jueves, 10 de enero de 2019

Sobre el Cine Avenida de Alcañices

Extracto sobre el Cine Avenida de Alcañices sacados de la Tesis Doctoral.

Se puede acceder a todo su contenido en:



6.1.  Aliste, Tábara y Alba

6.1.1.  Alcañices
Con una población de 1.749 habitantes961 el Cine Avenida –primera sala estable de Alcañices– se inauguraría en plena República, el 10 de abril de 1933. Se tiene constancia de que ya unos años antes, se habían ofrecido proyecciones al aire libre en la villa aprovechando las fiestas en honor a la Virgen de la Asunción y San Roque962. Durante los años treinta y cuarenta, los promotores del local fueron Tomás Turiel y José Araujo, siendo más tarde –en los cincuenta– Manuel Lorenzo Calvo el que se haría cargo del mismo. El local elegido fue uno situado en plena calle de la Iglesia y cuya propiedad era de Miguel Osorio y Martos, Marqués de Alcañices. No se conservan planos ni memoria del proyecto, aunque gracias a testimonios de fuentes orales de vecinos de la Villa y a las informaciones recogidas en los Anuarios de Cine de la Filmoteca Nacional, se pueden enumerar las características que poseía la sala de proyección. También son de gran importancia las palabras escritas por Jesús Barros en su obra (2005, p. 163) donde muestra cómo era la distribución del cine:
Disponía de un patio, dotado de suficientes y buenas butacas de madera, y de un “gallinero” formado por amplios escalones, también de madera, en el que nos aposentábamos los pequeños, quienes, algunas veces, en invierno, nos colábamos escondidos debajo del abrigo de un mayor, y los que no disponían del dinero suficiente para ir a butaca. El gallinero era el sitio donde se aplaudía, pateaba, silbaba o desde el que salían las voces de protesta cuando había algún fallo en la película o se suponía que la pareja protagonista se iba a dar un beso y cortaban la escena.


Según el Anuario Hispanoamericano de 1950, el Cine Avenida contaba con 342 localidades repartidas en 192 butacas de patio y 150 en general963. También la cabina de proyección poseía una máquina de la marca A.E.G. modelo T-3, bastante moderna para la época. Aunque carecía de baños por no haber alcantarillado en el pueblo, el local sí contaba con ambigú,      lo que hacía más llevaderas las esperas de los espectadores por los cambios entre rollo y  rollo. Los asientos eran butacas de madera numeradas que se apilaban en las orillas del local durante los bailes y otras celebraciones.
Los noventa años de los que goza la vecina Asunción González Bermúdez, no han hecho que olvide los filmes más significativos que pasaron por el Cine Avenida: las cintas de El Gordo y El Flaco, de Chaplin o de Marisol, así como La pantera rosa, La canción de Bernadette, Inés de Castro, Marcelino pan y vino, Nobleza baturra, Alba de América, Jeromín, Balarrasa, La Lola se va a los puertos, El pequeño ruiseñor, Los ladrones somos gente honrada, La aldea maldita o Los últimos de Filipinas. La nonagenaria –que en su juventud fue taquillera del cine– también relata cómo, en ocasiones, este se encontraba abarrotado de gentes –muy bien arregladas– llegadas de poblaciones cercanas. Para ello utilizaban medios tan rústicos como las caballerizas o los carros; e incluso algunos forasteros llegarían a la Villa por su propio pie. Acudir a una sesión de cine los domingos, era la costumbre después de misa, sobre todo  si eran películas religiosas como La mies es mucha, a cuya asistencia se encargaba de que fuera obligatoria el señor párroco, pasando lista. Además, el NO-DO disfrutaba de un gran respeto entre los espectadores, guardando estos un silencio sepulcral en cuanto comenzaba    su sintonía de cabecera. Los precios variaban según el tipo de película, aunque generalmente oscilaban entre la una y las dos pesetas.

Figura 109. Cine Avenida, ya clausurado, en la plaza de la Iglesia. Circa 1970.


Fuente: Antigua postal. Colección del A.H.P.Za.


