y las plantas se cargaban de hielo escarchado, paisajes que tanto se
han usado como postales de Navidad por la industria gráfica.
El fenómeno
de congelación de las potentes heladas, que dé común seguían a las nevadas y,
el encharcado de campos y praderas por la nieve derretida; o las propias aguas
del río y las pozas de los arroyos en superficie, a veces una capa bien
profunda de agua convertida en hielo cuando había cierta profundidad y lento
recorrido del agua, se convertían en pistas de patinar para los grupos de
rapaces o muchachos, de los que formaba parte activa en Tolilla (supongo en
otros pueblos también).
Una de las
pistas era el Campo, al que fluía el agua por la cañada de los Pradicos,
receptora del socavón que venía de la ladera de las tierras de labor del plano
inclinado vecino. La cañada era como distribuidora por efectos de la gravedad
del plano inclinado, por la mayor parte de la pradera destinada a las Eras de
las viejas Trillas, de manera que la pradera bien empapada en su extensión, iba
escurriendo hacia la Peña el Campo, por cuyas cercanías se iba armando el
llamado arroyo de la Fuente que concurría a desembocar al Río.
Con heladas
fuertes y persistentes, que solían serlo, ese plano inclinado de las Eras, con
un frente del orden de los 100 metros hacia el Suroeste y unos 200 hacia el
Noreste (más o menos) se convertía por varios días en pista de patinaje sobre
hielo ¿Pero ¿cómo? – Ya dijimos que el calzado habitual eran las cholas, arriba
descriptas. Pues bien, las herraduras de las cholas, que solían estar por el
uso bastante lisas, oficiaban como un patín improvisado sobre el llamado
carámbano (capa de hielo); de manera que con una envión inicial del lado de la
cañada los Pradicos, mirando hacia la Peña el Campo / la Fuente, en bajada algo
pronunciada, por la Ley de Gravedad, agachado con el culo sobre las
pantorrillas, uno iba tomando velocidad acelerada con muy buena velocidad
final. El problema se podía presentar cuando en el recorrido, por
irregularidades del terreno había un frenazo imprevisto, o cuando uno empezaba
a patinar y se resbalaba cayéndose de culo. Esta demás decir que, en ambos
casos, por detrás o por delante, uno se empapaba hasta la cornisa; y había que
hacer tiempo, si el Sol lo permitía para secarse, pues en caso contrario mi
madre (Balbina Álvarez), con toda la razón del mundo, tan pronto me
semblanteara me dedicaría el saludo de práctica ¿Dónde estuviste...? ¡La Burra
que te parió...! Pescozón y, el gran Sermón de la Madre. La verdad que había
que tener la paciencia de Job (mi madre) para aguantarme; pero era así de
inquieto, de curioso, de experimentador y travieso por naturaleza, sin malicia ¡Y,
mi madre lo sabía...!
Esta prueba,
de hielo traviesa, probablemente en diciembre del 37 o enero del 38, la hice
varias veces en solitario. Una vez creo que probó Angelito conmigo, otra me
parece que Cándido; que más o menos éramos el trío habitual. Yo era el del
medio, pues Cándido me llevaba a mí un año, y yo le llevaba a Angelito casi
dos.
Sí usamos con
más frecuencia, la pista de los Lavaderos, que era el pequeño embalse del Mena
situado enfrente del hoy Recreo de Confraternidad Vecinal, en torno a la gran
Mesa de la Piedra del Molino, a la sombra de los chopos.
Ahí Angelito
y yo tuvimos más recorrido, con el uso de los patines indicados: “Las cholas
herradas con las herraduras lisas, oficiantes de patines al mejor estilo propio”.
