viernes, 26 de enero de 2018

MI ÚLTIMO RECUERDO DEL CARNAVAL EN TOLILLA DE ALISTE



         
Por supuesto no recuerdo las fechas, pero lo común es que el Martes de Carnaval, fecha específica y única de la celebración de esta fiesta pagana en la comarca de Aliste, fuera en el mes de Febrero de cada año, no era tan común que cayera en el mes de Marzo.

          Me estoy refiriendo al Carnaval del año 1932 ¡Ochenta años atrás! cuando todavía vivían mis abuelos Juana (abuela putativa materna, segunda mujer por viudez de mi abuelo materno Simón, que fue la abuela que más quise, al ser muy comunicativa y complaciente) y mi abuelo paterno Francisco, fallecido en los primeros días de Agosto de ese año 1932. Mi abuela Juana moriría en Marzo de 1933.

          Con esos fallecimientos, luto familiar de por medio, ya las familias por dos años no celebrarían las fiestas, en sus manifestaciones externas y públicas. Por añadidura en 1934, falleció el tío de mi madre Juan, padre de los primos hermanos de mi madre, por doble enlace, Marciano, Antolín, Celedonio, Domingo e Isaac; en Abril de 1935, moría mi abuela paterna María, de manera que de 1933 a 1936, ambos inclusive, no hubo celebraciones públicas en la familia, más allá de las íntimas, con frituras de sartén (con tres patas) con manteca de cerdo sola o mezclada con aceite, puesta encima de las brasas de la lumbre , para freír las torrijas y fiyuelas/fillogas.

          Estas frituras, pesadas a la digestión y deseadas por el paladar, ya venían cargadas desde la mañana, si como es mi caso, con menos de 03 años y medio, todavía puedo hilvanar el vídeo de los recuerdos a 80 años vista. En memoria de ellos, por los vínculos emocionales que conllevan, voy al relato de ese día del Martes de Carnaval de ¡ 1932 ! :

          Era tradicional, la celebración desde la media mañana, por la totalidad de los vecinos del Pueblo: Padres, madres, hijas, hijos, abuelas, abuelos, suegras, suegros (todos, menos los dedicados al cuidado de las haciendas, en especial los pastores/pastoras dedicados al cuidado de los rebaños de ovejas), reunidos en la Casa del Concejo, o en sus alrededores, como fue el caso de 1932, donde esa mañana ( y el resto del día), se presentó con un sol brillante y sin viento, con la mejor voluntad que podía disponer el todavía invernal Febrero, ya alumbrado por adelantadas abubillas, cigüeñas y golondrinas, que entonaban los primeros himnos primaverales de canto a la Vida.

          El vino (tinto) de celebración, era a cargo del Concejo, formado por el Alcalde pedáneo del Pueblo (mi padre), dos Concejales (Marciano Álvarez, primo hermano de mi madre, de doble enlace) y mi padrino (Rafael Álvarez). De los dos Regidores no puedo dar razón, al no recordar quiénes eran.

          Los fondos dinerarios (para el vino) destinados a esas reuniones extraordinarias de celebración, más los de la reuniones ordinarias del Concejo en sí, o del Concejo ampliado con los jefes de familia, provenían en general de la venta de leña, encinas/jaras, de los montes comunales del Pueblo (Tolilla de Aliste).

          La parte alimentaria ó comida, era a cargo de cada una de las familias, que básicamente eran Tortillas de patatas y cebolla, huevos cocidos/duros cortados en mitades, sazonados con aceite, sal, vinagre y pimentón, jamón crudo curado por más de un año, y chorizo tipo candelario/cantimpalo, de las últimas matanzas de Diciembre, con rebanadas de pan de hogaza, cocido en los respectivos hornos a leña, que tenían todos y cada uno de los vecinos en sus casas.

          Luego de esas comidas mañaneras, que en el año referido de 1932, se hizo a la luz y calor del Sol, en la barranca arriba de la Casa Concejo, desde la que era la Casa de la tía Catalina Casas, y unos pajares a ambos lados, en declive hacia el tradicional arrojo cíclico de la Guadiana ( hoy convenientemente entubado), originado en las tierras, prados y praderas que orientaban el curso de las aguas hacía la parte de arriba del Pueblo, para discurrir Pueblo abajo, por las calles de la Moral y la parte baja de la calle Real, para desembocar en el Río Mena en la azuda(azud) de los Lavaderos, donde las lavanderas, amas de casa, de rodillas y con panes de jabón ( en general de la marca Andújar) sobre la ropa encima de lajas lisas de piedra, a fuerza de apretujones y golpes, lavaban la ropa, y la tendían al sol sobre las praderas circundantes ¡ Qué trabajos, entre muchos, Señor!

          Los mozos y mozas, hechos y derechos, luego de las ingestas, comenzaban sus pulverizaciones recíprocas con harina y ceniza; como prolegómenos al baile de la noche. Naturalmente, más ceniza que harina, pues esta era un bien destinado al alimento de los animales (cerdos, vacas, burros, etc), que la economía de la Comarca no podía malgastar, ni aún para Carnaval. La mocedad, se estaba preparando para el baile nocturno, bien fuera en la Casa Concejo, a la luz de candiles a petróleo con mecha, o si la noche lo permitía, con o sin luna, en la Plaza del Rincón: de un lado la Calle Real, del otro, los frentes de la las casas de Marciano Álvarez y hermanos, la nuestra de Arriba, el portal del tío Santos Casas, y el lateral externo, con poyo largo de piedra incluido y rincón de lumbre, de un pajar del tío Vicente Cruz.

          En el medio de la Plaza, creo que ya estaba plantado por Celedonio (Álvarez) un negrillo, que con los años llegó a ser símbolo de la Plaza, hasta ser liquidado por la epidemia de “grafiosis”, como todos los demás, bien abundantes en corrales abiertos, y cortinas aledañas de perspectivas urbanas, que en mis tiempos de niñez/primera juventud, eran refugios de nidos de negrilleros y jilgueros, con el valor añadido, de ser los proveedores naturales de las hojas de primavera/verano para alimento de los cerdos, con el agregado de grano integral molido y agua.

          Volvamos a la celebración alimentaria:Yo, primero me acoplé al mantel tendido por mi madre, con mi padre, pues mi hermano Paco con 04 meses o menos, había quedado al cuidado de nuestra abuela paterna María, que aquejada por sus años y molestias en sus piernas con varices, salía poco de casa.

         Luego di un paso hacia el mantel tendido por mi abuela Juana, mi abuelo Simón, y sus hijos Ángel y Agustino ( mi tío Teodoro no estaba por ser el pastor oficial), todos comimos huevos cocidos aderezados, tortilla con patatas, cebolla y trocitos de chorizo. De manera que para mi gusto era un día de disfrute, por las comidas y,  para mi, la novedosa y bullanguera fiesta.

          Yo que era bastante ansioso para comer, y de buen apetito, debo haber pasado por alto la “raya roja”, aceptando cuanta invitación se me formulara de propios y extraños; y esa comilona me pasó factura, como luego expresaré, al comienzo de la noche, ya en presencia de los fritos de Torrijas y Fiyuelas.

          En un momento dado, mi madre me mandó a Casa para ver qué estaba haciendo mi hermano Paco ( como dije de 3-4 meses) al cuidado transitorio de la abuela María, nuestra abuela paterna.

          Fui a Casa, y estaba durmiendo en la cuna chiquita, pues había dos cunas de madera que creo había hecho el abuelo Domingo, nuestro bisabuelo materno, para sus hijos : Martina, Simón(mi abuelo materno),Francisco, Fermín, Pablo, Daniel y Rita. Recuerdo que la cuna grande en la cabecera, tenía esta inscripción : 28-09-1879. Simón Álvarez ( fecha de nacimiento de mi abuelo Simón).

          Luego de inspeccionar, por delegación de mi madre, el sueño de mi hermano (Paco), volvía hacia la barranca de la Casa Concejo, donde estaba la celebración y el jolgorio de los mozos y mozas, que eran bastantes, incluidos los aspirantes próximos a serlo. Calle Real arriba, subida por la Cuesta de las Paneras. De repente, Cuesta abajo danzando en movimientos de zigzag hacia mi, veo una mujer arriba de unos zancos dando gruñidos y bufidos, vestida con un manteo amarillo con cintas negras en el ruedo, medias blancas, botas, mantón merino cruzado sobre la camisa de lino bordada, pañuelo merino en la cabeza, con una careta o máscara en la cara, tan horrible que por años no pude olvidar. Lleno de terror y pánico, retrocedí y por el lado de la Moral salí disparado hacia la Casa Concejo, a refugiarme en mi abuela Juana. Fue tal el susto, que creo que ahí empezó la indigestión, que hizo eclosión en las primeras horas de la noche. Luego me enteré que el fantasma era el primo hermano de mi madre Marciano que se había disfrazado de mujer, y la careta formaba parte de una serie que el tío Daniel, hermano de mi abuelo Simón (en su día) había traído de Argentina en su primer viaje. Luego volvería, ya casado en España. Esa visión terrorífica, me siguió acompañando por varios años.

        Entrada la Noche del Martes de Carnaval de 1932, mi madre hacía los aprestos para las Torrijas y Fiyuelas, que era el cierre de los festejos libres, dado que el día siguiente era el Miércoles de Ceniza, que como decía una vieja canción, creo que escuchada de mi madre: “Miércoles de Ceniza/que triste vienes/ con cuarenta y seis días/ todos de viernes”. Lo que tradicionalmente significaba entrar en la abstinencia y el ayuno, hasta la Pascua de la Resurrección. Luego llegarían las Bulas, una especie de bonos vaticanos recaudatorios, que limitaban las exigencias de “abstinencia y ayuno” sólo a los viernes de cuaresma.