Los films se anunciaban en los soportales de la Plaza Mayor y en la plaza de la Iglesia, a través de un tablón de madera reforzado con tela metálica, donde se situaban los fotocromos y/o carteles de los próximos estrenos964. Las latas que contenían las películas llegaban los sábados y vísperas de fiesta en un coche de línea de la empresa La Alistana dentro de un saco de arpillera, listas para ser proyectadas los domingos y festivos. En muchas ocasiones, las proyecciones fueron canceladas porque la cinta llegaba muy tarde o porque el operador –que entonces venía de la capital– perdía el medio de transporte que lo trasladaba hasta Alcañices. Miguel Rostán (2007, pp. 117-126) destaca que –en muchas ocasiones– las películas llegaban con defectos por culpa del desgaste, proyectándose imágenes dañadas e intercaladas con números.
Asunción González cuenta también el gran peso censor que tenía la iglesia en la  posguerra. Claro ejemplo fue el de Manuel Palacios, a la sazón párroco de la Villa y natural de Monfarracinos, que se convertiría en el brazo ejecutor de la censura más recalcitrante. Este vigilaba celosamente desde su ventana –cercana a la taquilla del cine– verificando quien o quienes eran las personas que entraban en él965.
El semanario S.I.P.E. siguió llevando a cabo una auténtica cruzada contra lo que denominaba «cine que hace daño». Un cine que debía ser combatido por tres frentes. Desde la censura oficial, la censura de los órganos privados y, sobre todo, desde la taquilla, no acudiendo a ella. (Martínez-Bretón, 1987, p. 75).


Eran muchos los vecinos que para acudir a una proyección –evitaban pasar por la puerta del cura– dando para ello un rodeo por calles aledañas.
Hubo casos en que, a chicas que pertenecían a la Congregación de Hijas de María,  las expulsaron de la asociación por haber ido a ver películas que el sacerdote no consideraba edificantes. Incluso se dejaba de dar raciones de comida en Auxilio Social a quienes habían ido a ver películas no especialmente recomendadas. (Barros, 2005,  p. 164).


También, los carteles de la época desaparecían del tablón anunciador por culpa  del  sucesor de Palacios al frente de la parroquia alcañizana. Con una desfasada mentalidad, Félix Manteca, cada vez que se topaba con estas carátulas en las que se mostraban besos de la pareja protagonista, este las arrancaba sin piedad porque, según sus principios, no eran dignos de ser contemplados.
La Iglesia y sus pastores eran muy conscientes del poder configurador de mentalidades que tenía el cine. Los jóvenes podían aprender, sólo por el hecho de ir al cine, muchas conductas y actitudes consideradas pecaminosas, y sentirse atraídos por ellas. (Orellana, 2007, pp. 185-186).


Sin duda, Alcañices era un claro ejemplo de la doble censura que existía durante la posguerra en España. Por un lado, las cintas que llegaban al circuito de exhibición se encontraban plagadas de cortes y empalmes. Y por otro, la iglesia, que ejecutaba su propia censura, prohibiendo ciertas películas por sus ilícitos argumentos966. Ese fue el caso del estreno de     La malquerida, cuyo guion contaba la historia de un hombre locamente enamorado de su joven hijastra, mostrando como un amor prohibido, podía generar comportamientos torcidos. Debido a ello y tras su visionado, el sacerdote de la Villa prohibiría a las vecinas más jóvenes acudir a la proyección de la cinta967. “El hecho de que el cine presentara como alternativas atractivas al divorcio, el amor libre, el sexo desinhibido, el aborto… no sólo era una amenaza contra las recomendaciones morales de la Iglesia, sino también contra la cohesión social” (Orellana, 2007, p. 186).
A mediados de los años cincuenta llegaría el color y con él la exhibición de cintas americanas, sobre todo, las del oeste. De hecho, la primera película en color exhibida en la villa fue Dodge, ciudad sin ley968. Ese periodo fue el principio del fin para el Cine Avenida. La cantidad de impuestos a los que tenía que hacer frente Manuel Lorenzo, junto al alquiler del local; y las pocas ganancias obtenidas en la recaudación, harían que la empresa no fuera rentable969. Sea como fuere, lo que está claro es que la llegada de la televisión no fue el problema. Según Barros (2005, p. 167) el declive del Cine Avenida fue las malas intenciones de ciertas personas de poder que veían en el espectáculo cinematográfico un medio libertino:
Varias generaciones de hijos de la Villa disfrutaron de aquel espacio de cultura y diversión. Con él no acabó la caja tonta, que aún no había aparecido, sino que acabaron las mentes retorcidas y enfermizas que ven el conocimiento un mal social.


