Teo Nieto Vicente nació en el barrio de San Lazaro de Zamora el día 14 de octubre de 1969. Ordenado sacerdote el 16 de septiembre de 1995 llegó a alliste, tras 28 años, es ya un alistano más, querido y respetado.
SERMÓN VIERNES SANTO
BERCIANOS DE ALISTE/29 DE MARZO DE 2024
El texto que nos ocupa es una reflexión profunda sobre la crucifixión de Jesús y su significado para la humanidad. A través de la descripción detallada del proceso de bajada de la cruz, el autor nos invita a meditar sobre el sacrificio de Jesús, las injusticias que sufrió y el mensaje de esperanza que su muerte y resurrección representan.
El texto se divide en cinco secciones, cada una dedicada a la retirada de un elemento específico de la crucifixión: el títulus, la corona de espinas, los clavos de las manos y los pies, y el cuerpo de Jesús.
El títulus, que indicaba el motivo de la condena de Jesús, es retirado como símbolo de la eliminación de la vergüenza y la reivindicación de su nombre. Se hace referencia a la importancia de la identidad y la lucha contra la discriminación.
La corona de espinas, símbolo del escarnio y la burla, es quitada para resaltar la libertad que Jesús ofrece y la necesidad de combatir las ideas que oprimen y marginan.
3. Los clavos de las manos:
Los clavos de las manos, que representan la compasión y la acción, son quitados como un llamado a extender la mano al prójimo y luchar contra la indiferencia.
4. Los clavos de los pies:
Los clavos de los pies, que simbolizan el camino y la esperanza, son quitados para animarnos a seguir adelante en la lucha por la justicia y la paz, sin caer en la tentación de la inacción.
El cuerpo de Jesús, símbolo del sacrificio y la redención, es recibido por María, madre de Dios, y colocado en una urna. Se nos invita a meditar sobre el dolor de la madre, la esperanza de la resurrección y el papel de las mujeres en la historia de la salvación.
El texto es una invitación a la reflexión personal y colectiva sobre el significado de la crucifixión de Jesús. Nos anima a tomar acción en la construcción de un mundo más justo, compasivo y lleno de esperanza.
La mañana,
ingenua en
su despertar,
vertía el
aroma de la primavera.
El juego,
la burla
y el
chasquido maloliente
del látigo
entre la carne
habían
traído el cansancio
al amanecer.
Pero había
que comenzar
y la quietud
se tiñó de rabia
en gritos de
saliva incorporada.
Un golpe
seco de madera sobre los hombros
marcó el
inicio de las huellas del camino.
Caminante,
Maestro,
ya no hay
camino,
se quiebra el camino al tropezar.
Los pies vacilantes
era reguero
de sangre vertida
empapando
calles
enturbiando
conciencias.
Las gentes
achicaban los recuerdos
de los
barcos de su corazón
para
convertirse en multitud
sedienta de
venganza.
Solo un eco
palpitaba…
“crucifícalo”.
Siempre los
mismos olvidos.
Atrás
quedaba el vino recién estrenado.
Caminante,
Maestro,
ya no hay
camino,
se quiebra el camino al tropezar.
El horizonte
era monte
nublado,
nombre
hundido por la niebla.
Tan solo un
letrero titulaba una vida de pasión,
de
entusiasmo en la entrega.
Despojo
humano con la túnica recién repartida.
Caminante,
Maestro,
ya no hay
camino,
se quiebra el camino al tropezar.
¿Cuántos
clavos se necesitan
para diluir
las utopías
y amarrar a
una cruz los sueños?
Siempre los
mismos clavos,
clavos que
no siempre son metal
sino simple
cotización en bolsa
que continúa
derramando sangre,
construyendo
olvidos,
quebrando
caminos
… Y nadie se
atrevía a mirar al que atravesaron.
Soledad
como hambre de un Dios
que hacía
silencio.
Y ellas
allí,
al pie
icono
repetido en la historia,
las
ignoradas y despreciadas
que saben
permanecer.