         Mientras los aprestos básicos del Carnaval 1932, eran movilizados por mi madre (Balbina):Sartenes con aceite y manteca, una para las Torrijas, rebanadas de hogaza de pan rebozadas en huevo batido; la otra lista para los buñuelos/fiyuelas de masa de harina batida con huevos y esencia de anís; yo estaba en la cabecera del escaño de la cocina, con mucho malestar estomacal y tiritona. Cuando llegó el olor de la fritura, que en condiciones normales me hubiera producido gran placer y expectativa de sabores gratos, mi estado de saturación no lo permitió. De repente tuve que salir corriendo hacia el corral de adelante, pero no llegué; las arcadas y espasmos no me dieron tiempo, y dejé el tendal de tortilla, huevos cocidos, pan, jamón y chorizo en el portal, al lado del carro, con un sabor especial a “miedo de careta o máscara”, que me obligaron a ir maltrecho a  la cama. Mientras tanto, los comensales disfrutaban las torrijas y las fiyuelas elaboradas por mi madre. Los comensales, en la mesa móvil de la cocina eran: Mi padre (Pablo), mi madre (Balbina), mis abuelos paternos (Francisco y María), mi tío Simón y su hijo Domingo (Casas), primo hermano nuestro. Mi hermano Paco, sin enterarse del festejo. Yo a cierta distancia, en el sobrado de afuera, supongo que durmiendo, luego de la tormenta gastrointestinal, generada por excesos, y coronada con una buena cuota de miedo.

         Ayer 21, y hoy 22, de Febrero de 2012 ,Martes de Carnaval y Miércoles de Ceniza, me han traído a la memoria mi primer y único Carnaval celebrado en Tolilla de Aliste, mi pueblo de origen.

(1).Nota. Voy a intentar recordar los mozos/mozas de Tolilla por los Carnavales de 1932, más o menos a partir de los 15 años: María González Prieto; Cándida, Rufina y Julia; mi tía Victorina, y mis tíos Ángel y Teodoro; Marciano, Antolín, Celedonio, Domingo e Isaac; Matea, Julián, Isidoro; Atilano; María y Quica; Dorotea; Cristina y Ángel; Valentina, Andrea, Tomás, Anastasia y Dionisia; Paula y Celestino; Teodoro y Manuel; Domingo (mi primo); Domingo, Jacinto y Pedro .Total 34. Mozas:15.Mozos:19.


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jueves, 25 de enero de 2018

DISFRUTE NATURAL POR LAS TIERRAS DE ALISTE

¿QUIÉN SE ACUERDA DEL DISFRUTE NATURAL POR LAS TIERRAS DE ALISTE?





Por Simón KATON ÁLVAREZ. Desde Buenos Aires.







I-Prefacio:

Desde este verano subtropical de la ciudad de Buenos Aires, 2011 ( estamos prontos con  un mes de verano adentro, ahora cerca de dos), casi rodeado por agua dulce y caliente a nivel del mar cero, primero por los enormes corredores de aluvión y torrentosos de gran profundidad del Delta del Paraná/Uruguay, aguas originadas en las selvas del Trópico de Capricornio de Brasil, Paraguay, Argentina y Bolivia, para luego transformarse en el Río de la Plata desde las riberas del Tigre (ciudad de Argentina), el Río color León, al decir de poetas, de unos 274 kilómetros de longitud y otros 230 kilómetros de anchura, desde las costas argentinas a las uruguayas, que con nitidez en vista aérea se percibe una franja demarcatoria, donde el agua salada del Atlántico, por su mayor densidad y menor temperatura, hace una represa virtual que retiene el agua dulce, hasta que cumplidas las leyes físicas de densidad, temperatura y otras, la dulce es absorbida por la salobre, para desaparecer; que al decir de Jorge Manrique: “…Los ríos que van a dar a la mar / qu´es el morir / allá van los señoríos derechos a se acabar y confundir…”

Luego de este introito Porteño ( los vecinos de Buenos Aires, son los porteños), sin perjuicio de que por ahí haya alguna nueva invasión pacífica de letras, vamos a situarnos en los ámbitos de la comarca de Aliste, en especial el de Tolilla de Aliste, que seguro no será el mejor, pero es el que mejor conozco y, es mi Pueblo de origen. Aparte de tener enterrados en el Cementerio, casi todos los genes de mis predecesores inmediatos, desde por lo menos casi la totalidad de mis bisabuelos, maternos y paternos.

Hay un elemento previo, que no quiero pasar por alto, y es un homenaje extraordinario a todas las mujeres de Aliste, que en su rol de mujeres, pero en especial a su turno como esposas, madres y cuidadoras de toda la familia, a lo que en algunos de mis escritos para la Web de Aliste me he referido con anterioridad. Hoy el homenaje de admiración  va orientado a sus virtudes de administrar los escasos recursos alimenticios familiares de todo un año, sin más herramientas que su intuición, sus cálculos mentales para el uso adecuado de las raciones, medidas de las mismas, sus mezclas más nutritivas y rendidoras y la disciplina  tenaz de llegar al fin del período anual con el claro objetivo de conseguir algún sobrante. Y conste, que las modernas herramientas de tecnología aplicadas, derivadas de los estudios de las CCs de administración de recursos, de la actual sociedad de consumo de la abundancia, serían incapaces de sustituir las capacidades de previsión y cálculos de aquellas amas de casa ancestrales, administradoras de las necesidades, el minifundio y la acotada disposición de recursos.

¡ Se merecen un monumento simbólico en el centro de Aliste, con la suficiente altura para ser divisado desde todos los términos de la Comarca ! Y, una inscripción, más o menos así:” A LAS HEROICAS MUJERES DE ALISTE, QUE GANARON LA BATALLA DE LA VIDA DE SUS FAMILIAS, EN LA LUCHA CONTRA LAS NECESIDADES Y LAS ESCASECES DE RECURSOS”.

Qué mejor manera había de distribuir durante todo un año, estos recursos limitados – y racionados al buen uso y distribución-, en orden a la frecuencia:

01).Las patatas (papas) de uso diario, muchas veces en las tres comidas diarias. Seguramente el alimento que mas se avenía a todo tipo de combinación: Solas, cocidas con otros alimentos, en guisos variados: con carnes, con liebre, con conejo, con arroz y raspas de bacalao ( uno de los para mi más recordados)  y otras variantes. Ya decía la cultura popular: Por la mañana, patatas; al mediodía patatolas ; y, a la noche, patatas solas.02).El pan, de uso necesario y cultural de toda comida, amasado con levadura
(hurmiento / furmiento, rotatorio entre vecinas en Aliste) por las madres alistanas en hogazas, cocidas en el propio horno de leña cada quince días, más o menos, que en la época de las Pascuas de Resurrección ( mes de marzo o  abril de cada año), venían con el aguinaldo del “hornazo”, una o dos tortas u hogazas salpicadas por el todavía jugoso chorizo y untuoso tocino de las matanzas de diciembre del año anterior, que se expresaban a la vista con los colores rojos del pimentón y el ocre de la grasa del tocino churruscada ( yo de noche, con el hornazo, siempre me tenía que levantar a beber agua). El pan era en la Comarca el alimento más arraigado, derivado del trigo, propio de la cultura Mediterránea, muy demandado, de bajo rendimiento gramíneo en Aliste y, de consumo familiar “muy controlado y medido”, por la poca productividad y poca cantidad disponible (1).
Como comentario especial, el día que se hacía el pan, muchas veces se hacía con el recién hecho “sopa en vino con azúcar”.Y mi padre comentaba el dicho:”Sopa en vino no emborracha, pero alegra la muchacha”.

03).El tocino, que en general era parte de toda comida cotidiana, proveedor normal de grasas, proteínas y nutrientes, que en combinación con verduras (repollos, berzas y otros), eran los combustible esenciales del ATP (Trifosfato de adenosina) para la producción de la mayor parte de la energía que utilizan nuestras células, en todos los sistema vitales. Naturalmente el consumo era muy medido y muy controlado.

04).Los chorizos, de carne y grasa de cerdo, con adobo de ajo y pimentón, así como los jamones de las patas traseras de los cerdos y de las delanteras, espalda, eran para consumo en días más calificados ( por ejemplo chorizos cocidos con repollo/berzas para Navidades y Año Nuevo); y el resto de chorizos / jamones, para las siegas de la hierba, de los cereales y tiempos de recolección de las cosechas de granos. Eran escasos, de consumo cíclico, pero estrictamente controlados para cumplir los objetivos culturales predeterminados.

05). Los garbanzos, producidos en las llamadas cortinas de secano (ejido urbano), de buen rinde y calidad, pero escasez de tierra para ampliar la producción, muy apreciados,  y con destino a las Fiestas o conmemoraciones especiales. Solían formar parte de los cocidos festivos, acompañados con chorizos y huesos de jamón. El cocido se colaba, y el caldo formaba parte de la suculenta sopa de fideos finos ( los llamados cabellos de ángel). Los garbanzos, se mezclaban con el chorizo, el jamón y el cuero del jamón picados, una mezcla que aguantaba todos los chispazos de las mitocondrias para producir el ATP necesario, con depósitos de reserva de energía para mejor oportunidad. Pues como los déficits energéticos, en la Comarca eran crónicos, de hecho la genética hacía reservas para futuras demandas.

