PREGÓN DE EXALTACIÓN DE LA CAPA ALISTANA
Alcañices, domingo 14 de noviembre de 2021, segundo año de pandemia
Celedonio Pérez Sánchez
Con la venia… Buen y especial día para todos, para
autoridades civiles y eclesiásticas, para alistanos, alistanas y acompañantes
que llenáis este recinto sagrado con el afán de exaltar la capa alistana y
reforzar ese espíritu de singularidad que viste de los pies a la cabeza a esta
comarca, que ha logrado extender su aura a toda la provincia y que, sin
quererlo, ha sustanciado en cuna de la zamoranía, como ya aireó en su día
Francisco Rodríguez Pascual, por cierto, albarino y alistano de pro.
Porque eso es Aliste, el corazón de Zamora, quien ha
conformado la manera de ser de esta geografía de pistola. Si alguien,
irresponsable, se atrevió alguna vez a hablar mal de esta tierra, a ningunear
sus campos, a desfigurar a los carracucos, que calle para siempre; enterremos
su mensaje en un erial y plantemos un aliso para que colonice los malos
pensamientos. La condición alistana está en el origen del ser zamorano y que
nadie lo dude, que nadie lo dude, repito.
Zamoranos de aquí y de allá, de las tierras de campos, pan y
vino, de la seminal vega de Toro, de los bermellones valles benaventanos, de la
verde Sanabria, de la pedernal Sayago y la tinta Guareña, todos somos alistanos
porque vosotros nos habéis hecho profundos y reflexivos, un poco victimistas, eso
sí, pero siempre agarrados a la realidad de un clima afilado que pone a cada
cual en su sitio, que aquí los campanarios solo sirven de altavoz para que se
oigan más recias las campanas.
Para mí, el día de hoy, tiene una significación muy especial
y ahí quedará, agarrado a mi condición más íntima, pintado en rojo en mi
calendario vital. Estar aquí en este púlpito sagrado, en el Santuario Mariano
de Peregrinación de Nuestra Señora de la Virgen de la Salud, será imposible de
olvidar, como un anhelo que madura con el sol sanguíneo de noviembre y se hace
historia. Gracias Asociación de Promoción y Estudio de la Capa Alistana,
gracias Andrés, gracias Felipe, gracias Chani.
¿Cuántos hombres y mujeres habrán pisado este suelo, en los
casi quinientos años de historia del templo? Por entre estos bancos y piedras
pulula el legado de un sentir verdipardo, marquesado de buena gente, de esa que antes de hablar sabe lo que
quiere decir. Y lo expresa con todas sus consecuencias. Echo en falta, sobre
todo a un alcañizano, a mi amigo Tomás Carrión, el alcalde que inventó la frase
de que mi pueblo es mi partido. ¡Cuántas veces, Tomás, recuerdo tu bonhomía, tu
arrojo en tiempos de silencio!
No hay lugar más propio en la provincia para reunirnos hoy
que este, en el que se ensalza el tesoro de los pobres y la pretensión más
íntima de todos los humanos, la salud. Arropados por el manto de una de las
siete hermanas, celebremos que, entre todos, hemos hecho enfermar a la
pandemia, la hemos hecho beber su propia bilis y vaya si ha acusado el golpe.
Pero ojo, que la guerra aún no está ganada. Hay que redoblar esfuerzos para
rematarla y no olvidarnos nunca de los que se han ido.
Ha sido tan duro lo pasado, que nos va a quedar su reguero
para siempre. El maldito covid ha hecho temblar al mundo y nos ha puesto a
mirar al cielo. ¡Qué nunca más volvamos a vivir la muerte como la hemos sentido
en los últimos meses…! Y, claro, para eso hay que abrir las ventanas de la
atención sanitaria, que Aliste no sea símbolo de restricciones sino de
aperturas, que la salud hay que conquistarla y hay que hacerlo en primera
línea, en el campo de batalla con un ejército bien pertrechado de sanitarios.
Miserere mei, Deus, secúndum magnam misericórdiam tuam… Antes
de seguir adelante pido perdón por mi arrogancia, por estar aquí hablando de
una de una de las condiciones más sagradas de esta tierra, la de taparse para
protegerse, la de vestirse para ensalzar más lo que queda oculto, la de
utilizar una prenda con la intención de remarcar la humildad de una forma de
ser y de pensar, que aquí no es necesario gritar para que te oigan, que todo va
tan fluido como el río Frío en primavera.