La técnica era diferente pero más difícil y sofisticada. En la parte de la
pradera de la ribera entre las huertas y los lavaderos, tomábamos envión
(fuerza) desde 3-4 metros del agua (en el caso cubierta por una buena capa de
hielo), para caer en forma sincronizada con el culo sobre las pantorrillas y las
cholas con las herraduras al mismo nivel, con un deslizamiento rápido que nos
permitía llegar al otro lado en un abrir y cerrar de ojos, con algún crujido
del hielo, que tuvimos suerte que el carámbano no se rompiera. Para mí era
emocionante y lo disfrutaba; y la verdad que no sé esas sincronizaciones, sin
haberlo practicado nunca, de dónde me salían. Casi siempre a la primera, pero que,
en todos los casos, previamente había hecho una especie de simulación mental.
Todas estas
cosas, el que las aprendía mejor y con decisión de hacerlo al haberlo visto,
era Angelito (hoy y siempre, Ángel González Prieto).
Por siglos la
tradición decía, que inviernos lluviosos y más de dos buenas nevadas – mejor
tres o cuatro — eran sinónimo de una primavera fértil: Pastos, cereales,
hortalizas (en especial patatas) y legumbres abundantes; ergo ganadería: vacas,
terneros, burros, pollinos, ovejas y corderos, gordos y lozanos. Era un
adelanto optimista para los agricultores / ganaderos (casi la totalidad de los
vecinos de Aliste reunían las dos condiciones), que, con poca ayuda de las
lluvias de abril y mayo, adivinaban (y esperaban muy confiados) un año pleno de
cosechas.
Pero
nosotros, los niños de la escuela ¿cómo estábamos preparados para afrontar los
duros inviernos? - Lo vamos a explicar en forma general, tomándome a mí mismo
como testigo (ya quedan pocos):
Lo que
siempre tenía en abundancia era el pelo en la cabeza (todavía en gran parte
está).
Una camisa
liviana, con cuello de tira, abotonada. Un pantalón de género liviano, o en el
mejor caso de pana, siempre por encima de las rodillas, pues como había que
hacerlos durar, cuando eran nuevos llegaban por abajo de las rodillas; pero al
poco tiempo al ir creciendo, la rodilla iba bajando y el pantalón subiendo. El
pantalón sujeto con unos tirantes cruzados en la espalda, que eran unas tiras
de paño común, cosidas a la parte de atrás del pantalón y abotonados a unos
botones a la cintura de la parte de adelante. Los tirantes por sus frecuentes
roturas, por lo menos en mi caso, casi siempre los tenía emparchados con algún
cordel que me sacaba del apuro para que no se me cayeran (los pantalones).
Encima de la camisa y de los tirantes algún jersey de lana gruesa tejido en
casa, que tanto valía para el duro invierno como para el medio tiempo.
Al jersey lo
cubría una chaquetilla, más delgada que gruesa, alguna vez de pana, que en
general había abotonado bien de nueva, pero al poco tiempo dejaba de hacerlo en
su larga vida, dado que el cuerpo había crecido y la chaquetilla encogido. Era
una manera de ponerle desde joven el pecho al viento y al frío.
Por supuesto
las camisetas y los calzoncillos, eran prendas desconocidas para los rapaces en
la Comarca salvo muy pocas excepciones. El calzado base, como se expresa más
arriba eran las cholas o zuecos, que las más de las veces dejaban pasar el agua
de las lluvias, de la nieve y de los charcos. Las medias ¡las medias! - Sí, las
medias. Las medias son parte de otra historia:
“En su
totalidad tejidas a mano por las amas de casa, del propio vellón de lana de las
propias ovejas, lavado peinado y cardado en general por hombres; a partir de
aquí, la lana teñida de negro con unas piedras de tinte que se desleían en agua
caliente, combinadas con cáscaras o corteza de aliso ricas en taninos que ayudaban
a fijar el teñido, hilada por las mujeres de casa, y como dije también tejido
con agujas de tejer medias (creo que usaban cuatro cortas y finas).
Había tres
tipos de medias tejidas, para mujeres y hombres: a).La de peal. b).La de medio
pie y c). La de pie entero”.
