lunes, 15 de noviembre de 2021

Presentación de Celedonio Pérez Sánchez como pregonero de la VIII Edición de la Exaltación de la Capa Parda Alistana

 


    D. CELEDONIO PÉREZ SÁNCHEZ es natural de Sanzoles del Vino. Un pequeño pueblo, que está ubicado apenas a 17 km de Zamora capital.

   Hijo de labradores, casado y padre de 2 hijos. Cursó sus estudios de periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, y tras una brillante carrera profesional, llegó a ser redactor jefe del diario La Opinión, el Correo de Zamora y presidente de la Asociación de la Prensa de Zamora.

   Un amigo suyo me lo definió como-- el MIGUEL DELIBES zamorano—y podríamos decir que dicha definición es un retrato de sus aficiones. 

    Veamos: además de ser un excelente periodista,  es un enamorado del mundo rural sobre el que tiene muchas y diversas publicaciones como el  libro titulado “El campo de Castilla y León de ayer a hoy”.

   Gran amante de los animales, quizás no tanto ellos de él, pues parece ser que cuando llega la época de caza, los dos perros que lleva consigo se vuelven extenuados al pueblo a media mañana, mientras él sigue con su cacería como si tal cosa.

   En 2011 recibió el premio nacional galgos, por su defensa de la caza de liebre con galgos.

   Defensor del control del lobo, especie que tantos disgustos causa a los pastores y ganaderos en esta tierra.

   Un ferviente apasionado de las tradiciones rurales,  especialmente del ZANGARRÓN de  Sanzoles y, no es que lo haya representado una vez como sería la ilusión de cualquiera de su pueblo, sino que ha repetido como protagonista, llevando sobre sus hombros el disfraz de zangarrón.  Fiesta de interés turístico regional sobre la que está estudiando y sobre la cual esperemos que publique sus investigaciones. Por tanto es un gran propulsor y defensor de las mascaradas de invierno de la provincia de Zamora. 

   Ha ejercido de moderador en tertulias y debates sobre el mundo rural, agrícola y podemos considerarlo como un agricultor tradicional que cava las cepas de sus vides a mano, a la antigua usanza, empleando su azada.

   En abril de 2019 pregonó de manera magistral la Pasión de Bercianos de Aliste. Pueblo cercano en cuyos impresionantes desfiles, desde siempre se porta como signo de religiosidad y devoción la prenda que hoy venimos a exaltar, la capa alistana.

   Lástima que no haya nadie perfecto, y este es también el caso del pregonero. Me he enterado, que cuando nació su hijo Rodrigo, un querido familiar suyo le quiso regalar al niño la equipación del Real Madrid, y Él al verla, no pudo sino que decir  “ si vienes con eso no entras en la casa”.

   Bromas aparte, recibamos con un fuerte aplauso al pregonero  de este año D. Celedonio Pérez Sánchez.

 

 

 Alcañices a 14 de Noviembre de 2021.

Pregón de la VIII Edición de la "Exaltación de la Capa Parda Alistana"

 


PREGÓN DE EXALTACIÓN DE LA CAPA ALISTANA

 

Alcañices, domingo 14 de noviembre de 2021, segundo año de pandemia

Celedonio Pérez Sánchez

 


 

   Con la venia… Buen y especial día para todos, para autoridades civiles y eclesiásticas, para alistanos, alistanas y acompañantes que llenáis este recinto sagrado con el afán de exaltar la capa alistana y reforzar ese espíritu de singularidad que viste de los pies a la cabeza a esta comarca, que ha logrado extender su aura a toda la provincia y que, sin quererlo, ha sustanciado en cuna de la zamoranía, como ya aireó en su día Francisco Rodríguez Pascual, por cierto, albarino y alistano de pro.

   Porque eso es Aliste, el corazón de Zamora, quien ha conformado la manera de ser de esta geografía de pistola. Si alguien, irresponsable, se atrevió alguna vez a hablar mal de esta tierra, a ningunear sus campos, a desfigurar a los carracucos, que calle para siempre; enterremos su mensaje en un erial y plantemos un aliso para que colonice los malos pensamientos. La condición alistana está en el origen del ser zamorano y que nadie lo dude, que nadie lo dude, repito.