Porque no es gratuito, ni un brindis al sol, el haber
empezado mi pregón hablando del sentir alistano y de su conexión íntima con el
sentir zamorano, no. Lo he hecho adrede, precisamente en esta atalaya levantada
para loar la capa pastoril y de honras. Y es que esta prenda es mucho más que
eso, mucho más que un vestido para protegerse del frío o para dar alcurnia a
quien lo porta. Es esencia y símbolo de esta tierra y encierra en su diseño y
en su geografía las razones intangibles que han ahormado la forma de ser y de
pensar de esta comarca, tan creativa en cultura popular, pero a la vez
defensora de lo propio, lo que entronca con su pasado vacceo y celta.
El pasacalles, alegre y distendido, que acabamos de vivir
escenifica la forma de ser de un pueblo que presume de su idiosincrasia, que se
muestra como es; que se tapa con la capa no para ocultar sino para abrirse al
mundo, para airear sus singularidades labradas en un pretérito que ha parido
arrugas preñadas por periodos de miseria, pero que ha alumbrado también
sapiencia y conocimiento natural, orgullo por unas tradiciones que están ahí,
revividas y engordadas y que tienen en las mascaradas la seña de identidad más
visible.
Por estas tierras ha florecido más que en ninguna otra esa
religiosidad popular a la que obliga la finitud de la vida humana, pero es una
creencia transigente y benevolente con la espita de la magia por donde salen
humores y dolores. No es casualidad que aquí haya encontrado el curanderismo su
tempero más criador. Siempre ha habido gentes con un halo especial, capaces de
sentir y hacer sentir a los demás, expendedoras del mejor fármaco, el que hace
creer, creerse y crecerse.
Que nadie se equivoque, que en esta comarca se cree en el más
allá, pero también en el más acá, que la vida es esperanza, pero la espera es
más llevadera con el olor y el sabor de las castañas asadas y de los “boletus
edulis” que huelen a gloria.
El tiempo vive aquí clavado a los muñones de pizarra con
estacas de alisos, robles y fresnos, pero no está muerto, que anda recogiendo
setas –y rolex- en los pinares. Que los entierros siguen convocándose a toque
de campana –dos esposas cuando fallece una mujer, tres cuando lo hace un
hombre- y a ellos, a los entierros, hay quienes acuden tapados con la capa, con
la misma a la que van a las bodas y a las fiestas patronales y que cuelgan
después junto al ordenador con el que se conectan con el mundo. Y si no lo
hacen más es porque no tienen cobertura ni velocidad, que hay que gritar para
que te dejen hablar y agarrarse al futuro con uñas y dientes.
Y es que los servicios en el ámbito rural no deben ser un
privilegio, son un derecho al que no hay que tapar con capillo y sí abrir sus “andillas”:
que quien vive en los pueblos debe tener a mano espejuelos y no sombras. Que no
es una dádiva lo que es de justicia, que lo natural es favorecer a quien siempre
ha dado mucho más de lo que ha recibido.
Que ahora que tanto se manosea la huella de carbono, que
alguien calcule y nos diga la nuestra, la de los que vivimos en los territorios
despoblados; que aquí no usamos aviones ni barcos, que aquí nos movemos entre
el verde natural y descontaminamos más que manchamos, ¡pues qué nos lo
reconozcan con servicios aunque sean deficitarios¡ ¿Es de justicia, no?
En esta jornada de exaltación de la capa alistana lo tenemos
que decir muy alto: queremos recuperar los hitos del pasado para que nos sirvan
de isletas donde refugiarnos de las riadas del presente y para que nos sirvan
también de pontones donde asegurar las pasarelas que nos han de conducir a un
futuro que tiene que ser necesariamente mejor. Y la túnica rústica que hoy nos
concentra aquí es uno de esos menhires para esta comarca y esta provincia
crisálida, tan necesitada de referentes y luminarias.
La capa alistana es más un sentimiento, una prenda-cuenco de
orgullos varios, que unas alas sincopadas de paño de lana de oveja merina o
castellana negra o marrón que antes era desechada por la industria del ramo por
poco agradecida al no admitir los tintes. El continente de hilo le presta su
geografía singular, de vuelo inacabado, su seriedad casi doliente, su
consistencia reñida con la porosidad, su escudo contra la lluvia y el frío; en
la lana perfumada de tomillo se esconde el trabajo callado, labrado a puro
degüello; pero la esencia de este vestido está en su contenido, en lo que airea
y resalta, en su significado: rusticidad, bonhomía, prestancia…, sentido
homenaje a los antepasados.
De “andillas” ajustadas que gatean por el cuerpo del humano,
brota el capillo como el agua en el manantial de Valdefrolina, para morir en
una esclavina jeribequeada donde se apoya inconsistente la chiva o borla; el
conjunto armonioso, niquelado, se adorna con caireles y en las piezas que tapan
hombros y cabeza se insertan adornos, grecas libres que combinan, casi con
divina proporción, líneas curvas y rectas y hasta algún corazón invertido que
invita a la amistad.