“Tengo sed…”
“Perdónalos…”
Leve
murmullo en boca agonizante,
Y en aquel
muerto seguía viva
la sed de
vencer al odio.
“Todo está
cumplido…” /
“…en
tus manos”.
Caminante,
ábrete a un nuevo
Camino…
Y ahora, hermanos, de
conformidad con vuestra tradición (que yo siento
como mía), rogamos que suban a lo alto de la cruz dos ministros del
Señor a desenclavar su cuerpo bendito e inerte, crucificado y muerto por
la salvación de toda la humanidad. De toda la creación.
Y que lo que hoy vamos a hacer… Este gesto de subir a la cruz
sea gesto que transparente el compromiso de ponernos en camino, día a día,
segundo a segundo, latido a latido para borrar de los montes de la historia
todas las cruces que todavía hoy brotan de nuestros paisajes, de nuestra
tierra, cruces que cuelgan del pecho de nuestras gentes.
Subamos a la cruz, pongamos nuestras manos (limpias del
pecado de la indiferencia), al servicio de la humanidad sangrante que clama
justicia y verdad, una creación que busca caminos alternativos a los dictados
del “poderoso caballero” en el que hemos dejado convertir al dinero y sus
sacerdotes.
Subamos a la cruz, para agacharnos a limpiar los pies de
tantos muertos que reclaman vida.
Quitad
el títulus…
El motivo de la condena había colgado sobre su pecho hasta
llegar a aquel monte cargado de niebla… La oscuridad no era una simple ausencia de
luz, era odio empapando los corazones que aplaudían, era indolencia en los ojos
que contemplaban. Pero había que exhibirlo bien, había que colgarlo en lo alto
de la cruz, sobre la cabeza de aquel insolente que había osado enfrentarse al
poder. A ese poder religioso que pretendía encerrar a Dios en ritos, normas y
templos, a ese poder político que, desde la distancia, desde aquella Roma
soberbia que se creía en posesión de la verdad, observaba al mundo con su espada
en empeño de construir una paz amasada en el miedo.
Todo el mundo tenía que saber que no se podía cuestionar al
poder… Ya lo había sentenciado aquel Sumo Sacerdote temoroso de perder su
puestor: “un hombre tenía que morir por
todo el pueblo”.
Y toda aquella noche de látigo y burla había servido para
borrar su nombre. Aquel despojo humano se había quedado sin nombre…
¡Cuántas veces en la historia borramos los nombres para poder
pisotear a las personas!
¡Cuántas veces en nuestros pueblos han diluido nuestros
nombres para convertirnos en estadística, números por los que no merece la pena
desvelarse!
Pero hoy, aquí, quitamos este títulus de la vergüenza para
reclamar un nombre… Porque somos Aliste, somos una cultura, somos gentes y
paisajes y vamos a gritar nuestro nombre hasta que quede escrito en la
historia.
Quitad
la corona de espinas…
Las ideas, los pensamientos que manaban por su boca en forma
de palabra eran aves que llevaban en sus alas el aroma de la libertad… Había
que acallar esas ideas que rozaban con suavidad, con la suavidad de la nieve
que cubre los campos, las conciencias de las personas, y, como esa humedad no
violenta, provoca el despertar de los corazones… Alienta la sed de libertad.
Había que acallarlas y la burla de esa corona de espinas que
hendían su furia en la frente de Jesús eran vano intento de desangrar las ideas
de aquel Maestro de Nazareth que “hablaba con autoridad, no como los escribas y
fariseos” que inventaban bellos discursos, no para transformar vidas y sembrar felicidad,
sino para ser ellos admirados y así ocupar los primeros puestos en las
sinagogas…
“No sea así entre vosotros…”,
les dijo el Maestro a sus discípulos porque el que quiera ser el primero tiene
que ser el primero en volar, y que el reguero de su vuelo sea camino abierto
para los demás.
¡Qué peligrosas son las ideas que invitan a despertar! Qué
peligrosas esas ideas que intentan construir una humanidad sin muros
construidos como pedestales desde los que observarnos unos a otros.