06).Otro ítem importante de alimentos eran las legumbres, con sus varias clases y colores de alubias y fréjoles, de matas bajas (alubias) o trepadoras por palos (fréjoles); en mucho menor grado las lentejas, aunque estas son de la familia de las Papilionáceas, que de hecho el primero en sembrarlas ( en Tolilla) fue mi padre, habida cuenta que cuanto estuvo en la cárcel de 1937 a 1941 ( como jefe de cocina ), por republicano socialista y Alcalde en la II República, era el alimento más abundante de aquellos años, tanto en cárceles como en cuarteles; habiendo observado y leído, los importantes nutrientes que portaban esos pequeños discos redondos de color oxidado. Todo este apartado, admitía de buena gana, todo suplemento de tocino  / chorizo y parientes, a los que los paladares admitían sin reparos; hacían una buena familia de sabores y nutrientes, pero era muy complicado reunirlos por lo escasos. Sólo de tarde en tarde ¡ acudían a la cita !

07).Alimento deseado y esperado eran los huevos: Cocidos, fritos como huevos blandos para mojar el pan, en tortilla o en otras presentaciones ¡ Era un manjar muy apetecido ! Pero eran demandados por los hueveros, que con sus burros, sus machos o sus mulas, con sus aperos especiales de carga, por períodos cortos venían a los Pueblos alistanos a comprarlos. En general, cada huevero tenía su recorrido, que era una manera de fidelidad recíproca entre el (o,la) huevero y las amas de casa en términos de confianza.

De manera que los huevos, en principio y por norma general, tenían destino de venta y poco de consumo familiar. Era una especie de caja chica de tesorería para las “amas de casa alistanas”, que de esta manera le servía para comprar cosas para la casa y para la familia, que de otra manera le resultaría casi imposible ¡ Eran tiempos muy difíciles, complicados y de gran necesidad ! como para distraer, aunque fueran unos pocos reales, en compras prescindibles para los hombres, pero que la sensibilidad de la mujer y del “ama de casa” lo veía de otra manera, con toda razón. Pero tampoco hay que olvidar, que los siglos y siglos de dominio sobre la mujer por la cultura machista, se hacía presente también en todas esas pequeñas cosas familiares. Por suerte, la mujer como contrapartida, supo desarrollar una finísima psicología de inteligencia y convivencia familiar, que en términos generales, estaba muy por arriba de la prepotencia y la arbitrariedad del “rol machista”.

Nota especial a este apartado: Sí me acuerdo bien, cuando acompañaba a mi abuelo Simón a vender a las ferias(1937/40): Rabanales (terneros), Fornillos (corderos), San Vitero (terneros), Villardeciervos (gurriatos / lechones), etc., que el desayuno más habitual era un par de huevos blandos fritos, en los que cuajaba solamente la clara. La yema apenas se calentaba, de manera que con un trozo de pan de hogaza, arrebañaba el plato sin que quedara una miga. De adulto, nunca más volví a comer, paladear y disfrutar huevos fritos, como aquellos de más de 70 años atrás.

08).Repollos, berzas, pimientos, tomates, lechugas, cebollas, ajos y varios.
Los repollos y las berzas, se transplantaban de plantas sueltas de almáciga, a unos hoyos hechos al efecto en la tierra por una pequeña herramienta llamada “sajo”, conformada por el sajo propiamente dicho de hierro acerado,  con pico de un lado y pala en el opuesto, de unos 20 centímetros entre puntas; con un mango / cabo de madera de unos 80 centímetros de longitud. Hecho el hoyo con el pico en la tierra, se ponía la planta de berza / repollo, luego tapada por la palita integrada; a continuación venía el regador, con cubo-herrada, para proporcionarle agua suficiente. El regado requería de varios días consecutivos, hasta que la planta se afirmara en su vitalidad, luego sería la lluvia la encargada del riego, a menos que el clima y la falta de lozanía de las crucíferas exigieran riego artificial.

En general las plantaciones se hacían en los días finales de agosto o primeros de septiembre; tanto en cortinas sin riego de base, como en huertas, tenedoras de más humedad a nivel de las azudas (azud) del respectivo río de cada lugar.

Las hojas integrales de  las berzas-repollos, las verduras básicas del invierno-primavera, aparte de la alimentación humana ( en los últimos tiempos se han descubierto en las crucíferas propiedades nutritivas extraordinarias, y posibles prevenciones de algún tipo de cáncer), servían, tanto para la alimentación humana como para el ganado. Para la humana, en todo lo posible, se complementaba con patatas (papas) y unos torreznos de tocino, con los que hermanaban muy bien; también admitía en forma excelente, el maridaje del aun fresco chorizo matancero, si posible fuera, por los finales de diciembre y todo el mes de enero.

Tengo bien registrado en la memoria, en los núcleos cerebrales ”caudado  y accumbens”, de aprendizaje y recompensa, al decir de los neurobiólogos,aquellas comidas de berzas de  70-78 años atrás, adornadas con huesos de la cabeza de cerdo y tocino de papada del mismo animal. Tiempos en los que el LDL, los triglicéridos y las lipoproteinemias, eran ilustres desconocidos, incluidos los pocos médicos de Aliste. En esos años el problema era el ingreso de calorías al cuerpo, pues el consumo de las mismas estaba asegurado; el balance siempre arrojaba “déficit”.

Los pimientos, tomates, lechugas y el resto, se transplantaban de semilleros de las almácigas a las huertas elegidas, las que iban rotando año por medio, para evitar la repetición sin intervalos de los mismos cultivos. Salvo la lechuga para ensalada, que era de corta duración, sólo julio y agosto, el resto tenía un proceso más largo.

La plantación se hacía en marzo-abril de cada año, pero por ejemplo los pimientos, todavía verdes, se empezaban a comer ya a fines de julio en ensalada; unas veces solos, otras con unas hebras de bacalao, parcialmente desalado, que hacían una combinación de sabores estupenda. Y aunque parezca mentira, en esos difíciles años, el bacalao era llamativamente barato.

Luego a partir de agosto septiembre, los pimientos empezaban a madurar con la presencia del color rojo; se arrancaban con cuidado de las plantas, para colocarlos en algún lugar aireado del sobrado, tendidos en una camada de pajas de centeno; en general se conservaban bien hasta fin de diciembre.

Los tomates recién eran maduros y comestibles a partir de agosto. La forma más tradicional de comerlos, era partirlos por la mitad, y ponerles un chorrito de aceite y un poco de sal; también se usaban para frituras y, en especial, para tirarlos bien cortados en la sartén, encima de la manteca de cerdo caliente, con una cucharada de pimentón, tirándolo al refrito dentro del pote donde estaba en su final el cocido de las patatas, para que estas fueran absorbiendo los sabores.

En cuanto a los tomates crudos, por más que intenté sabiendo sus propiedades, no pude comerlos en España. Sí los pude comer cuando llegué a Argentina ( ahora cosa de todos los días de todas las maneras). Supongo que la causa radicaba en que los tomates en España ( por lo menos en Tolilla de mis días), tenían un fuerte olor y sabor a tomate, lo que me produciría cierto tipo de alergia; en cambio en Argentina son más aguados y sin olor al tomate de Aliste que yo conocí. No tengo otra explicación, y lamento el tiempo perdido sin consumo de tomates.

Las cosechas de ajos y cebollas eran muy reducidas, de manera que era necesario reforzar las cuadrillas con compras de vez en cuando en ferias.

El ajo tenía como especial destino, aparte de ingrediente de sabor para algunas comidas y adobados, las llamadas sopas de ajo, tan tradicionales en la Comarca, y otras zonas y comarcas de la hoy Castilla y León.

No era costumbre por Aliste, usar para la alimentación humana algunos elementos, que cuando llegué a Argentina con cierto asombro vi que efectivamente se comían en forma habitual y natural. P. ejemplo: Remolacha morada, calabazas / calabacines (zapallitos),zanahorias, troncos y ramas de hinojo, estos como herencia de cultura culinaria italiana; tampoco los grillos de las nabizas, tallos y hojas, que emanaban de la cultura culinaria gallega: P.ejemplo,”Laçon con grelos”. Todos esos elementos los tengo incorporados al menú culinario habitual, que además tienen propiedades nutritivas / saludables de primera línea. Tampoco en esos viejos tiempos, por la comarca, eran visibles los pepinos, las berenjenas, ni la acelga, ni el repollo / lechuga morados o colorados, también portadores de saludables y valiosos elementos nutricionales.

En cambio sí estaban bien entronizadas, demandadas y apetecidas las ensaladas invernales de alrrabazas y berros, producidas en forma natural en los regueros o regatos de los manantiales de algunas fuentes. En el caso de Tolilla: Urrieta el Espino, las Llameras, Las Fonticas del Castro,el Arroyo de la Fuente del Campo, Urrieta los Chiqueros y las Fontaninas, tanto en la fuente como en el manantial de más abajo, donde solía formarse una pequeña poza.

Con lo dicho, creo que en forma sintética, puedo dar por agotado parte del costumbrismo culinario de las Tierras de Aliste. Pero claro que no me voy a olvidar, así espero, cuando llegue el turno de las Matanzas de la recordada y fantástica “Chanfaina”; la que comí por última vez, en las Matanzas de diciembre de 1950, que intuía podría ser la última; que hasta ahora, después de más de 60 años, así ha sido.

El afamadísimo cocinero catalán Ferran Adriá, el del restaurante El Bulli de Gerona, ya puede decir lo que quiera de su estupenda e inigualable Cocina molecular. Yo, una o dos veces por año prefiero la Chanfaina alistana ( como la hacía mi madre Balbina), o las mollejas alistanas, o el chuletón alistano de ternera, estos, por ejemplo en lo de Alfonso de San Vitero, que comí el domingo 15 de Febrero de 2004 con mi Familia de la UE.

NOTA ESPECIAL para este prefacio o introito:” Las Veladas nocturnas de las Hilanderas”.