Así es la capa alistana de honras, un monumento al
equilibrio, a la prestancia, pensado más que para resaltar lo que ya hay, para
crear un conjunto nuevo, que vive por sí mismo, que crece verticalmente y apunta
al cielo. Es pura elegancia, chorros de estética que manan de la sencillez más
bella, la suma perfecta de imperfecciones.
La capa de honras sirvió para dar empaque y alcurnia rural,
que la nobleza también es condición del pueblo, a la indumentaria popular de la
zona, muy sencilla, sustentada en el traje formado por jubón, polainas y calzón
corto, adornados por una montera puntiaguda y asentado en borceguís muy
originales. El grupo Manteos y Monteras, que tan callada y extraordinaria labor
está haciendo en favor del folclore de la zona, es claro ejemplo de esta
vestimenta popular y espejo-puente de dos caras, la que une lo que fue con lo
que tiene que venir.
Pero por pura intuición no es difícil pensar que antes fue el
trabajo que la fiesta o el encuentro social, que la capa de honras es heredera
de esa otra más humilde, más lineal y exenta de caireles, con la que todavía
algunos pastores de la zona hacen un corte de mangas a los fríos cabrones del
invierno, esos que ventean los huesos y los comprimen hasta acurrucarlos debajo
de un paraguas, siempre negro e inmenso, cuando llega el agua revirada del
norte, que más que lluvia es pura y afilada cuchillada.
Porque esta capa que hoy ensalzamos ha cobijado sueños y
quereres, anhelos y sentimientos mundanos, pero, sobre todo, ha sido piel de la
tierra, cáscara de cultura rural, bálsamo de ventiscas, escudo de lluvia fina,
la que más cala. Bajo el paño pardo de lana de borrega, que huele a espigas
resequidas, ha encontrado cobijo el pastoreo, el oficio más cercano a Dios.
El pastor de estos pagos en todas sus versiones –extensivo, intensivo,
trashumante- siempre ha pensado para dentro, filósofo que ha aprendido las
lecciones que da la soledad de la solanera y los turbiones descarnados. Poco
poroso ante el frío y la lluvia, como el paño de la capa que lo ha
singularizado, ha tenido que engañar al miedo para resguardar a sus compañeras,
desamparadas, sin fuerza cuando huelen al lobo o estalla, rocosa y agreste, la
tormenta.
Esta sabiduría natural, que no se aprende en las
universidades, ha hecho aún más bendito el oficio de la ganadería que da vida y
hace brotar comida para disfrute de los demás. Honor a quien hace más fácil –y
rica- la existencia; honor a los dioses rurales que habitan en un santuario de
naturaleza rampante, preñada de vetas verdes, bituminosas y de luz.
La capa alistana siempre ha estado ahí, pegada al devenir de
esta tierra, entre vosotros, es vosotros, con ramificaciones también en Alba,
Tábara, Carballeda y los pagos rayanos de Tras Os Montes. Ha sido mullida en
los batanes más antiguos y ha sido compañera de trabajos y celebraciones mil;
pero necesita escribientes, doctores que diseccionen su historia, para
dignificarla y engrandecerla, para que nos digan si fue atuendo de los bardos
celtas, si llegó a caballo de los legionarios romanos o de las razias
musulmanas, o para saber si fue cogulla principal de los monjes de Santa María
de Moreruela.
La Asociación para el Estudio y Promoción de la Capa Alistana
(Apeca), que en apenas ocho años ha logrado sacar esta prenda del armario y de los
museos de ropa tradicional y elevarla a los altares, y nunca mejor dicho porque
ha convertido en capista pardo hasta al Papa Francisco, ya ha iniciado el
trabajo de desbroce y pronto nos sorprenderá con nuevas investigaciones que
añadir a las primeras ya concluidas.
Sabemos que ya habló de ella, en 1883, la revista que dirigía
Ursicino Álvarez resaltando sus recios pliegos, a los que comparó, de forma
satírica sin duda, con muros de mampostería. Y que el historiador zamorano la
diseccionó con una escueta definición: “corta y floreada esclavina y caperuza
con algunas labores y picoteado de paño zamorano con raros dibujos calados”. Y
que Santiago Méndez Plaza, en su exhaustivo estudio sobre las costumbres
comunales a finales del siglo XIX en Aliste, dejó escrito que la capa era traje
obligado en las bodas, como lo debió ser también en las ceremonias de cambio de
mando entre los alcaldes, costumbre que ahora, con buen criterio, se quiere
recuperar.
