Extracto sobre el Cine Avenida de Alcañices sacados de la Tesis Doctoral.
Se puede acceder a todo su contenido en:
6.1. Aliste, Tábara y Alba
6.1.1. Alcañices
Con una población de 1.749
habitantes961 el Cine Avenida –primera sala
estable de Alcañices– se inauguraría en plena República, el 10 de abril de
1933. Se tiene constancia de que ya unos años antes, se habían ofrecido
proyecciones al aire libre en la villa aprovechando las fiestas en honor a la
Virgen de la Asunción y San Roque962.
Durante los años treinta y cuarenta, los promotores del local fueron
Tomás Turiel y José Araujo, siendo más tarde –en los cincuenta– Manuel Lorenzo
Calvo el que se haría cargo del mismo. El local elegido fue uno situado en
plena calle de la Iglesia y cuya propiedad era de Miguel Osorio y Martos,
Marqués de Alcañices. No se conservan planos ni memoria del proyecto, aunque
gracias a testimonios de fuentes orales de vecinos de la Villa y a las
informaciones recogidas en los Anuarios de Cine de la Filmoteca Nacional, se
pueden enumerar las características que poseía la sala de proyección. También
son de gran importancia las palabras escritas por Jesús Barros en su obra
(2005, p. 163) donde muestra cómo era la distribución del cine:
Disponía de un patio, dotado de suficientes y
buenas butacas de madera, y de un “gallinero” formado por amplios escalones,
también de madera, en el que nos aposentábamos los pequeños, quienes, algunas
veces, en invierno, nos colábamos escondidos debajo del abrigo de un mayor, y
los que no disponían del dinero suficiente para ir a butaca. El gallinero era
el sitio donde se aplaudía, pateaba, silbaba o desde el que salían las voces de
protesta cuando había algún fallo en la película o se suponía que la pareja protagonista
se iba a dar un beso y cortaban la escena.
Según el Anuario Hispanoamericano de 1950, el Cine Avenida
contaba con 342 localidades
repartidas en 192 butacas de patio y 150 en general963. También la cabina de proyección poseía una máquina de
la marca A.E.G. modelo T-3, bastante
moderna para la época. Aunque carecía
de baños por no haber alcantarillado en el pueblo, el local sí contaba con
ambigú, lo que hacía más llevaderas
las esperas de los espectadores por los cambios entre rollo y rollo. Los asientos eran butacas de madera
numeradas que se apilaban en las orillas del local durante los bailes y otras celebraciones.
Los noventa años de los que goza la vecina
Asunción González Bermúdez,
no han hecho que olvide los filmes más significativos que
pasaron por el Cine Avenida: las cintas de El Gordo y El Flaco, de Chaplin o de
Marisol, así como La pantera rosa, La
canción de Bernadette, Inés de Castro, Marcelino
pan y vino, Nobleza baturra,
Alba de América, Jeromín, Balarrasa, La Lola se
va a los puertos, El pequeño ruiseñor, Los ladrones somos gente honrada, La
aldea maldita o Los últimos de Filipinas. La nonagenaria –que en su juventud fue
taquillera del cine– también relata
cómo, en ocasiones, este se encontraba abarrotado de gentes –muy bien
arregladas– llegadas de poblaciones cercanas. Para ello utilizaban medios tan
rústicos como las caballerizas o los carros; e incluso algunos forasteros
llegarían a la Villa por su propio pie. Acudir a una sesión de cine los
domingos, era la costumbre después de misa, sobre todo si eran películas religiosas como La mies es mucha, a cuya asistencia se
encargaba de que fuera obligatoria el
señor párroco, pasando lista. Además, el NO-DO disfrutaba de un gran respeto
entre los espectadores, guardando estos un silencio sepulcral en cuanto
comenzaba su sintonía de cabecera. Los
precios variaban según el tipo de película, aunque generalmente oscilaban entre la una y las dos pesetas.
Figura 109. Cine Avenida, ya clausurado, en la plaza de la Iglesia.
Circa 1970.
Fuente: Antigua postal. Colección del
A.H.P.Za.
Los films se anunciaban en
los soportales de la Plaza Mayor y en la plaza de la Iglesia, a través de un
tablón de madera reforzado con tela metálica, donde se situaban los fotocromos
y/o carteles de los próximos estrenos964. Las
latas que contenían las películas llegaban los sábados y vísperas de fiesta en un coche de
línea de la empresa La Alistana dentro
de un saco de arpillera, listas para ser proyectadas los domingos y festivos.