   Zamoranos de aquí y de allá, de las tierras de campos, pan y vino, de la seminal vega de Toro, de los bermellones valles benaventanos, de la verde Sanabria, de la pedernal Sayago y la tinta Guareña, todos somos alistanos porque vosotros nos habéis hecho profundos y reflexivos, un poco victimistas, eso sí, pero siempre agarrados a la realidad de un clima afilado que pone a cada cual en su sitio, que aquí los campanarios solo sirven de altavoz para que se oigan más recias las campanas.

   Para mí, el día de hoy, tiene una significación muy especial y ahí quedará, agarrado a mi condición más íntima, pintado en rojo en mi calendario vital. Estar aquí en este púlpito sagrado, en el Santuario Mariano de Peregrinación de Nuestra Señora de la Virgen de la Salud, será imposible de olvidar, como un anhelo que madura con el sol sanguíneo de noviembre y se hace historia. Gracias Asociación de Promoción y Estudio de la Capa Alistana, gracias Andrés, gracias Felipe, gracias Chani.

  ¿Cuántos hombres y mujeres habrán pisado este suelo, en los casi quinientos años de historia del templo? Por entre estos bancos y piedras pulula el legado de un sentir verdipardo, marquesado de buena  gente, de esa que antes de hablar sabe lo que quiere decir. Y lo expresa con todas sus consecuencias. Echo en falta, sobre todo a un alcañizano, a mi amigo Tomás Carrión, el alcalde que inventó la frase de que mi pueblo es mi partido. ¡Cuántas veces, Tomás, recuerdo tu bonhomía, tu arrojo en tiempos de silencio!

   No hay lugar más propio en la provincia para reunirnos hoy que este, en el que se ensalza el tesoro de los pobres y la pretensión más íntima de todos los humanos, la salud. Arropados por el manto de una de las siete hermanas, celebremos que, entre todos, hemos hecho enfermar a la pandemia, la hemos hecho beber su propia bilis y vaya si ha acusado el golpe. Pero ojo, que la guerra aún no está ganada. Hay que redoblar esfuerzos para rematarla y no olvidarnos nunca de los que se han ido.

   Ha sido tan duro lo pasado, que nos va a quedar su reguero para siempre. El maldito covid ha hecho temblar al mundo y nos ha puesto a mirar al cielo. ¡Qué nunca más volvamos a vivir la muerte como la hemos sentido en los últimos meses…! Y, claro, para eso hay que abrir las ventanas de la atención sanitaria, que Aliste no sea símbolo de restricciones sino de aperturas, que la salud hay que conquistarla y hay que hacerlo en primera línea, en el campo de batalla con un ejército bien pertrechado de sanitarios.

   Miserere mei, Deus, secúndum magnam misericórdiam tuam… Antes de seguir adelante pido perdón por mi arrogancia, por estar aquí hablando de una de una de las condiciones más sagradas de esta tierra, la de taparse para protegerse, la de vestirse para ensalzar más lo que queda oculto, la de utilizar una prenda con la intención de remarcar la humildad de una forma de ser y de pensar, que aquí no es necesario gritar para que te oigan, que todo va tan fluido como el río Frío en primavera.

   Porque no es gratuito, ni un brindis al sol, el haber empezado mi pregón hablando del sentir alistano y de su conexión íntima con el sentir zamorano, no. Lo he hecho adrede, precisamente en esta atalaya levantada para loar la capa pastoril y de honras. Y es que esta prenda es mucho más que eso, mucho más que un vestido para protegerse del frío o para dar alcurnia a quien lo porta. Es esencia y símbolo de esta tierra y encierra en su diseño y en su geografía las razones intangibles que han ahormado la forma de ser y de pensar de esta comarca, tan creativa en cultura popular, pero a la vez defensora de lo propio, lo que entronca con su pasado vacceo y celta.

   El pasacalles, alegre y distendido, que acabamos de vivir escenifica la forma de ser de un pueblo que presume de su idiosincrasia, que se muestra como es; que se tapa con la capa no para ocultar sino para abrirse al mundo, para airear sus singularidades labradas en un pretérito que ha parido arrugas preñadas por periodos de miseria, pero que ha alumbrado también sapiencia y conocimiento natural, orgullo por unas tradiciones que están ahí, revividas y engordadas y que tienen en las mascaradas la seña de identidad más visible.