Aun cuando esta nota debería aparecer, más o menos,  en los meses  del 15 de noviembre a 15 de enero de cada año, a riesgo de olvidarme, voy a tratar de satisfacer el pedido de una vecina de Tolilla de Aliste, María GONZÁLEZ PRIETO, vecina de Barcelona desde 1943, casada (hoy viuda) en Tolilla con el también vecino de Tolilla, Teodoro MARTÍN RIVERA, que de soltero ya residía en Barcelona. A la fiesta de casamiento, allá por Octubre del 43, yo asistí en calidad de “mozo del Pueblo”, a pesar que todavía no había cumplido 15 años. De cualquier manera, junto con el pariente Celedonio ÁLVAREZ ÁLVAREZ, fuimos los mozos tirabombas(sic) de los cohetes usados en esas celebraciones. A la sazón, eran Marciano y  Cándida ÁLVAREZ, los encargados, sacristanes, de cuidar la Iglesia del Pueblo, para que estuviera a punto para las celebraciones que tuvieran lugar en la misma, bajo el patrocinio de Santa Inés, Patrona de Tolilla; los Santos San Ildefonso y San Fructuoso al costado del Altar; la Virgen del Rosario, con altar y hornacina propia, del lado izquierdo mirando al Altar; de la misma manera, del lado derecho, San Antonio de Padua, muy venerado en Tolilla, en especial de mi padre, que de su boca muy pequeño aprendí  este responso:”Si buscas milagros mira/ muerte y error desterrados/miseria y demonio huidos/ leprosos y enfermos sanos /.El peligro se retira/ los pobres van remediados/ cuéntenlo los socorridos/ díganlo los paduanos”.

La ceremonia fue oficiada por el sacerdote don Sebastián, aunque ya no era de la jurisdicción de las parroquias de Tolilla y Lober, como lo había sido unos cuantos años atrás.

De ese matrimonio, María y Teodoro tuvieron dos hijos: Manuel MARTÍN GONZÁLEZ, nacido en Tolilla por decisión de su madre, que quiso que naciera allí; desde hace años importante médico en Centros / Institutos especializados y Hospitales de Barcelona. Luego vendría la hija, que no conozco / o no recuerdo el nombre, que me parece que cuando nos vimos en Barcelona en enero de 1974, si mal no recuerdo estaba por concluir o había concluido los estudios de enfermería.

Hecha esta presentación, voy a tratar de cumplir con el encargo de la querida María, que andará más o menos por la valla de los 90, pero  sus neuronas todavía están capacitadas para  impulsar los estímulos  que hacen clic en el circuito de la memoria de los recuerdos.

Las Veladas de las Hilanderas, voy a tratar de reconstruirlas, más como curioso y atento oidor de lo que contaban los mozos y las mozas de antaño de la generación anterior, y las ya no mozas ni mozos, de anteriores generaciones, como el caso de mis padres y más atrás, como asistentes anteriores a la Guerra del 36, pues de hecho la Guerra las extinguió.

Sé por boca de mi madre, que en nuestra casa, allá por los años 1915-1925, con mi abuela María y mi abuelo Francisco en plena salud y, con mi padre soltero, funcionaba un centro hilandero nocturno de los más importantes del Pueblo. Mi abuelo (Francisco) cardaba la lana primero, la peinaba después, lista para hilar, tarea que estaba a cargo de mi abuela María y de la madre de Domingo (Casas), la tía Gabriela hermana de mi padre a quien no conocí.

Como eran noches largas y frías, y días cortos y fríos; y eran épocas que la lana y el lino era la materia prima esencial para el vestuario, se imponía la necesidad de procesar esas materias primas, con las herramientas artesanales disponibles: Cardas de acero, peines de acero, para lanas y lino; ídem rueca y huso de madera para el hilado de ambos, que terminaba en una madeja más gruesa en la parte de abajo del huso, que luego iría a la devanadora, para la madeja larga, de la que saldrían los ovillos, aptos para el tejido a mano de muchas prendas de lana, mediante las agujas aceradas. El lino era utilizado en camisas y camisones, para mujeres y hombres, inclusive para uso de mortajas en la Comarca, en especial en el pueblo de Bercianos de Aliste, donde el sayo de lino de las cofradías de Penitentes del Viernes Santo, es la obligada mortaja, por decisión personal, de esos penitentes cuando mueren. Una especie de rito de culto a los muertos, que tiene similitudes con los rituales faraónicos del antiguo Egipto, unos 4.500-5.000 años atrás.

Pero además, las reuniones hilanderas de distintas generaciones, de abuelas, hijas y nietas, tenían una función social importante, en cuanto a crearse las condiciones para comenzar noviazgos, que como es natural era el instinto de perpetuar la especie. De manera que abuelas y madres, eran un poco las celestinas, para ir acomodando los tantos, a favor de las hijas y las nietas. Por algo en esas veladas, al final las reuniones, se hacían presentes los mozos del Pueblo, para poner un toque de alboroto; y, a ” río revuelto ganancia de pescadores”.

Épocas que los trajes de fiesta femeninos se formaban por los refajos de lana tejida, los manteos de paño ligero apisonado de vistosos colores con ruedo y cintas, sujetos a la cintura. Pañuelos merinos, camisas de lino bordadas y unos vistosos jubones cruzados por pecho y espalda, con medias blancas y zapatos negros. El manteo tenía a nivel de la cintura, unas aperturas laterales, a derecha e izquierda, que daban a una bolsita de paño fino o lana, que en Aliste se llamaba vantal o algo así, donde las mozas guardaban algunas cosas, entre ellas las rosquillas de las bodas, que era una tentación / excusa para los mozos meter la mano y sacárselas. En fin ¡ los juegos amorosos de los tiempos !
Voy a tratar de seguir ordenando los recuerdos y las vivencias costumbristas, tomando como referencia las cuatro estaciones del año, el mejor modo de representar el costumbrismo / lucha por la vida, que facilitaban las leyes de Naturaleza. Empezando, como es natural, por la siempre esperada Primavera.

01-¡Oh, la, la. La Primavera ! ¡ La Primavera ! Como dicen los franceses (en francés. claro)
Ese período encerrado  entre marzo y junio de cada año (en el Hemisferio Norte), aparte de ser el renacer anual de la Naturaleza, era el trimestre más crítico para los cultivos, las ganaderías y la salud mental ( y física en gran parte) de los sufridos vecinos de Aliste.

Allá por marzo de cada año, aparte de sacar de los corrales urbanos los rebaños de ovejas y corderos, a las tierras propias de los dueños del rebaño, para dormir en los respectivos chiqueros con sus cepos, cañizas y cabaña para el pastor (o pastora, en mayoría), que se removían de espacio cada noche, pare recibir las tierras especialmente del rebaño, los orines saturados de urea y otras sales nitrogenadas, un fertilizante natural. También era el despertar de las aradas. Con arado y yunta de vacas uncidas al yugo con las cornales de cuero, tirando del mismo, se rasgaba la poca capa de tierra para su oxigenación (se decía) destinada a la siembra de algún cereal en la próxima sementera de octubre de cada año.

El mismo trato se dispensaba a las huertas (de riego) y a las cortinas(de secano), ambas en el ejido urbano. Las primeras destinadas a la siembra de patatas y legumbres demandantes de mucho agua, como alubias y fréjoles. Las cortinas, también en muchos casos, para patatas tempranas, garbanzos, muelas (almortas), guisantes(muy pocos), sandías / melones ( en superficie reducida),etc.

En marzo, comenzaba la explosión de Vida de la Naturaleza, cuyos prolegómenos ya habían anunciado a comienzos del mes anterior, febrero, la llegada de las cigüeñas, la vuelta al nido de las golondrinas y, la presencia en el cañón de las chimeneas,  de la inefable y amigable Abubilla (símbolo de Tolilla) con su ¡Bu, bu,bu! tempranero; más amiga de las chimeneas de la parte de Arriba el Pueblo (¿…?). Poco tardarían también los aleteos en ráfagas, cual escuadrillas de pequeños cazas de combate a reacción de los veloces vencejos, cuyo centro de operaciones nideras estaba en general en los huecos de  las torres de las Iglesias.

Otro signo, para nada baladí, era la aparición de matas de violetas en las cortinas de Tras las Casas, en los ángulos de tierra no roturada, que estaban a cubierto de los vientos del Noreste. Signo que era complementado, con la presencia mañanera, de alguna pareja de perdiz ya formada, que solía bajar de esas cortinas laterales al camino de la Calzada de Arriba en dirección al Molino harinero de rodezno hidráulico, movido por la caída a presión del agua de la represa a nivel más alto. Las perdices iban  a beber agua al Río Mena, en la vuelta del Recodo de las praderas comunales del Ejido. Esa presencia yo la tenía estudiada desde muy pequeño, y significaba que en esas cercanías las perdices iban a asentar, entre hierbas, zarzas y malezas, a las orillas de alguna pared de las cortinas su nido rudimentario; por tanto, había que explorar para encontrarlo y, si lo fuera (yo era un excelente buscador), luego con el correspondiente lazo retorcido de hilo cadena blanco en carrete, teñido de verde con hierbas ( para encubrir) llegar a cazar las perdices; primero la hembra cuando iba a poner los huevos, luego al macho cuando notaba la ausencia de la hembra y recurría al nido a ver qué pasaba con su pareja.

Esos indicios eran el punto de partida, para la temporada de la perdiz con lazo, que hoy se ve como una barbaridad, porque lo es, pero en aquéllos difíciles tiempos, una perdiz, proveía a la familia una calidad especial de proteínas y nutrientes absolutamente necesarios ¡ La necesidad tenía cara de hereje ! ¡Qué le vamos a hacer ! En un día de mediados de mayo de 1941, con doce años, llegué en la recorrida a cobrar enlazadas ¡siete(7) perdices! Sin duda toda una marca para esta limitada metodología, digna del Libro Guinness de los Récords, a  casi 71 años de distancia.

