Teófilo Nieto Vicente
En esta mañana de verano (época en la que el
silencio nos da una tregua), podría
hablaros del pasado… De ese pasado allá por el año 1994 cuando aquel hijo de
albañil, joven inexperto e iluso pero ilusionado, llegó a estas tierras. Llegué
a Aliste. Ese pasado en el que fui descubriendo que cuando se observa a los
pueblos en conjunto no se ve en ellos un “medio” sino todo un “Mundo”: el Mundo
Rural, porque cuando se mira desde el corazón se puede descubrir tras cada
paisaje un rostro, y en el sonido del viento una cultura que viaja libre por el
tiempo sin dejarse someter al vaivén de modas que pretenden ahogar las culturas
en un único pensamiento.
Podría hablaros de ese pasado en el que me quedé
prendido de las entrañas de esta gente, de esta cultura, de vosotros. Ese
pasado que se me ha pegado al corazón y del que ya no puedo salir.
Pero en ese pasado no solo descubrí bellezas que
apasionan, también descubrí carencias que entristecen. Injusticias que duelen…
Y también podría hablaros de cómo no pude quedarme encerrado en la comodidad de
una oración ni sentado en el escaño que adorna las asépticas paredes de una
sacristía… Creedme que hubiese sido más cómodo para mí, creedme cuando os digo
que es mi tentación pero en ese pasado, cuando iba a mi oración, descubría una
voz que me decía: “he visto la opresión de mi pueblo y he bajado a liberarlo”
(cf. Éx 3, 7-8) y cuando contemplaba las paredes de esa sacristía de ella
manaba la fuerza de ese Dios que me hablaba de una “Iglesia en salida” y con
las puertas abiertas (cf. Papa Francisco, EG). Qué falsamente bello hubiese
sido ser imparcial en medio de un mundo que no sabe del reparto y la
fraternidad. Qué cómodo caerle bien a todo el mundo… pero qué triste es tener
el evangelio en el corazón y una mordaza en la boca… y yo busco ser feliz en la
coherencia.
Podría hablaros del pasado…pero no, no voy a
hablaros de ese pasado…
También, en esta mañana de vida en la alegría, podría
hablaros del hoy… Del presente. De ese presente en el que tantos días al llegar
a casa me encuentro esperando una lechuga prendida del pomo de la puerta. Esa
lechuga que lleva consigo la nobleza de un pueblo agradecido y acogedor. Porque
eso es Aliste, un pueblo abierto que sabe de la solidaridad en concejos que aún
prenden del corazón (quizá ya melancólico) de hombres y mujeres que han
aprendido que la dureza del camino se compensa con el abrazo del hermano.
Podría hablaros del presente, de vuestro presente.
De ese presente en el que habéis sabido encajar el pasado en la música, en
vuestra música. Esa música que espanta soledades y tristezas acariciando una
tradición que nadie debe arrebataros, una tradición envuelta en sólidos tejidos
que son vuestros y que, aún sabiendo compartir, nadie puede colgárselos sin
vuestro permiso…
Podría hablaros del presente, de ese presente en el
que me habéis hecho un hueco. Ese presente en el que este joven lazarino que
hoy os habla ha aprendido a sentirse (con vuestro permiso) uno más entre
vosotros, uno más para vosotros porque, día a día, bautizo a bautizo, entierro
a entierro, voy sintiendo que me hacéis hueco en vuestras mesas y en vuestras
lágrimas, en vuestros bailes y en vuestros llantos. Porque es mi fe la que me
dice que tengo que saber “reír con los que ríen y llorar con los que lloran”
(cf. Rm 12, 15), compartir “gozos y esperanzas, alegrías y tristezas” (cf. GS
1). Podría hablaros de este presente en el que mi propio corazón se desangra en
cada casa que se cierra, en cada grito apagado de un rapaz que llena de
silencio las piedras y los campos, en cada escuela invadida de polvo y humedades…
Pero no tampoco voy a hablaros del presente…
No. No quiero hablaros del pasado, ni del presente.
Hoy prefiero hablaros del futuro… Sí, quiero hablaros del futuro porque quiero
hablaros de mis sueños, sabiendo que soñar es lo que realmente nos mantiene despiertos, vivos y es
que (como diría un poeta), “quien no tenga sueños que se prepare a tener
dueños” (L.E. Aute). Y esto es lo que yo sueño, una comarca que se atreva a
soñar alto y en voz alta (para que todo el mundo la oiga) unos pueblos sin
dueños que sigan arraigados a su pasado, construyendo su presente y alargando
su mano para que no se les robe el futuro.
Quiero hablaros de mis sueños… ese sueño que tengo
cada noche en el que miro de frente vuestros rostros y veo la humildad de un
pueblo al que la historia ha curtido, sin embargo en mi sueño ese tiempo
apaleado no ha convertido la humildad en resignación…ni en sumisión.
Quiero hablaros de ese sueño con el que me encuentro
cada mañana viendo los rostros de estas mujeres que llevan en sus entrañas el
peso de la vida y a las que -quizá la ignorancia- mantienen castigadas en el
rincón del olvido… Pero en mi sueño la mujer alistana recoge su papel como el
derecho que nadie le puede negar, ni regalar.
Si, es cierto, mis sueños, en ocasiones, también son
usurpados por pesadillas… La pesadilla de quien nos quiere convencer de que los
sueños son inútiles, que las utopías no sirven para nada y me dicen y me
repiten que los gigantes son molinos inofensivos, aquellos que me señalan el
camino hacia la sacristía para que llene de agua bendita los rostros de quien
quiere combatir a Goliat y así disuadir su osadía como fruto de ingenuidades
juveniles o de adultos inmaduros. Pobres! No saben que el agua la bendice un
Jesús que vino a anunciar la liberación (cf. Lc 4, 18-20).
Perdón… no quería hablaros de mis pesadillas… Tan
solo quería hablaros de ese sueño de unos pueblos hechos comarca sabiendo
romper las fronteras. Una comarca construida olvidándonos de rencillas de
pueblos, hermanados en la fiesta y el llanto, pero no solo el hermanamiento del
corazón sino el hermanamiento del que sabiendo que al compartir destino debe
compartir camino porque, permitidme que cite a otro poeta, “en la calle, codo a
codo, somos mucho mas que dos” (Mario Benedetti). Solo así podremos conseguir
que, al calor de la lumbre compartida, los sueños vayan alzándose como utopías
que se hacen reales en las manos de quien sueña y no quimeras como lugares
imposibles que se construyen en las voces del bar o en el silencio del lecho.
Esto es lo que sueño…
Unos pueblos libres porque sueño un mundo libre.
Unos pueblos abiertos porque sueño un mundo sin
fronteras.
Unos pueblos vivos, porque sueño un Mundo Rural
Vivo.
Hoy, que he venido a hablaros de mis sueños, levanto
mis ojos y en mi despertar os digo: DISFRUTEMOS DE LA FIESTA, DISFRUTEMOS DE
SER Y SENTIRNOS COMARCA, LEVANTEMOS NUESTROS OJOS PARA DECIR: SOMOS UN PUEBLO
QUE SUEÑA EN VOZ ALTA.