Adivinen cuál
era la media más usada, por razones de escasez y ahorro. Sí, acertaron. La más
usada era la media de peal, luego la de medio pie y la de lujo la de pie
entero.
¿Que era la
media de peal? Era una media tejida, una especie de tubo, que cubría desde los
tobillos hasta por debajo de la rodilla. Ese tubo llevaba cosido el peal, que
era una cinta estrecha, en general de paño de lana, cosido a los dos lados del
tubo de media tejido, que la sujetaba por debajo del pie desde los tobillos.
Las medias de peal servían solamente para calentar las piernas; los pies con
más libertad por mayor espacio libre, pero ateridos de frío, al ser extremidades
muy sensibles a las temperaturas, tanto del calor como del frío.
Las de medio
pie, eran tan malas o peores que las de peal, aunque gastaran más lana, pues no
cubrían la parte de adelante del pie, la que más se enfriaba; pero, además,
solían arrugarse con frecuencia, que era una molestia adicional e incómoda, que
rompía los “quinotos” a cada rato. Con lo explicado, que se ajusta a la verdad,
o por lo menos a la mía, tenemos vestido al modelo del niño escolar de Aliste,
para concurrir a su Escuela, de los años 1930 a 1940 y más. Sin embargo, hay
que destacar dos sectores del cuerpo de libre exposición al viento y al frío:
El pescuezo o cuello y, el sector de la rodilla, con más unos 8 centímetros
abajo (hacia la canilla) y otros 10 arriba la rodilla (muslo). Ambos sectores
oficiaban de radiadores refrigerantes, tanto en verano (sin problemas) como en
el crudo invierno (un tiritar permanente).
Los sectores
expuestos al viento y al frío, en especial la zona franca de la rodilla y
aledaños abajo y arriba, parecían curtidos, surcados y rugosos, como lija muy
gruesa, con una coloración negruzca, que se denominaban coloquialmente hormigas
u hormigueros cuando la zona era extendida. Y es comprensible que así fuera,
dado que las glándulas sebáceas trataban de proteger la piel, pero el exudado
graso se impregnaba de partículas ambientales, que hacían costra protectora,
para evitar mayores daños (grietas sangrantes) en la epidermis.
Había que
esperar la primavera bien entrada, hasta que la piel rejuveneciera y expulsara
las hormigas u hormigueros de esas zonas agrietadas.
Un elemento
adicional anti frío, eran los clásicos braseros de latas de sardinas grandes,
que se llevaban con cisco hecho en la lumbre derivado de las ramas de las
jaras, de buen poder calórico. Algo era, pero muy poca cosa. Los días fríos y
lluviosos, si se podía, se llevaba algún manto de paño de lana, o algo por el
estilo. Que era lo que había, aunque hoy a las generaciones nuevas de la
Comarca les parezca un imposible.
Pero bueno,
no todo era negativo en el invierno. Estaban también los días de las matanzas;
las propias y de la familia, y las asociadas para los rapaces por invitaciones
recíprocas, más las de esperanza (la espera en el recinto matancero con cara de
circunstancia), donde por ahí se ligaba algún plato de chanfaina para mí un
manjar que además sacaba el frío, dado que el sabor bien picante, era un buen
vasodilatador que a veces ponía coloradas las orejas y las mejillas.
Alguna
mordida a hurtadillas de la punta del rabo, la eventualidad de un mordisco en
la punta de las orejas, y el regalo de la vejiga para hincharla con una paja de
centeno, que a veces servía como sustituta de un balón (aunque entonces el
fútbol era desconocido en toda la Comarca, y no se practicaba ni remotamente).
Sí, de hecho, se desconocía, aunque ahora cueste creerlo.