Marzo solía ser un mes de fuertes vientos y, si lluvioso (era el ideal), caían con frecuencia bastantes granizadas, con bastante movimiento de nubes voladoras y nubarrones, generalmente del Oeste-Suroeste, de manera que era un mes de base, para predecir las tendencias meteorológicas de la primavera, donde las lluvias tenían mucho que ver con el optimismo ( o depresión, cuando faltaban) de todos los vecinos de la Comarca. Tendencias que debían ser confirmadas, con las lluvias de abril y mayo, que eran los meses sucesores, en clima y en expectativas agrícolas / ganaderas.

Cuando las lluvias eran generosas en la primavera, la Naturaleza dotaba a los campos, praderas, prados, cultivos, montes y riberas de Aliste de un verde especial que era una alegría verlo, apreciarlo y disfrutarlo.

En general a la vera de los ríos, en las orillas ribereñas, en la mayoría de los pueblos de Aliste, enraizaban los alisos, de madera dura, hojas caducas, que cuando verdes, eran de un verde oscuro lustroso. En sus años, cuando el teñido de prendas de lana era artesanal, para el teñido negro se usaban los taninos de la corteza de aliso, que se cocían en las calderas de cobre con las piedras de teñir, y esos taninos funcionaban como fijadores del teñido.

En el caso de Tolilla, en toda su ribera desde Mellanes (origen) hasta la entrada en el término de Lober (salida), el Río Mena en toda la ribera es un alisal / alisar ininterrumpido a ambos lados del Río, donde los núcleos de las raíces, mitad en agua y mitad en tierra, contribuían a  formar cuevas donde los cangrejos se refugiaban y reproducían en cantidades y calidades increíbles. De tales cangrejos, desde 1935 a más o menos 1945-46, en el Río nombrado de Tolilla, incluso en parte del mismo en término de Mellanes, fui un destacado pescador.

En esa fronda del alisar/alisal/aliseda, ya avanzada la primavera, en las noches y las mañanas, a todo lo largo del río, se escuchaban  desde varios ángulos de sus orillas, los trinos incomparables de los ruiseñores machos, que en guardia vigilante alegraban con sus tonos de gorjeos irrepetibles la incubación en el nido del turno de su compañera. Cuando era su turno (de incubar), se llamaban a silencio, concentrado en su función complementaria de ayudar a dar vida a la especie.

En la misma línea de la ribera, pero por plantación en las tierras húmedas en tramos predeterminados, se desarrollaban los llamados chopos, de mayor porte de tronco y altura, pero mucho más derechos y de madera mucho más blanda, en la que con los años, en hueco de la misma, podían llegar a anidar los llamados pájaros carpintero. En las puntas de las ramas vitales de los chopos, era común ver colgados los nidos de las llamadas oropéndolas, una especie de canasta (cesta) longitudinal/vertical que parecían desafiar la Ley de gravedad, nidos de complejas estructuras, livianas y resistentes, que los arquitectos/ingenieros de diseño/construcción, ya quisieran imitar. Y, por si fueran poca cosa esas maravillas, tales nidos resistían a pleno los vientos, tormentas y otros meteoros, bamboleándose al compás de las flexibles ramas.

También en alguna estocada de los chopos, de tanto en tanto, se podía observar algún desmazalado y primario nido de tórtola, que como la absoluta mayoría de los pájaros, no anidaban en los frondosos y fríos “alisos”, dado que la umbría del “alisal” era particularmente fría en relación a la temperatura ambiental; temperatura que sería perjudicial para la incubación de los huevos y sus crías ¡ Las cosas sabias de la Naturaleza !

Otros cantores de la noche y de las madrugadas, pero con nidos más urbanos, eran los llamados mirlos ( los machos). También en las tempranas mañanas, se destacaban los jilgueros machos, desde las cercanías de sus nidos, que en general, anidaban por esos años en los negrillos(olmos), cuando todavía  la Comarca no  había sido invadida por la letal epidemia de la “grafiosis”.

Pero en arquitectura de nidos, de los que yo vi (y fueron muchos) por la Comarca, la palma de oro se la llevaban los nidos de Pimpinela (Pinzón). Un entramado de líquenes secos del fresno en la parte exterior; en el interior una armonía tejida con pelos y fibras de lana, que hacían de la construcción ni más ni menos que el “nido perfecto”.

Por los  meses de abril a junio aparecían en la Riberas de Aliste las madreselvas, unas enredaderas naturales al compás de las zarzas centeneras, que generalmente abrevaban en las regaderas que a cielo abierto conducían el agua de riego a las huertas, que en el caso de Tolilla, si bien todas exhalaban por las madrugadas / mañanas un perfume maravilloso, de sus tenues y vergonzosas florecillas blancas, que oxigenaban a bocanadas  los agradecidos pulmones y hacían el placer de las olfativas, se destacaban muy especialmente por ese sostenido y matizado perfume, las del recorrido a la vera de la acequia / regadera, que empezaba en los Llenaderos del Río, giraba por detrás de la Casa del tío Juan González, atravesaba la calle/calzada de Abajo, se bifurcaba en el ángulo del Prado del tío Juan González; un ramal, el paralelo a la Corredera rumbo a Lober, para el riego de las huertas de los Linares, con cabecera hacia el lateral del Cementerio. El otro ramal de acequia/regadera, tras otra bifurcación en la parte externa de nuestro Huertín de la Puente, tenía destinos de riego de los llamados Huertos de la Puente de Abajo, a partir del de la tía María Gelado; luego la Huerta del tío Mariano Sutil de Lober, que limitaba con nuestro Huerto, y el nuestro con otro de la tía María Gelado. Luego la regadera tenía un trecho de recorrido hacía una fila de Huertas(os) que daban a la calleja Camino de Lober, siendo el primero el del tío Benito Martín, que en su día, por obra de su hijo Teodoro (Martín), habían hecho un pozo al que le colocaron un Cigüeño, para colaborar con el riego de las patatas. Cigüeño que años después, si mal no recuerdo, fue sustituido por una noria metálica, con tracción de burros, de las usadas en sus tiempos contemporáneos.

Todas estos alegóricos ditirambos, para sostener a mi juicio, que las madreselvas de perfume más sostenido, penetrante y aterciopelado, eran las que crecían al lado de la acequia, paralela al Río, que corre (corría hace años) desde el último Huerto de la Puente de Abajo, hasta el último de los Linares.
Seguramente estos relatos y descripciones, salvo para algunos de los vecinos de Aliste de la generaciones  de los 20-30-40, que vivieron esos placeres, y conservan esos recuerdos de Naturaleza pura, como es mi caso, no tengan identificación ni sentido alguno estos recuerdos.

En los meses de abril de cada año, el de las “lluvias mil” según el refrán, se daba a las tierras con destino de sementera de cereales, la segunda arada, para luego pasar a reposo hasta el mes de octubre, cuando se daba la arada de siembra.

También en ese mes, se comenzaban los trabajos comunitarios, para ir poniendo a punto las azudas (azud), e ir limpiando canales, acequias y regaderas, que formaban el árbol de irrigación estructural de las muy buenas huertas, que en el término de Tolilla regaba el Río Mena, a menudo tan nombrado. La estructura de riego, con sus pequeñas represas, tenía que estar a punto a fin del mes de Junio. Sin duda desde el nacimiento del Río, hasta su desagüe en el Río troncal de la Comarca, el Aliste ( en término de Gallegos del Río), era el pueblo que tenía más y mejores huertas con riego. Con riego virtualmente por inundación, que según los volúmenes de lluvias caídas, empezaba a regarse antes o después, pero en todo caso, lo común era regar las huertas los meses de julio y agosto, unas tres veces por mes de media.

Tanto el riego de día como de noche ( de noche más), producía un olor a tierra mojada inolvidable, aparte del gorjeo de las burbujas de “aire /gas orgánico” desalojadas por la inundación del agua, que de paso también hacía saltar a los grillos que se habían cobijado bajo tierra para huirle a la canícula estival. Con esos riegos, a ojos vista, se apreciaba de inmediato  la lozanía verde de los patatales y las plantaciones de fréjoles y alubias. Ese lozano verdor respiraba vida, descansaba la vista del observador por las duras jornadas, y empezaba a enarbolar la bandera emocional de la vislumbrada “buena cosecha”; el agricultor alistano, se iba a dormir cansado y tranquilo, a esperar la jornada del nuevo día.

En los meses de mayo, se instituían la vacada y la borricada. Para la vacada se sorteaba, a partir de la casa de un vecino ( en Tolilla a partir de la casa de la tía María Gelado), que dos vecinos deberían cuidarla cada día, dando la vuelta en sentido contrario de las agujas del reloj, tareas comunitarias que debían prestar en forma gratuita todos los vecinos del Pueblo que tuvieran bovinos. La borricada era más o menos similar, en general se le ponían a los burros las apeas, para evitar las desbandadas, y esas  tareas encomendadas a los rapaces, hacia las praderas de la Ribera de Abajo. Recuerdo que una de esas tardes, allá por mayo del 38, con presencia de Angelito, Cándido y mi hermano Paco, yo hice un experimento en la pradera que está entre la Calzada de Abajo y la azuda (azud) de la Castañal  – solía hacerlos – que podía haber salido muy mal.