Manuel Lorenzo clausuraría el cine entre los años 1957 y 1958970, vendiendo el proyector  y parte de las butacas a Serafín Baladrón Antón, a la sazón empresario del cine de Tábara.
Aun así, el espectáculo audiovisual seguiría estando presente en la villa, ya que en esos años se tiene constancia, por los vecinos, de proyecciones celebradas en unos garajes situados en la calle de San Francisco, lugar donde se encuentra Caja Rural en la actualidad971. Este cinematógrafo evocaba a los pioneros que habían recorrido las grandes localidades españolas a principios del siglo xx. Su carácter ambulante lo calificaba de original y distinto al cine permanente, ya que el empresario solo ponía la maquinaria y acordaba un local para su exhibición. Mientras, los espectadores, aportaban su asiento y el pago de la entrada, para completar el rito cinematográfico.

961  Fuente: Fondo Documental del INE. Censo de población de 1930. Provincia de Zamora. Recuperado de: http://www.ine.es/inebaseweb/treeNavigation.do?tn=92530&tns=98274#98274
962  Anuario del Cinematografista de 1930, (p. 232).
963  Cotejando varios Anuarios en la Filmoteca Española, se puede comprobar cómo los datos sobre aforos suelen fluctuar o no ser fijos. En el caso de Alcañices para la publicación: España Cinematográfica. Anuario 1943.
A. Valero de Bernabé. Madrid; el Cine Avenida poseía 312 localidades, mientras que para el Índice cinematográfico de España 1942-1943. Ediciones Marisal. Madrid; serían similares al Anuario Hispanoamericano de 1950. Por su parte, el Anuario del Espectáculo 1944-45. Tomo I. Sindicato Nacional del Espectáculo. Madrid; especifica que el aforo del Cine Avenida era de 362 localidades. Sea como fuere, este local contaba con más de 300 localidades, todo un lujo en aquella época.
964  Barros (2005, p. 164) relata que el último cartel que se colgó en el tablón, fue el de Lanza rota (Broken
Lance, Edward Dmytryk, 1956), permaneciendo allí, hasta que el paso del tiempo lo hizo caer en pedazos.
965  Rostán (2007, pp. 145-146) destaca que en la celebración de un acto del Domund en el cine en el que asistieron representaciones de infantes y Acción Católica, el clero mandó cubrir las paredes a ambos lados del escenario con sábanas blancas para así tapar los carteles de películas que mostraban siluetas femeninas e imágenes sugerentes.
966  “La coeducación era pecado, y los bailes populares modernos y el que se besaran los novios, y la moda femenina, e, incluso, pintarse. Malo era leer novelas, era mejor no leerlas; el «vicio solitario» acarreaba todos los males; cuidado especial se tenía en los baños en playas y piscinas y los trajes de bao y los novios no debían salir solos, sino acompañados por sus padres”. Sánchez Herrero, J. (2018). La diócesis de Zamora en el siglo xx (p. 1249). En Sánchez Herrero (coord.). Historia de las Diócesis Españolas. Vol. 21. Igleisas de Astorga y Zamora. Madrid, España: Biblioteca de Autores Cristianos.
967  Testimonio aportado por Asunción González Bermúdez, vecina de Alcañices, durante la entrevista realizada el 28 de enero de 2018.
968  Testimonio recogido a Jesús María Lorenzo Más, actual alcalde de Alcañices e hijo de Manuel Lorenzo Calvo, último empresario del Cine Avenida.
969  Gran parte del público asistía sin pagar un céntimo por ser policías, guardia civiles o familiares de ambos, por lo que la recaudación no era la esperada.
970  Fecha esta tomada del testimonio recogido por Barros (2005, p. 164) cuando hace mención del último cartel colgado en el tablón de la plaza de la iglesia donde se anunciaba la película Lanza rota (Broken Lance, Edward Dmytryk, 1956). Según el IMDB, esta cinta se estrenaría en Madrid el 9 de abril de 1955, por lo que su estreno en Zamora y en un lugar tan recóndito como Alcañices, sería un año más tarde.
971  Testimonio aportado por Daniel Ferreira Fernández, vecino de Alcañices. 

  




















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