En las
matanzas de los cerdos propios o de los de familiares, habida cuenta que aún
sin saberlo bien, eran la base de proteínas y grasas de origen animal, también
ricas en triglicéridos, lipoproteínas y colesterol LDL (el llamado malo), todo
ese conjunto no era tan malo. Y, no lo era, en razón del alto consumo de
energía (kilo-calorías) que demandaban las largas y rudas tareas agrícolas y
ganaderas, donde la acción, el movimiento y el esfuerzo eran rutinas de todos
los días; de manera que la ecuación de ingreso de calorías al organismo, menos
el consumo por la movilidad, el esfuerzo, el tiempo, la dedicación y el
metabolismo basal, daban resultado negativo. En una palabra, se iban
consumiendo reservas de calorías que en algún momento del año habría que
reponer. Caso contrario, la proyección saludable se vería amenazada en el corto
plazo.
Lo importante
es que las matanzas, aparte de asegurar los nutrientes de base por un año,
gracias a la prudencia y previsión de las “Amas de Casa” que hacían maravillas
con la eficiente administración de los escasos recursos, eran tradiciones
renovadas cada año por las familias, que a nivel subconsciente invocaba a una
especie de “talismán” representado por los cerdos, con ritos variados: “muerte
cruenta con sangrado expuesto, cargada de agudos y dolorosos gritos de dolor
escuchados en todos los ámbitos de los pueblos; conducción al banco de muerte,
atado con la soga o con gancho de hierro, con fuertes y lastimeros quejidos que
intuían su fin, mientras las patrullas familiares en movimiento y jolgorio (
del que se excluían los viejos abuelos ¡ quién sabe por qué! observando con
preocupación sin inquietud, las escenas del drama de muerte violenta). Luego
vendría la purificación del fuego con el chamuscado y sus llamaradas; el
descuartizamiento cuidadoso, especializado por sectores anatómicos; la
extracción de tripas y vísceras con sus cuidadosos lavados, en las rápidas
corrientes de ríos o arroyos. Un ritual de ceremonias de algunos días, para
santificar los productos diversificados del cerdo, tan necesarios, apetecidos y
demandados (con exclusión del Islán y parte del judaísmo ortodoxo) en las
proximidades Navideñas de liturgias cristianas y tradiciones de encuentros en
familia.
Toda una
“trilogía” cultural, tradicional y costumbrista, que mezclaba ritos bien
diferentes en pleno invierno: La crudeza del frío, la crueldad y alegría de las
matanzas y la solemnidad y devoción de la Navidad ¡Casi nada para el Aliste de
antaño...!
Los relatos
del presente, están pensados con los recuerdos del Hemisferio Norte, sin caer
en la cuenta que hoy por hoy, los fríos y las matanzas (sin los ritos y
ceremonias de celebración del Norte, en España y en el Aliste de antes) están
en el Sur y, los unos y los otros lejos de las celebraciones de Navidad.
Pero no
importa, la memoria y el pensamiento aliados con los recuerdos, por ahora
pueden circular con libertad, sin pasar los controles de seguridad ni pagar
aranceles aduaneros. Tampoco necesitan pasaportes, visados o vacunas; ni
alteran normas migratorias.
Pero si hasta
la Naturaleza ha producido desigualdades y opuestos:” estaciones del año, frío
para unos calores para otros; florecer la vida en un lado, recoger las hojas
caídas en el otro ¿Dónde está la igualdad tan proclamada...?
Parece que la
tal ansiada igualdad no existe ¿Ni para la Naturaleza? - La Naturaleza es otra
cosa. Sabe compensar y equilibrar adecuadamente a todas las partes de sus dominios.
Tiene zonas neutras estables sin muchas variaciones de frío/calor con sus
lluvias de turno. El resto, va en rotaciones más o menos previsibles y
armoniosas. Hoy el frío para unos y el calor para los otros que cada seis meses
se invierte. Mañana la fertilidad de la primavera para unos y el ocaso del otoño
para otros, que al medio año se cambia. Los fríos extremos y los calores
extremos también tienen sus compensaciones naturales, para que las criaturas de
“flora y fauna” puedan cumplir los objetivos trazados por la Naturaleza.