Había observado cómo funcionaba el candil de carburo de calcio, que goteaba el agua de la parte de arriba sobre las piedras de carburo alojadas en la parte de abajo, y ambas partes atornilladas para que el gas saliera por la boquilla, que daba una luz ruidosa, brillante, potente y a simple vista fantástica (que resultaba muy perniciosa para la vista, según dijeron años después los oftalmólogos). Pues bien, luego de pensarlo, no sé de dónde Angelito sacó unas piedras de carburo; en la pradera hice un pozo en la tierra, puse las piedras de carburo con un chorro de agua, encima una lata de melocotones vacía, con la parte abierta para abajo cubriendo el carburo; en la parte de arriba, toda la parte de la lata cerrada, con un pequeño agujero hecha con un clavo de hierro (una punta), toda la lata bien tapada con tierra húmeda, con solo el agujero a la vista. Armado el tinglado, le arrimé una cerilla prendida al agujero y, al instante…una tremenda explosión que tiró la lata por los aires, y todos nosotros, yo especialmente, ametrallados por la tierra húmeda que lanzó la explosión. De manera que en vez de candil para alumbrar, fue potencialmente una potente bomba. No pasó nada, pero de casualidad.
La verdad, no nos dimos cuenta del peligro que corrimos con el experimento, del que como irresponsable, fui responsable.

El mes de Mayo, era un mes especial. Aliste en general es rico en jaras, de manera que era una maravilla ver y observar esos jarales infinitos florecidos por todos los costados y en todas las direcciones. En el caso de Tolilla, teníamos frente al Pueblo, protector del viento norte, el monte del Castro, con sus declives del Carrilón hacia el Este, y de la Güera / Huera hacia el Oeste. Era una alfombra  natural persa multicolor, donde desde temprano merodeaban con su polinización las inteligentes e industriosas abejas, que como bien decía Alfred Einstein, si desaparecen las abejas de la faz de la tierra, el hombre lo hará de inmediato.

Ese también era el mes, donde los verdes trigales alojaban las fabulosas amapolas de pétalos rojos, que eran plantas parásitas pero de gran belleza para la vista; amapolas, que sin ser las productoras del opio, sí tenían trazas de adormidera a nivel de te casero. Florecían también en los espadañales del Río un tipo muy vistoso de lirios; el tomillo blanco con su perfume suave; y, el comienzo de la flor de los extraordinarios tomillos de San Juan, que reventaban de perfume los montes en junio de cada año ¡ Qué vida natural y saludable !

Claro que en junio estábamos listos con guadaña (marca La Bellota), la cuerna para poner las piedras de afilar, la piqueta (martillo/piqueta) para picar la guadaña y, la bigornia de hierro acerado, para clavarla en el suelo y poner sobre la misma el filo de la guadaña para picar. Con esos elementos se producía la siega de la hierba de los prados, tarea dura si las había ( en Aliste sólo para hombres), que requería reforzar la dieta alimenticia con dos elementos importantes: El queso de oveja, si se podía, muy racionado y, el lomo embuchado en la tripa gorda o tripa del culo de los cerdos, que al ser saturadas de grasa, mantenía el lomo adobado envasado en la primera decena de diciembre de cada año, con un sabor, olor y color incomparables; todo con un buen riego de tinto para pelear los rayos del sol.

Una pequeña siesta debajo de la saludable sombra de alguna encina o roble, más probable encina, hasta terminar la siega de la hierba anual y su recolección en los pajares de los vecinos propietarios de los prados. Estas tareas se enmarcaban, como norma general, en el mes de junio de cada año.

02-Amigos. El 21 de Junio de cada año ¡Llega el verano!

 A punto de concluir junio, llegaría el caluroso julio , donde empezaba la siega de los cereales a mano con las aceradas y filosas hoces, herramientas que también tenían sus marcas, pero más diversificadas que las guadañas.

Yo fui de los buenos segadores, tanto de guadaña como de hoz. Siempre he tenido mucha vitalidad, ritmo, técnica de trabajo, fuerza y resistencia; de manera que cuando cuadrara, a partir de los 16  años, era cabeza de cuadrilla de segadores.

La siega empezaba con el centeno hasta más o menos el 20 de julio, para luego pasar a la del trigo hasta fin de julio. Las tareas eran duras, pero menos que las de la hierba con guadaña.

Las acciones comenzaban con el toque de campana para el llamado de la vacada, de manera que se sacaban las vacas a la calle, para formar la vaquería a cargo de los vecinos de turno, y salvo las amas de casa que se quedaban para hacer y llevar el almuerzo ( que en la mayoría de los casos era desayuno), a eso de la hora 07-07:30 de cada día.

Ese almuerzo típico, era de patatas cocidas, en general y a partir de mediados de julio eran patatas nuevas ( con otro sabor y textura) de las cortinas de secano con raspas de bacalao desalado por la noche ( en realidad debería haber sido desalado por lo menos 48 horas, por la relación sodio / presión arterial ; pero así era la cultura tradicional) y unos puñados de granos de arroz. Cuando el cocido estaba a punto, en una sartén encima de las brasas de la lumbre, se ponía una cucharada de manteca de cerdo con unos trocitos cortados de tocino, un diente de ajo, luego a ese frito bien caliente, se le agregaba una cucharada de pimentón dándole vueltas para que el pimentón no se quemara, y de inmediato ese revuelto se le zampaba en el pote sobre los elementos del  almuerzo para sazonarlos.

Las comidas en las siegas eran más o menos así: Almuerzo del tipo señalado, a las 7-7:30; a las 10 de la mañana, un pequeño alto para repostar calorías, a base de pan/tortilla, pan y chorizo con tragos de agua y de vino; a eso de las 13:00 una comida de pote, en general fréjoles o alubias, sazonadas con espinazo (de cerdo) y algo de tocino. Luego de la comida, una siesta de 45 minutos debajo de la sombra de alguna encina, o en su defecto de roble; a eso de las 05 de la tarde, la  última ingesta del día: pan chorizo / jamón, matizado con cebolla cruda. Luego al rato vendría la puesta rojiza del sol por el lado de Portugal, y cuando la sombra nocturna impedía la visibilidad, hoz en mano camino de la casa en el Pueblo, por los caminos polvorientos, con redes de luces de las luciérnagas, y escuadras de murciélagos a la búsqueda de los insectos que localizaban con su radar natural. De paso recordar, en mi caso, que no era el único, que como me gustaba usar abarcas(albarcas en Aliste), ese polvoriento camino color ocre, oficiaba como fino talco entre los dedos y la planta de los pies. Luego vendría la hora de la cena, que como el cuerpo venía agotado de las tareas, con las bisagras de la zona lumbar machacadas con el sube y baja troncal, más la rotación lateral izquierda para ordenar las manadas de mies segadas en las gavillas, no había gana de cenar, en el mejor de los casos una simple ensalada de lechuga, y a descansar para madrugar al día siguiente, listos para partir al toque de campana de la vacada.

Yo recuerdo que muchas noches, me tumbaba en el escaño o en una de las banquetas laterales del comedor, y dormía hasta las 2-3 de la madrugada, de ahí para el reposo del tramo final, me iba a la cama.

En los últimos días de julio y alguno de agosto, se acarreaban los manojos ordenados en las respectivas tierras segadas, llamado acarreo, para hacer las medas en las eras para el proceso de la Trilla, que en el caso de Tolilla las eras estaban en las praderas del Campo, entre la Portilla de la Silvirona y la zona de los llamados  Carrascones (dos encinas añosas y centenarias, que hace años se redujo a una).

El espacio útil de las eras estaba entre los prados de la parte de arriba el Campo, camino del Ramajal, y un teórico camino que enfilaba por la pradera a los límites de Lober, camino que conducía por el término de Lober hacía Samir de los Caños / Fornillos de Aliste.

El proceso de Trilla, una vez  sacados de las medas y desatados y tendidos los manojos en la Era para hacer la Parva, comenzaba el trillado con parejas de vacas con yugo atado con las cornales, a veces con parejas de burros con colleras, otras con vacas y burros. En cualquier caso, cada pareja  tiraba de un trillo, que en su parte de abajo, en forma muy ordenada en hileras incrustadas en las tablas de madera de pino, tenía unas piedras de pedernal muy duras y cortantes, que con el peso del trillo, más el del navegador que estaba encima ( la mayoría de las veces rapaces), rasgaba y cortaba paja y grano.

 La parva era circular, de manera que las yuntas con su trillo, dale que dale, con el monótono run run circular del trillo, que en todos los navegantes producía sueño; pero de vez en cuando, en forma imprevista, el trillo de una de las yuntas, le pasaba por arriba a algún otro trillo, que quedaba dentellado en surcos con las piedras, y de paso alguna piedra se quedaba por el camino, al estilo de los dientes extraídos, pero sin anestesia. Los trillos de época eran fabricados en Cantalejo, Segovia, donde aparte de buenos pinares para las tablas y los listones, al parecer había buenas canteras de piedra pedernal.

Las herramientas de conducción, era la vara de sauce clásica, de muy poco uso; sí lo era la llamada cagadera, en general una chapa de herrada vieja(cubo), clavada en un semicírculo de una tabla de madera con un mango también de palo redondo, que cuando las vacas levantaban el rabo para la deposición, había que estar atentos para acaparar las boñigas de las vacas, pues caso contrario y, no eran pocas veces, las boñigas caían en la parva, el trillo le pasaba por encima y se armaba un enchastre de campanillas. Había que dar vuelta al trillo para limpiarlo. Algo así me pasó a mi en agosto de 1937, cuando el trillo que yo comandaba, se montó en otro nuevo que había comprado mi abuelo Simón, y como era de pocas pulgas, con la vara de su yunta me arreó un palo en las nalgas, con la particularidad que cuando blandió la vara, yo esperando el golpe y tensioné tanto la musculatura abdominal, que me salió un chorro de orín como manguera de bombero.