En los años cincuenta del pasado siglo, la capa alistana de
honras y respeto vivió su particular paso del Rubicón. Llegó a mediados de
siglo envuelta en la miseria de un tiempo oscuro, colgada en pajares y paneras
repletas de telarañas. A un paso de convertirse en mero objeto de estudio
etnográfico, casi por casualidad- o clarividencia de un puñado de jóvenes
zamoranos, impresionados por la estética de un desfile procesional en
Carbajales de Alba- pasó a convertirse en hábito de una nueva cofradía de la
Pasión capitalina.
La Hermandad Penitencial del Santísimo Cristo del Amparo, la
procesión de las Capas Pardas de Zamora, creó el paisaje para situar esta
prenda en el centro del mapa de la religiosidad semanasantera popular. Y ayudó
así a hacerla más reconocible en otros desfiles de mucha más antigüedad como
los de la Carrera, donde tiene gran protagonismo, o el Santo Entierro, los dos
de Bercianos, e impulsó, por mimetismo, otras procesiones en la comarca.
El nacimiento de Apeca ha blindado la urdimbre de la capa,
garantizando así su futuro. Queda mucho trabajo por hacer, pero el reto es
sugestivo y ambicioso. Esta prenda se ha convertido ya en emblema de la comarca
y de toda la provincia. En el aire, como titilando, respira el sueño de que un día
la capa alistana sea reconocida internacionalmente como lo que es, patrimonio
inmaterial de la humanidad.
Antes, por supuesto, debe llegar la declaración de bien de
interés cultural. El camino va a ser largo y apasionante y tendrá que sortear
obstáculos, pero que nadie tenga dudas: lloverán capas del cielo y los cientos
de prendas de ahora se convertirán en miles y el símbolo acabará, como no podía
ser menos, en centro visible de casas y palacios. San Martín de Tours, el
patrón de los capistas al que hoy honramos, se va a portar y repartirá capas a
diestro y siniestro para que nadie se quede sin el cobijo que da esta tierra a
sus hijos y allegados. Milagro es como se transmite la bonhomía de todos
aquellos que se han tapado durante siglos con esta prenda a sus nuevos
usuarios, milagro y motivo también de investigación.
La capa alistana tiene una deuda pendiente que ha de saldar
lo antes posible. Tiene que dejarse querer mucho más por las mujeres. No tiene
por qué ser una prenda exclusivamente masculina lo que nació para dar cobijo,
prestancia y elegancia a los humanos de ley. Hay que lucirla sin miedo, darle
cuerpo a sus vuelos, presumir de lo que significa, de lo que esconde. Nunca
será más visible una capa que si la lleva una mujer.
No puedo olvidarme a la hora de los reconocimientos de todos
aquellos que han hecho posible que la capa alistana esté más viva que nunca;
aquí, y hoy, tenemos el mejor ejemplo de vitalidad. Homenajeemos a quienes ya
se han ido y a esos otros, que también amantes de esta prenda, viven lejos de
la tierra donde nacieron o donde residieron sus antepasados. Aplaudamos, así
mismo, a los impulsores de la asociación que ha hecho posible este acto. Y
aunque es de justicia citar a dos de los pioneros, Ricardo Flecha y Félix
Marbán, han sido muchos los que han andado el camino. Gracias a todos.
Reconocimiento eterno también a Juan Gallego Baz, María Pérez
Martín, Rafaela Fernández Ramos, Domingo Fernández, Antonio Aureliano Ribeiro…
Y a todos los sastres y sastras que trabajan en el cielo y en la tierra y han
hecho posible el milagro de la capa parda. Ellos, artistas de las proporciones,
han completado y completan una obra perfecta que viene de abajo y se eleva,
gateando por los pespuntes, hacia la claridad que trasciende de la condición
humana. Sirva este acto para homenajearlos y también para reconocer el gesto de
María del Pilar Pinilla Gómez de apoyo a la Asociación para la Promoción y
Estudio de la Capa Alistana que preside Andrés Castaño Fernández.
Y antes de acabar les pido perdón por haberles robado unos
minutos largos de su vida. Espero, al menos, que hayan servido para reivindicar
con justicia la prenda más emblemática e histórica de la comarca alistana, que
es pasado, pero sobre todo que es futuro.
Elevemos plegarias a la Virgen de la Salud y a San Martín de
Tours para rogarles que mantengan viva la cultura de nuestros padres y abuelos,
que no dejen que el mundo rural se diluya por la gatera del olvido y la
despoblación, que preserven una sociedad rica y variada, cofre de las
enseñanzas de nuestros antepasados y que nos hagan avanzar hace el
entendimiento del pretérito como candela del futuro. Y, a ser posible, que ese
avance podamos hacerlo, rápido y seguro, en autovía.
Que nadie se muera en esta comarca y en esta provincia convencido
de que no va a ser acompañado por sus hijos en el viaje eterno.
Muchas gracias y salud, mucha salud.