En muchas ocasiones, las proyecciones fueron canceladas porque la cinta llegaba
muy tarde o porque el operador –que entonces venía de la capital– perdía el
medio de transporte que lo trasladaba hasta Alcañices. Miguel Rostán (2007, pp.
117-126) destaca que –en muchas ocasiones– las películas llegaban con defectos
por culpa del desgaste, proyectándose imágenes dañadas e intercaladas con
números.
Asunción González cuenta
también el gran peso censor que tenía la iglesia en la posguerra. Claro ejemplo fue el de Manuel
Palacios, a la sazón párroco de la Villa y natural de Monfarracinos, que se
convertiría en el brazo ejecutor de la censura más recalcitrante. Este vigilaba
celosamente desde su ventana –cercana a la taquilla del cine– verificando quien
o quienes eran las personas que entraban en
él965.
El semanario S.I.P.E. siguió llevando a cabo
una auténtica cruzada contra lo que denominaba «cine que hace daño». Un cine
que debía ser combatido por tres frentes. Desde la censura oficial, la censura
de los órganos privados y, sobre todo, desde la taquilla, no acudiendo a ella.
(Martínez-Bretón, 1987, p. 75).
Eran muchos los vecinos
que para acudir a una proyección –evitaban pasar por la puerta del cura– dando para ello un rodeo por calles aledañas.
Hubo casos en que, a chicas que pertenecían a
la Congregación de Hijas de María, las
expulsaron de la asociación por haber ido a ver películas que el sacerdote no
consideraba edificantes. Incluso se dejaba de dar raciones de comida en Auxilio
Social a quienes habían ido a ver
películas no especialmente recomendadas. (Barros, 2005, p. 164).
También, los carteles de
la época desaparecían del tablón anunciador por culpa del sucesor de Palacios al frente de la parroquia
alcañizana. Con una desfasada mentalidad, Félix Manteca, cada vez que se topaba con estas carátulas
en las que se mostraban
besos de la pareja protagonista, este las arrancaba sin
piedad porque, según sus principios, no eran dignos de ser contemplados.
La Iglesia y sus pastores eran muy
conscientes del poder configurador de mentalidades que tenía el cine. Los
jóvenes podían aprender, sólo por el hecho de ir al cine, muchas conductas y
actitudes consideradas pecaminosas, y sentirse atraídos por ellas. (Orellana,
2007, pp. 185-186).
Sin duda, Alcañices era un claro
ejemplo de la doble censura
que existía durante
la posguerra en España. Por
un lado, las cintas que llegaban al circuito de exhibición se encontraban
plagadas de cortes y empalmes. Y por otro, la iglesia, que ejecutaba su propia
censura, prohibiendo ciertas películas por sus ilícitos argumentos966. Ese fue el caso del estreno de La
malquerida, cuyo guion contaba la historia de un hombre locamente enamorado
de su joven hijastra, mostrando como un amor prohibido, podía generar
comportamientos torcidos. Debido a ello y tras su visionado, el sacerdote de la
Villa prohibiría a las vecinas más jóvenes acudir a la proyección de la cinta967. “El hecho de que el cine presentara como alternativas atractivas al divorcio, el amor
libre, el sexo desinhibido, el aborto… no sólo era una amenaza contra las recomendaciones
morales de la Iglesia, sino también contra la cohesión social” (Orellana, 2007,
p. 186).
A mediados de los años
cincuenta llegaría el color y con él la exhibición de cintas americanas, sobre todo, las del oeste. De hecho, la primera
película en color exhibida en la villa fue Dodge,
ciudad sin ley968. Ese periodo fue el principio del fin para el Cine
Avenida. La cantidad de impuestos a los que tenía que hacer frente Manuel
Lorenzo, junto al alquiler del local; y las pocas ganancias obtenidas
en la recaudación, harían que la empresa no fuera rentable969. Sea
como fuere, lo que está claro es que la llegada de la televisión no fue el
problema. Según Barros (2005, p. 167) el declive del Cine Avenida fue las malas
intenciones de ciertas personas de poder que veían en el espectáculo
cinematográfico un medio libertino:
Varias generaciones de hijos de la Villa disfrutaron de aquel
espacio de cultura y diversión. Con él no acabó la caja tonta, que aún no había aparecido, sino que acabaron las mentes retorcidas y enfermizas que ven el conocimiento un mal social.