Pero hoy, aquí, quitamos esa corona para que las palabras del
Maestro sigan resonando libres y que su luz se filtre por cada uno de los poros
de nuestra piel haciéndonos paladear el sabor de la libertad… Una libertad que
nos haga vocear, con la fuerza sentida por la gente sencilla, que nuestros
pueblos no son lugares de los que compadecerse, ni a los que mirar desde la
tribuna de ese pensamiento único que ata nuestras conciencias y hunde nuestros
corazones en una sed inacabada.
Quitad
el clavo de la mano derecha
Aún resonaba en la retina de toda Galilea el gesto insolente
de aquella mano extendida.
Del margen del camino había brotado aquel grito que se
atrevía a acercarse: “Si
quieres puedes, limpiarme”. No eran palabras, era angustia, eran ansias de
librarse de la condena de soledad y volver a sentir el calor de la comunidad.
Todo el mundo esperaba
la respuesta: “Quiero, queda limpio”. Al fin y al cabo, la compasión es un
sentimiento que nadie puede amordazar en nuestro corazón. Pero… ¿quién se iba a
esperar que el Maestro extendiera su mano para tocar a aquel leproso? ¿acaso
desconocía las normas de pureza?
Compasión, sí… pero ¿extender la mano? No. Una mano extendida
movida por un corazón compasivo tiene la fuerza de cambiar la historia y
quebrar privilegios de purezas que expulsan y marginan. No se podía consentir,
había que amarrar esa mano en clavo de acero.
¿Cuántas veces nosotros “queremos limpiar las lepras” y nos
compadecemos, pero nos quedamos sentados en el sillón de la esquina del
escenario de la historia? Y es que han amarrado nuestras manos… Nos permiten compadecernos,
pero no toleran que nuestras manos atraviesen el viento para sembrar el
encuentro.
Pero hoy, aquí, quitamos ese clavo de la mano derecha para que
nos siga enseñando a extender la mano. Y hoy, aquí, recogemos la enseñanza del
Maestro a no quedarnos reposando nuestra rabia sobre la barra de un bar. Que
esta mano liberada toque nuestras lepras y nos libre de nuestras perezas para
salir a la calle.
Quitad
el clavo de la mano izquierda
Era un día cualquiera, a una hora cualquiera… Y el Maestro lo
dijo: “Dejad que los niños se acerquen a mí y extendió su mano para tocarlos,
para bendecirlos”Pero… ¿a quién se le ocurre hablar así a esos varones
borrachos de poder, a esos varones que tenían la respuesta fácil leída en
libros arcanos? A esos varones que tenían las preguntas y las respuestas… ¿A quién se le ocurre decirle que tenían que
ser como niños, que tenían que dejarse acariciar por la suavidad de la ingenuidad,
que tenían que permitir que los sueños se filtraran en sus venas para construir
una historia distinta? ¿A quién se le ocurre?
No podía ser… Había
que amarrar fuertemente esa mano que invita a soñar, esa mano izquierda que
invita a mirar la vida con la sorpresa del recién nacido… con la firme promesa
de aprender cada día de los lirios del campo.
¡Cuántas veces nosotros abandonamos nuestros sueños como si
fuese un reguero de vida gastada a lo largo del camino de nuestro tiempo! Dejar
de soñar, dejar de mirar la vida como lugar para crecer, dejar de ilusionarse
en cada instante que se nos acerca, es dejar de vivir.
Pero hoy, aquí, quitamos el clavo de esa mano izquierda
porque queremos que nos toque, porque queremos sentir el tacto de su piel
bendiciéndonos, porque queremos volver a ser como niños.
Quitad
el clavo de los pies
Todo camino se nos ofrece como reto y tentación… Reto de ir
contemplando paisajes, limpiando senderos, dejando huellas que sean estelas,
ejemplos a seguir, pero también tentación de quedarse estancando en esas sillas
que, como nos diría el poeta, “peligrosas nos invitan a parar”.
Jesús, el maestro, el gran caminante, también sintió entre
los callos de sus pies la tentación de esas sillas que nos invitan a olvidar
caminos.