Cada parva, luego de 3-4 días de trillo, con varias vueltas en el día, primero con tornaderas de acero y cuando estaba la paja molida con pala redonda de madera, se amontonaba en el parvón , con bieldas y rastros de madera, en general manejadas por varones con fuerza. Luego venía el barrido del suelo con unas grandes escobas de plantas naturales, codesos y piornos, para que no quedaran granos en el suelo de las eras.

De manera que paja molida y grano, quedaban mezclados en el parvón, un túmulo triangular de unos 8-10 metros de largo paralelo a Norte y Sur, dado que el viento para ventear y separar la paja del grano, en la eras de Tolilla venía de esas direcciones, en especial del Suroeste durante el día; del Noreste era más común a la madrugada.

El venteo se hacía con bieldos de madera, lanzando la paja y el grano hacia el aire a una altura de 1,8-2 metros, con un pequeño ángulo hacia el viento. Por la Ley de gravedad, el grano más pesado y con menos resistencia al viento caía primero, haciendo hilera; la paja más liviana y con más superficie de resistencia era arrastrada por el viento de 1,20 a 3 metros. La paja se iba amontonando en forma longitudinal en forma parecida a la del parvón señalado. El grano quedaba en hilera, que en Aliste se le decía pejo, donde las baleadoras / abaleadoras, con sus baleas / abaleas ( una especie de escoba de unas hierbas duras) iban limpiando el grano de piedritas e impurezas, con pesos y poca resistencia al viento; luego el pejo se convertía en muelo, que era un cono grande de grano (trigo, centeno, algarrobas, cebada, etc.). El grano del muelo se iba metiendo en costales, con un recipiente de madera llamado alquer ; a cada medida se la pasaba el rasero, habida cuenta que los granos ( y otros productos más) pagaban el llamado impuesto al consumo que había que declarar al Ayuntamiento. De manera que esas operaciones eran supervisadas por el veedor Municipal, que era un concejal o regidor, vecino del pueblo.

Recolectados los granos, en general se guardaban en los sobrados de las casas; también se recolectaba la paja en los respectivos pajares, para las camas de la hacienda (vacas, burros, cerdos) y para mezclar con los piensos de vacas y burros en el invierno.

Después de la recolección de las cosechas, se hacía la celebración del Gallo, habida cuenta que se mataba un gallo, que en general se guisaba con patatas y arroz. Era una costumbre ancestral tradicional, como fiesta de la Cosecha, de origen pagano; un poco al estilo del Día de Acción de Gracias de  los Norteamericanos, pero mucho más austera.

En los primeros días del mes de septiembre de cada año, en general se daba por concluida la cosecha, y la recolección final en los pajares de la paja molida, que se mezclaba con el pienso en invierno para vacas, burros y ovejas, en especial la de trigo; y, la de centeno, para camas de vacas, burros, ovejas y cerdos, que formaba parte del estiércol de los animales nombrados, con sus orines y excrementos, que iba a parar a los muradales, que cada vecino tenía como reserva en un lugar fijo en los alrededores del Pueblo, donde se revolvía para que luego entrara en putrefacción produciendo gas del tipo del propano, visible en las mañanas frías del invierno. Aunque  desde hace años parece que se suspendió la mezcla, porque esa putrefacción al parecer le restaba elementos que abonaban mejor la tierra. Eso creo que me lo comentó mi hermano Paco, en el viaje de 2004.

Naturalmente en el mes de septiembre, aparte de empezar el ciclo lectivo de cada año (empezaban las clases en los distintos niveles) se recolectaban las patatas, las calabazas, los últimos tomates, los últimos pimientos, y los remanentes finales de fréjoles y alubias tardías. Si en el mes empezaban las lluvias, más o menos tempranas, en cortinas y algunas tierras, se sembraba la nabina, para los nabos y plantas de nabizas, con destino a los animales. En Aliste no se comían las nabizas ni sus grillos (grelos en gallego) por las personas, como sí lo eran y lo siguen siendo, por las tierras de Galicia.
También se sembraban huertas y cortinas con centeno, que luego serviría para el forraje del invierno de los animales.

03- Y el 21 de Septiembre empieza el Otoño:

Tolo listo y a punto para empezar la sementera, que en las llamadas tierras de siembra de secano, la casi totalidad, el mes natural era el de octubre de cada año.

La siembra tenía su arte, y de antemano por tradición familiar, se conocía la cantidad de grano que llevaba cada tierra o finca:”tantos alqueres, tantas fanegas, etcétera”.

El grano de trigo a sembrar tenía un tratamiento previo de unas sales de cobre, que venían en unas piedras verdosas muy tóxicas, que se disolvían en agua caliente; y una vez disueltas, se salpicaban los granos de trigo con una especie de encaladera, dándole vuelta con una pala de madera, a efectos que los granos quedaran más o menos saturados. Ese producto al parecer protegía la planta y el futuro grano de trigo, de ciertos hongos, que de no hacerlo estragaban las plantas y granos venideros.
La siembra era al voleo. En general un talego con el grano colgado en el hombro izquierdo, que el sembrador con ritmo de pies y brazo derecho, con la mano derecha llenaba el puño y por entre los dedos con fuerza esparcía el grano (todo un arte), con la particularidad de que cada tierra (finca), tenía sus vecinas a derecha e izquierda, confundiéndose los limites con las tierras o fincas vecinas; sólo de tanto en tanto, había unos mojones o marcos de piedras, que entre mojón y mojón, era la línea recta divisoria, que había que tener muy en cuenta, tanto para no tirar granos en la tierra vecina, como para no dejar sin granos sembrados la propia.

Octubre solía ser un mes de buen tiempo, donde empezaban las nieblas mañaneras en las partes bajas húmedas, que el astro rey, el Sol, iba disipando hacia la media mañana. En ese mes de Octubre, Aliste tenía en las mañanas una sonoridad especial, tanto de lejanas campanas, como ruidos de carros, silbatos de trenes y escapes de vapor de las locomotoras, con su chuc,chuc, chuc de aquellos años, despidiendo penachos de vapor con sus ruidos irregulares y nerviosos. Todo un espectáculo visto desde los sierros o montes que funcionaban como atalayas.

En el otoño, pero ya por mediados de noviembre, en Aliste se vareaban las encinas para la recolección de las bellotas, que algunos años daban buenas cosechas. Era el caso de Tolilla, donde se daban muy bien las encinas y muy poco los robles.

Como se sabe, las bellotas de encina son de alta calidad alimenticia para  cerdos, vacas y ovejas; también se podían comer, y eran nutritivas, como alimentación humana, pero claro, nada que ver con el sabor de las castañas.

Y señoras y señores, pasado San Andrés, llega diciembre y con él el invierno; pero antes del invierno, en los confines del otoño, de heladas y frío, entre los días 4-5 a 12-14 de diciembre, en mis años, llegaban las Matanzas de los Cerdos.

Las Matanzas, eran los días más esperados y deseados por todos, tanto de las familias matanceras, como de los rapaces que gozábamos el jolgorio del evento. Mejor dicho de todos los eventos que proporcionaban todas las matanzas del Pueblo, pues siempre se ligaba algo, más allá de las famosas vejigas de los cerdos, que junto con las pezuñas, del lado externo, debían ser las únicas partes que se desechaban. Ya decía el verso: Como ave la perdiz / y  mejor la codorniz / pero si el cerdo volara / no habría ave que lo igualara.

Hay que ver, que las Matanzas eran las llaves de proteínas y grasas más significativas, de casi el 100%, de todos los habitantes de Aliste, de manera que sólo por naturaleza biológica de evolución y supervivencia, eran los nutrientes ancestrales más adecuados al medio y al tiempo de la Comarca.
Claro que esas potenciadas celebraciones, tenían la contrapartida del cruento sacrificio de los cerdos; pues el buen sangrado, que extendía los fuertes gritos de dolor y la lastimera agonía, era necesarios para aprovechar la sangre en morcillas y, en la anual, destacada y ritual Chanfaina mencionada con anterioridad.

En mis tiempos, hubo dos etapas de conducir a los cerdos al banco de sacrificio. La primera, con un lazo corredizo de una soga atada al hocico y la carrillera de arriba, donde los colmillos oficiaban de retén para que el cerdo no zafara; con ese lazo tirante de la soga por un par de varones forzudos, más el empuje sobre las nalgas y parte trasera del resto de las fuerzas en acción, pasaba el animal al banco de costado, se ataba al banco en la parte delantera, y las patas traseras, la de el lado de abajo se cruzaba por la brija hacia arriba sujetada con fuerza, de manera que la de arriba quedaba trabada.
La otra manera, más moderna, con un gancho de hierro tipo anzuelo, clavado en las fosas nasales del cerdo; cada cual más espantosa.

Así el animal, recibía el filoso cuchillo del operador algo inclinado desde el ángulo del esternón hacia el corazón, removiendo el cuchillo para que el sangrado fuera más rápido y la muerte también.
Una mujer de las allegadas, estaba con una caldereta o herrada (cubo de cinc o latón), con una base de migas de hogaza y un puñado de sal esperando la caída de la sangre, dando  con la mano giros rotatorios para que la sangre no cuajara. Luego la sangre se cocía y quedaba a la espera de las morcillas y de la Chanfaina.

Decían las comadres, que la mujer que esperaba la sangre y le daba vueltas con la mano, no lo podía hacer si estaba con la regla, en cuyo caso la sangre se cortaría en grumos. Y parece que es cierto a veces, habida cuenta que en ese estado hay alteraciones hormonales, que a través de los poros producirían tales efectos. Las matanzas normales de mis tiempos eran de dos cerdos, en algunos pocos casos de tres.