   Por estas tierras ha florecido más que en ninguna otra esa religiosidad popular a la que obliga la finitud de la vida humana, pero es una creencia transigente y benevolente con la espita de la magia por donde salen humores y dolores. No es casualidad que aquí haya encontrado el curanderismo su tempero más criador. Siempre ha habido gentes con un halo especial, capaces de sentir y hacer sentir a los demás, expendedoras del mejor fármaco, el que hace creer, creerse y crecerse.

   Que nadie se equivoque, que en esta comarca se cree en el más allá, pero también en el más acá, que la vida es esperanza, pero la espera es más llevadera con el olor y el sabor de las castañas asadas y de los “boletus edulis” que huelen a gloria.

   El tiempo vive aquí clavado a los muñones de pizarra con estacas de alisos, robles y fresnos, pero no está muerto, que anda recogiendo setas –y rolex- en los pinares. Que los entierros siguen convocándose a toque de campana –dos esposas cuando fallece una mujer, tres cuando lo hace un hombre- y a ellos, a los entierros, hay quienes acuden tapados con la capa, con la misma a la que van a las bodas y a las fiestas patronales y que cuelgan después junto al ordenador con el que se conectan con el mundo. Y si no lo hacen más es porque no tienen cobertura ni velocidad, que hay que gritar para que te dejen hablar y agarrarse al futuro con uñas y dientes.

   Y es que los servicios en el ámbito rural no deben ser un privilegio, son un derecho al que no hay que tapar con capillo y sí abrir sus “andillas”: que quien vive en los pueblos debe tener a mano espejuelos y no sombras. Que no es una dádiva lo que es de justicia, que lo natural es favorecer a quien siempre ha dado mucho más de lo que ha recibido.

   Que ahora que tanto se manosea la huella de carbono, que alguien calcule y nos diga la nuestra, la de los que vivimos en los territorios despoblados; que aquí no usamos aviones ni barcos, que aquí nos movemos entre el verde natural y descontaminamos más que manchamos, ¡pues qué nos lo reconozcan con servicios aunque sean deficitarios¡ ¿Es de justicia, no?

   En esta jornada de exaltación de la capa alistana lo tenemos que decir muy alto: queremos recuperar los hitos del pasado para que nos sirvan de isletas donde refugiarnos de las riadas del presente y para que nos sirvan también de pontones donde asegurar las pasarelas que nos han de conducir a un futuro que tiene que ser necesariamente mejor. Y la túnica rústica que hoy nos concentra aquí es uno de esos menhires para esta comarca y esta provincia crisálida, tan necesitada de referentes y luminarias.

   La capa alistana es más un sentimiento, una prenda-cuenco de orgullos varios, que unas alas sincopadas de paño de lana de oveja merina o castellana negra o marrón que antes era desechada por la industria del ramo por poco agradecida al no admitir los tintes. El continente de hilo le presta su geografía singular, de vuelo inacabado, su seriedad casi doliente, su consistencia reñida con la porosidad, su escudo contra la lluvia y el frío; en la lana perfumada de tomillo se esconde el trabajo callado, labrado a puro degüello; pero la esencia de este vestido está en su contenido, en lo que airea y resalta, en su significado: rusticidad, bonhomía, prestancia…, sentido homenaje a los antepasados.

  De “andillas” ajustadas que gatean por el cuerpo del humano, brota el capillo como el agua en el manantial de Valdefrolina, para morir en una esclavina jeribequeada donde se apoya inconsistente la chiva o borla; el conjunto armonioso, niquelado, se adorna con caireles y en las piezas que tapan hombros y cabeza se insertan adornos, grecas libres que combinan, casi con divina proporción, líneas curvas y rectas y hasta algún corazón invertido que invita a la amistad.

  Así es la capa alistana de honras, un monumento al equilibrio, a la prestancia, pensado más que para resaltar lo que ya hay, para crear un conjunto nuevo, que vive por sí mismo, que crece verticalmente y apunta al cielo. Es pura elegancia, chorros de estética que manan de la sencillez más bella, la suma perfecta de imperfecciones.

   La capa de honras sirvió para dar empaque y alcurnia rural, que la nobleza también es condición del pueblo, a la indumentaria popular de la zona, muy sencilla, sustentada en el traje formado por jubón, polainas y calzón corto, adornados por una montera puntiaguda y asentado en borceguís muy originales. El grupo Manteos y Monteras, que tan callada y extraordinaria labor está haciendo en favor del folclore de la zona, es claro ejemplo de esta vestimenta popular y espejo-puente de dos caras, la que une lo que fue con lo que tiene que venir.