Y aunque
pueda suponerse que el Orden Natural de la Tierra sigue su ruta sin enemigos,
desde no hace mucho tiempo se sabe que esto no es así.
El hombre con
sus ansias de dinero, de poder y despilfarro de recursos – la ambición del
tener para exhibir - lo ha llevado a
destruir factores naturales imprescindibles para la Vida sobre la Tierra,
introduciendo o alterando otros, que han producido, están produciendo y
producirán graves alteraciones de todo el “Hábitat” de nuestro mundo, sin que
le preocupe demasiado.
El hombre
para mantener el “soberbio orgullo de mostrarse al otro”, es tan capaz de
perder su juicio, como actuar a lo” bonzo prendiendo fuego a su propia casa con
él adentro”.
Y repito una
vez más en estos escritos dedicados a Aliste por rutas de Tolilla:” En el mundo
de hoy hay muchísimos dirigentes de la alta política, que a sabiendas, con
informaciones y asesoramientos adecuados (no solamente la del “primo ingeniero”
como dijo alguno conocido), sobrepasan el prepotente absolutismo de Luís XV,
por el daño que producen y la terquedad de los intereses que defienden, aún a
sabiendas que están cometiendo barbaridades contra la Vida, incluyendo la de él
y los suyos presentes y futuros.
Como dijo don
Nicolás Maquiavelo, casi 500 años atrás en su Príncipe: “Al hombre le preocupa
más el patrimonio que la propia sangre. De la pérdida de la sangre se olvida;
de la pérdida de patrimonio, No”.
Ahora vamos a
re direccionar el Hemisferio. Del frío del Sur (aunque no tanto por ahora en
esta zona) pasamos al calor del Norte, veraniego y vacacional por
merecimientos.
Aunque en
Aliste se dará la paradoja que los descendientes de los pobladores seculares de
la Comarca, muchos de ellos por suerte, vienen a pasar las vacaciones donde sus
ancestros nunca descansaron y, no porque no sufrieran cansancio. Son las
vueltas de la vida en los tiempos.
A disfrutar
en los parajes de los ríos, manantiales y riberas; montes y arboledas; zarzales
donde tiempo ha, las huertas y cortinas envidiaban con sus frutos al aire o
bajo tierra; jarales y matorrales lozanos, asentados en lo que algunos años
atrás brindaban el preciado cereal; todo eso tan cercano, tan pariente y
conocido, aunque se vea por primera vez. Son los ecos de las voces de los
tiempos, que en forma mágica se acercan en el silencioso diálogo de la
comprensión y el entendimiento. Ecos alegres y jubilosos al saber que parte de
su vida transmitida al presente, disfruta en mayor o menor medida del
desarrollo y del progreso, rompiendo el aislamiento secular.
Repetiré que
a los de Tolilla de Aliste, los saludo en ese Recreo de Armonía Vecinal,
alrededor de la gran Mesa de la piedra del Molino a la sombra de los chopos y a
la vera del Río, entre la poza de los Lavaderos y el regato de riego de las
huertas de los Linares y los huertos de la Puente de Abajo, que tal vez luzca
tapado de tierra y sin agua, sólo identificable por los que lo conocieron útil
y funcional.
Un fuerte
abrazo individual y colectivo para los vecinos de la recordada Comarca de
Aliste.
Desde la
ciudad de Buenos Aires, Capital Federal de la Argentina, Doce (12) de Julio de
Dos mil ocho (2008).
Simón
P.D.Un saludo complementario adicional, para
todos los asistentes a las nuevas Fiestas del Pueblo en los días 08 y 09 de
Agosto, las que han participado del adelanto de un mes por las urgencias de los
tiempos, razonables entendibles y justificadas.Después de todo, la instauración
de una "fiesta" no es ni "dogma ni sacramento".¡Chau!