Sillas de violencia… “Pedro, mete esa espada”.
Sillas de poder… “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, a
él solo darás culto”Sillas de indiferencia ante el sufrimiento ajeno… “dadles
vosotros de comer”.
Hoy la tentación de la silla se convierte en deseos de quedarse
parado contemplando la vida desde el palco de la indolencia cómplice que deja
discurrir la historia en manos de quienes crucifican.
Pero hoy, aquí, quitamos el clavo de esos pies caminantes
para que su camino quebrado vuelva a ser sendero de luz y libertad. Quitamos el
clavo como deseo de liberar a nuestros propios pies de tantas tentaciones de
violencia, de poder, de indiferencia…
Y ahora, a vosotros,
cofrades, os corresponde recibir el cuerpo bendito y exánime de Jesús, el Rey
de la gloria, humillado y escarnecido, verdadero Dios y verdadero hombre, que
“fue crucificado, muerto y sepultado”
Recibid ese cuerpo que, en el silencio de la muerte, es pura
denuncia de la barbarie. Profeta que reclama la diversidad y el encuentro.
Hermanas, hermanos, recibid, recoged ese cuerpo, no tengáis
miedo de tocar su sudor, no temáis tocar con vuestras manos ese cuerpo inerte
que, en camino de invierno, rezuma por sus poros el calor de Dios.
Hermanos
cofrades, poned este cuerpo en brazos de María
Ayudemos a esta madre en su dolor… En cada una de sus
lágrimas lleva impreso el recuerdo de toda una vida acompañando, educando,
haciendo que su hijo abriera los ojos a la necesidad ajena…
“Hijo, no les queda vino” y aquellas palabras de madre fueron aguijón que impulsó al hijo a salir por los
caminos, destapando miserias escondidas, anunciando el rostro de un Dios que
abre sus brazos en misericordia, denunciando los fardos pesados sobre los hombros de la gente sencilla.
“Hijo no les queda vino…” Y esa madre le mostró que Dios
tenía rostro de mujer.
Ayudemos a esta madre en su dolor… Pongamos en sus brazos al hijo de sus
entrañas. El mismo vientre que lo llevó para darle vida es ahora regazo, lecho
de muerte en sangre amordazado.
Detengamos nuestra mirada en esa mujer de pies firmes ante la
cruz a pesar del dolor… Dejemos que nuestras retinas se llenen de los brazos
tiernos de esa mujer que, a pesar de la rabia, recogen ese desecho humano que
sigue siendo su hijo… Siempre lo será.
Detengamos nuestra mirada en esa mujer, reflejo de cada mujer
silenciada en una historia construida con los mimbres de varones decididos a
enmudecer la voz de Dios. En su nombre está grabado el nombre de cada mujer
alistana que ha hecho de la entrega un estilo de vida… Que nuestra mirada
detenida sea un homenaje a la mujer de nuestros pueblos.
Detengamos nuestra mirada en María acogiendo a ese hijo
ungido con la sangre de la injusticia… Miremos desde el corazón y descubriremos
que ese regazo cargado de lágrimas se convirtió en rabia que se negaba a
aceptar que aquella palabra maloliente de muerte fuese la última palabra que
reposara sobre el manto de esta creación con el latido de la primavera recién
estrenado.
“Hijo, no les queda vino…” Y ese vientre que alumbró vida y
hoy reniega de la muerte se convirtió en fuente de esperanza…
Y
ahora, colocadlo en esa urna como hicieron José de Arimatea y Nicodemo
Colocad este cuerpo en la urna, pero no nos quedemos
estancados, corrompidos por la semilla de dolor.
Colocad este cuerpo y quedemos a la espera de esa mañana de
Pascua en la que las mujeres, dispuestas con los aromas, fieles a la costumbre,
rompen con el miedo y los prejuicios.
Colocad este cuerpo y quedemos a la espera de la mañana de
Pascua en la que el Maestro de Nazareth quiso completar el número de los doce,
mutilado por la traición, con un nombre de mujer.