   Pero por pura intuición no es difícil pensar que antes fue el trabajo que la fiesta o el encuentro social, que la capa de honras es heredera de esa otra más humilde, más lineal y exenta de caireles, con la que todavía algunos pastores de la zona hacen un corte de mangas a los fríos cabrones del invierno, esos que ventean los huesos y los comprimen hasta acurrucarlos debajo de un paraguas, siempre negro e inmenso, cuando llega el agua revirada del norte, que más que lluvia es pura y afilada cuchillada.

  Porque esta capa que hoy ensalzamos ha cobijado sueños y quereres, anhelos y sentimientos mundanos, pero, sobre todo, ha sido piel de la tierra, cáscara de cultura rural, bálsamo de ventiscas, escudo de lluvia fina, la que más cala. Bajo el paño pardo de lana de borrega, que huele a espigas resequidas, ha encontrado cobijo el pastoreo, el oficio más cercano a Dios.

  El pastor de estos pagos en todas sus versiones –extensivo, intensivo, trashumante- siempre ha pensado para dentro, filósofo que ha aprendido las lecciones que da la soledad de la solanera y los turbiones descarnados. Poco poroso ante el frío y la lluvia, como el paño de la capa que lo ha singularizado, ha tenido que engañar al miedo para resguardar a sus compañeras, desamparadas, sin fuerza cuando huelen al lobo o estalla, rocosa y agreste, la tormenta.

   Esta sabiduría natural, que no se aprende en las universidades, ha hecho aún más bendito el oficio de la ganadería que da vida y hace brotar comida para disfrute de los demás. Honor a quien hace más fácil –y rica- la existencia; honor a los dioses rurales que habitan en un santuario de naturaleza rampante, preñada de vetas verdes, bituminosas y de luz.

   La capa alistana siempre ha estado ahí, pegada al devenir de esta tierra, entre vosotros, es vosotros, con ramificaciones también en Alba, Tábara, Carballeda y los pagos rayanos de Tras Os Montes. Ha sido mullida en los batanes más antiguos y ha sido compañera de trabajos y celebraciones mil; pero necesita escribientes, doctores que diseccionen su historia, para dignificarla y engrandecerla, para que nos digan si fue atuendo de los bardos celtas, si llegó a caballo de los legionarios romanos o de las razias musulmanas, o para saber si fue cogulla principal de los monjes de Santa María de Moreruela.

  La Asociación para el Estudio y Promoción de la Capa Alistana (Apeca), que en apenas ocho años ha logrado sacar esta prenda del armario y de los museos de ropa tradicional y elevarla a los altares, y nunca mejor dicho porque ha convertido en capista pardo hasta al Papa Francisco, ya ha iniciado el trabajo de desbroce y pronto nos sorprenderá con nuevas investigaciones que añadir a las primeras ya concluidas.

  Sabemos que ya habló de ella, en 1883, la revista que dirigía Ursicino Álvarez resaltando sus recios pliegos, a los que comparó, de forma satírica sin duda, con muros de mampostería. Y que el historiador zamorano la diseccionó con una escueta definición: “corta y floreada esclavina y caperuza con algunas labores y picoteado de paño zamorano con raros dibujos calados”. Y que Santiago Méndez Plaza, en su exhaustivo estudio sobre las costumbres comunales a finales del siglo XIX en Aliste, dejó escrito que la capa era traje obligado en las bodas, como lo debió ser también en las ceremonias de cambio de mando entre los alcaldes, costumbre que ahora, con buen criterio, se quiere recuperar.

   En los años cincuenta del pasado siglo, la capa alistana de honras y respeto vivió su particular paso del Rubicón. Llegó a mediados de siglo envuelta en la miseria de un tiempo oscuro, colgada en pajares y paneras repletas de telarañas. A un paso de convertirse en mero objeto de estudio etnográfico, casi por casualidad- o clarividencia de un puñado de jóvenes zamoranos, impresionados por la estética de un desfile procesional en Carbajales de Alba- pasó a convertirse en hábito de una nueva cofradía de la Pasión capitalina.