Muertos los cerdos, venía el operativo chamuscado. La primera parte, en posición natural con el lomo arriba, la barriga abajo, y las patas delanteras y traseras  bien abiertas para que se mantuvieran firmes. Se le ponía una capa de pajas de centeno enteras ( en la trilla se guardaban paras esos fines, sin espigas), se prendía fuego y empezaban las llamaradas, en general la punta de las orejas y la punta del rabo, acusaban el impacto de las llamas, intentando enroscarse. Cumplido ese chamuscado, se daban vuelta patas arriba, con algún soporte lateral de piedra o madera dura, para evitar que se volcaran de lado; se repetía el tendido de la capa de paja, se prendía fuego , y las llamas cumplían su función de quema de cerdas y tostado del cuero.

En esta posición, a fin de aflojar las pezuñas o castañetas, se recurría a un puñado de pajas, que encendidas se iban arrimando a las pezuñas, hasta que la cubierta exterior se podía arrancar con la mano en forma libre, de una en una hasta el final.

Luego se dejaban un rato a la intemperie, se enfriaban, y se abrían con cuchillo desde las carrilleras, pescuezo, esternón, barriga hasta el culo, sacándole pulmones, corazón, hígado y tripas. Sacadas todas esas entrañas, se ordenaba el manto de la manteca, el que se extendía colgado en parte de las patas, y pasaría la noche con los cerdos colgados cabeza abajo, enganchados en alguna viga. Al día siguiente, como era tiempo de heladas y fríos, el cerdo y sus carnes  estaban congelados, y listos para faenar. Eso sería el día dos de las Matanzas.

El día uno, el operativo más importante era ir con las tripas, incluidos esófago y estómago, a lavarlos a la corriente del río o de algún arroyo cercano, con agua más caliente por estas más expuesta, por menor cantidad, a las radiaciones solares.

Ahora vamos con la tantas veces meneada CHANFAINA al estilo alistano, o mejor cómo la hacía mi madre, que no le ponía hígado, porque el hígado de los cerdos cebados era duro, pero además muy amargo, de lo que doy fe.

Uno o dos días antes de la Matanza, se ponían en remojo en agua bien caliente, codillo y oreja, llamados añejos, de la matanza del año anterior. El día de la matanza temprano, se ponen a cocinar o cocer, bien cocidos, los añejos, que proporcionarán el caldo base de la chanfaina.

Parte de la sangre de los cerdos matados ese día, se cuece unos 20 minutos en el caldo de los añejos, se saca la sangre cocida/coagulada, se hace un picadillo, o como hacía mi madre, la trituraba con la mano haciéndola pasar por entre los dedos.

En una sartén grande, se ponen dos ó tres cucharadas de manteca, una cebolla grande bien picada, cuando la cebolla está sofrita, se añade un cucharada de pimentón picante, y el picadillo de la sangre triturada. El añejo sigue la cocción. Se saca el añejo y se guarda el caldo.

Se miga la hogaza de pan, con cuchillo afilado y finas migas.

Se machaca ajo y una guindilla, agregándolos al caldo del añejo con una cucharada de pimentón.

Después se alternan una capa de migado y otra de picadillo sucesivamente, hasta que sea absorbido todo el caldo por la mezcla. Se revuelve todo y…buen provecho con la CHANFAINA mezclada con un buen tinto de Toro ó de Mendoza.

Hecha la digestión de la Chanfaina, lavadas las tripas, estómagos y esófagos, con destino a morcillas, chorizos, lomo embuchado , botillos y otras lindezas, pasamos al día dos de las Matanzas.

Antes del descendimiento de los cerdos, se sacan los fríos mantos de manteca, con destino a calderas para extraer la manteca, y con los residuales, llamados chicharrones, más pan migado más azúcar, se arman los que en Aliste se llamaban Torrejones, elementos que formaban parte de los desayunos por unos cuantos días, una vez calentados en una sartén en la lumbre. Igual trámite tenían las morcillas: pan migado, sangre, untos, azúcar, todo precocido, cocción que se volvía a realizar, previo al consumo final; como los torrejones, desayuno alistano, cortoplacista.

Descendidos los cerdos al llano, comenzaba la faena: Se cortaba la cabeza a nivel de nuca, que luego se pelaba con orejas incluidas hasta la misma ñata u hocico, sacando el tocino de la papada. Los huesos de la cabeza, formaban parte de los elementos adobados que iban a pasar revista a los botillos, de huesos con algo de carne  y salpimentados, aptos para guisar con patatas y berzas, que con buen sabor no pasaban las fronteras de febrero.

A punta de cuchillo, se despegaban espinazo y costillas de las dos hojas de tocino, con paleta (jamón de pata delantera) y jamón propiamente dicho con pata y cuarto trasero. Ambos jamones, se salaban con sal gruesa en unidad con la hoja de tocino, sal abajo, sal en el medio y sal arriba, durante 15 días; a los 15 días se rotaban de posición, con agregado de sal gruesa nueva con la existente, por otros 15 días. Al mes, se colgaban los tocinos con sus jamones adheridos, en los lugares seleccionados, para recibir el ahumado de la leña que se quemaba en la cocina. Ahora se dice, que ese ahumado es cancerígeno ¿…?

Una parte de las costillas y del espinazo, pasaban a formar parte de los huesos adobados de los botillos. El resto, estaba sujeto a la prueba de la sal gruesa y el curado al humo.

Ese segundo día, se picaban en su mayoría a tijera, salvo el que tuviera máquina de picar carne, que en ambos casos la carne picada  se sazonaba con ajo y pimentón, en dornajos de madera, por unas 24 horas, para el tercer día, a mano o a máquina, embutir la carne adobada en las tripas del intestino delgado, desde el duodeno al yeyuno e ileon. En mis tiempos, se confeccionaban los llamados ramales de chorizo o de longaniza, que también se colgaban y ahumaban por las cercanías de la cocina. Había una parte del solomillo, con el mismo nivel de adobo, que se embuchaba en la tripa grasosa del recto, la llamada tripa del culo, se conservaba de maravilla, y era costumbre de guardar para comerlo los segadores de guadaña, en la siega de la hierba de los prados por el mes de junio de cada año.

04- Y, entra el Invierno el 21 de Diciembre:

Pasaron las matanzas, y estamos casi a fin de año en días de Navidad y casi Año Nuevo. En otras calendas, años ha, vendría a cuento el relato de las Hilanderas, ya referidas en un apartado especial en la primera parte, a sugerencias de otra alistana residente en Barcelona, nacida en Tolilla precisamente, María GONZÁLEZ PRIETO.

Días fríos, que en los años que no se conocían ni el LDL, ni los Triglicéridos, ni el Síndrome metabólico, ni la Diabetes tipo II, porque el balance calórico entre ingreso y gasto era deficitario, los alistanos podían darse el gusto de comer tocino de papada con berzas y patatas, o chorizos con repollo blanco ( se desconocía el morado), con unos buenos tragos de vino a granel de odre o pellejo, que era común estar bien rebautizado, con unos cuantos grados menos de alcohol, que el puro original.

Así en forma somera, hemos viajado por las estaciones del tiempo, con recuerdos de la cultura costumbrista del Aliste del pasado, que seguro no volverá, porque Aliste – lo que me entristece muchísimo –, a mi parecer, como Comarca habitada tiene poco presente y ningún futuro, con el prisma de una prospección de los primeros 20-25 años del siglo XXI.

Buenas noches amigos. Y un abrazo para los alistanos residentes, para los derivados y para los asimilados. Aliste siempre ha sido una Comarca pobre y olvidada, pero tan pronto pudo participar del desarrollo dinámico del progreso, ha demostrado tener una arcilla dúctil, persistente y tenaz, que se adapta y se adelanta abriendo caminos , a los conocimientos de estos nuevos tiempos.

Simón

Buenos Aires , 11:30 horas de la noche del 15 de Febrero de 2011

P.D. Esta nota, es una nota también de homenaje a mi mujer Lidia Nelly TESTA SCHROH, fallecida el 31-01-2011, que sólo leyó la primera parte de este artículo, la publicada en la Web de Aliste. Antes le gustaba leer todos mis escritos completos; éste para ella se quedó sin final, por el final de su Vida, que hasta ahora en las noches de los tiempos, siempre, antes y después, han dado las sentencias de los versos de J.Manrique:”…allí los ríos caudales,/ allí los otros medianos/ e más chicos,/ allegados, son iguales/ los que viven por sus manos/ e los ricos…”. Se corre el telón indicador de FIN, y sólo quedan los recuerdos de las propias estructuras genéticas heredadas que transcienden, por dos generaciones posteriores, a lo sumo tres, que luego el olvido natural, con sus cargas electromagnéticas pasarán a los corredores del Universo donde todo se mezcla y se confunde, para formar parte, más allá de la materia de la misteriosa “gravitación universal”.
(1).Nota: Recuerdo al tío Benito Martín, vecino de Tolilla que era muy gracioso, y en aquellos momentos difíciles de los años 38-40 en una reunión de vecinos, comentó esta anécdota.
“El otro día le pedí pan a Catalina (la esposa) y me dijo que no tenía ¿Cómo que no tienes pan? Y añadió: Leña tenemos, horno tenemos, artesa tenemos, piñeras tenemos, pala tenemos; agua, sal y furmiento/hurmiento tenemos, palo con gancho para esparcir la lumbre del horno también. Entonces ¿Qué es lo que te falta?- Me falta la harina, Benito.Y, ¿por una sola cosa que te falta, no puedes hacer el pan…?”

Esto podrá sonar a chiste, pero lamentablemente en muchos casos era real.///SKA (15-02-2011)