Manuel Lorenzo clausuraría
el cine entre los años 1957 y 1958970,
vendiendo el proyector y parte de las butacas a Serafín Baladrón
Antón, a la sazón empresario
del cine de Tábara.
Aun así, el espectáculo
audiovisual seguiría estando presente en la villa, ya que en esos años se tiene
constancia, por los vecinos, de proyecciones celebradas en unos garajes
situados en la calle de San Francisco, lugar donde se encuentra Caja Rural en la
actualidad971. Este cinematógrafo evocaba a los
pioneros que habían recorrido las grandes localidades españolas a principios
del siglo xx. Su
carácter ambulante lo calificaba de original y distinto al cine permanente, ya
que el empresario solo ponía la maquinaria y acordaba un local para su
exhibición. Mientras, los espectadores, aportaban su asiento y el pago de la
entrada, para completar el rito cinematográfico.
962 Anuario del Cinematografista de 1930, (p. 232).
963 Cotejando varios Anuarios en la Filmoteca Española, se
puede comprobar cómo los datos sobre aforos
suelen fluctuar o no ser fijos. En el caso de Alcañices para la publicación: España Cinematográfica. Anuario 1943.
A. Valero de Bernabé.
Madrid; el Cine Avenida
poseía 312 localidades, mientras que para el Índice cinematográfico de España 1942-1943. Ediciones Marisal. Madrid; serían similares al Anuario Hispanoamericano de 1950. Por su
parte, el Anuario del Espectáculo
1944-45. Tomo I. Sindicato
Nacional del Espectáculo. Madrid; especifica que el aforo del Cine Avenida era de 362 localidades. Sea como
fuere, este local contaba con más de 300 localidades, todo un lujo en aquella
época.
964 Barros (2005, p. 164) relata que
el último cartel que se colgó en el tablón, fue el de Lanza rota (Broken
Lance, Edward
Dmytryk, 1956), permaneciendo allí, hasta que el paso del tiempo lo hizo caer
en pedazos.
965 Rostán (2007, pp. 145-146) destaca que en
la celebración de un acto del Domund en el cine en el que asistieron representaciones de infantes y Acción Católica,
el clero mandó cubrir las paredes a ambos lados del escenario con sábanas blancas
para así tapar los carteles
de películas que mostraban siluetas
femeninas e imágenes sugerentes.
966 “La coeducación era pecado, y los bailes
populares modernos y el que se besaran los novios, y la moda femenina, e,
incluso, pintarse. Malo era leer novelas, era mejor no leerlas; el «vicio
solitario» acarreaba todos los males; cuidado especial se tenía en los baños en
playas y piscinas y los trajes de bao y los novios no debían salir solos, sino
acompañados por sus padres”. Sánchez Herrero, J. (2018). La diócesis de Zamora
en el siglo xx (p. 1249). En Sánchez Herrero (coord.). Historia de las Diócesis Españolas. Vol. 21. Igleisas de Astorga y
Zamora. Madrid, España: Biblioteca de Autores Cristianos.
967 Testimonio aportado por Asunción González
Bermúdez, vecina de Alcañices, durante la entrevista realizada el 28 de enero
de 2018.
968 Testimonio recogido
a Jesús María
Lorenzo Más, actual
alcalde de Alcañices e hijo de Manuel Lorenzo Calvo, último empresario del Cine Avenida.
969 Gran parte del público
asistía sin pagar un céntimo
por ser policías, guardia civiles
o familiares de ambos, por lo que la recaudación no era
la esperada.
970 Fecha esta tomada del
testimonio recogido por Barros (2005, p. 164) cuando hace mención del último
cartel colgado en el tablón de la plaza de la iglesia donde se anunciaba la
película Lanza rota (Broken Lance, Edward Dmytryk, 1956).
Según el IMDB, esta cinta se estrenaría en Madrid el 9 de abril de 1955, por lo
que su estreno en Zamora y en un lugar tan recóndito como Alcañices, sería un
año más tarde.
971 Testimonio aportado por
Daniel Ferreira Fernández, vecino de Alcañices.