   La Hermandad Penitencial del Santísimo Cristo del Amparo, la procesión de las Capas Pardas de Zamora, creó el paisaje para situar esta prenda en el centro del mapa de la religiosidad semanasantera popular. Y ayudó así a hacerla más reconocible en otros desfiles de mucha más antigüedad como los de la Carrera, donde tiene gran protagonismo, o el Santo Entierro, los dos de Bercianos, e impulsó, por mimetismo, otras procesiones en la comarca.

   El nacimiento de Apeca ha blindado la urdimbre de la capa, garantizando así su futuro. Queda mucho trabajo por hacer, pero el reto es sugestivo y ambicioso. Esta prenda se ha convertido ya en emblema de la comarca y de toda la provincia. En el aire, como titilando, respira el sueño de que un día la capa alistana sea reconocida internacionalmente como lo que es, patrimonio inmaterial de la humanidad.

   Antes, por supuesto, debe llegar la declaración de bien de interés cultural. El camino va a ser largo y apasionante y tendrá que sortear obstáculos, pero que nadie tenga dudas: lloverán capas del cielo y los cientos de prendas de ahora se convertirán en miles y el símbolo acabará, como no podía ser menos, en centro visible de casas y palacios. San Martín de Tours, el patrón de los capistas al que hoy honramos, se va a portar y repartirá capas a diestro y siniestro para que nadie se quede sin el cobijo que da esta tierra a sus hijos y allegados. Milagro es como se transmite la bonhomía de todos aquellos que se han tapado durante siglos con esta prenda a sus nuevos usuarios, milagro y motivo también de investigación.

   La capa alistana tiene una deuda pendiente que ha de saldar lo antes posible. Tiene que dejarse querer mucho más por las mujeres. No tiene por qué ser una prenda exclusivamente masculina lo que nació para dar cobijo, prestancia y elegancia a los humanos de ley. Hay que lucirla sin miedo, darle cuerpo a sus vuelos, presumir de lo que significa, de lo que esconde. Nunca será más visible una capa que si la lleva una mujer.

    No puedo olvidarme a la hora de los reconocimientos de todos aquellos que han hecho posible que la capa alistana esté más viva que nunca; aquí, y hoy, tenemos el mejor ejemplo de vitalidad. Homenajeemos a quienes ya se han ido y a esos otros, que también amantes de esta prenda, viven lejos de la tierra donde nacieron o donde residieron sus antepasados. Aplaudamos, así mismo, a los impulsores de la asociación que ha hecho posible este acto. Y aunque es de justicia citar a dos de los pioneros, Ricardo Flecha y Félix Marbán, han sido muchos los que han andado el camino. Gracias a todos.

   Reconocimiento eterno también a Juan Gallego Baz, María Pérez Martín, Rafaela Fernández Ramos, Domingo Fernández, Antonio Aureliano Ribeiro… Y a todos los sastres y sastras que trabajan en el cielo y en la tierra y han hecho posible el milagro de la capa parda. Ellos, artistas de las proporciones, han completado y completan una obra perfecta que viene de abajo y se eleva, gateando por los pespuntes, hacia la claridad que trasciende de la condición humana. Sirva este acto para homenajearlos y también para reconocer el gesto de María del Pilar Pinilla Gómez de apoyo a la Asociación para la Promoción y Estudio de la Capa Alistana que preside Andrés Castaño Fernández.

   Y antes de acabar les pido perdón por haberles robado unos minutos largos de su vida. Espero, al menos, que hayan servido para reivindicar con justicia la prenda más emblemática e histórica de la comarca alistana, que es pasado, pero sobre todo que es futuro.

   Elevemos plegarias a la Virgen de la Salud y a San Martín de Tours para rogarles que mantengan viva la cultura de nuestros padres y abuelos, que no dejen que el mundo rural se diluya por la gatera del olvido y la despoblación, que preserven una sociedad rica y variada, cofre de las enseñanzas de nuestros antepasados y que nos hagan avanzar hace el entendimiento del pretérito como candela del futuro. Y, a ser posible, que ese avance podamos hacerlo, rápido y seguro, en autovía.

   Que nadie se muera en esta comarca y en esta provincia convencido de que no va a ser acompañado por sus hijos en el viaje eterno.

 

Muchas gracias y salud, mucha salud.