Nadie lo va a decir mejor que
vosotros.
Nadie lo va a contar con la pasión
con la que lo hacéis vosotros.
Nadie lo podrá vivir con tanta
profundidad como vosotros.
Por eso, todo el que pasa
pregonando por esta tierra, por estudioso y testigo que sea, o, como este
servidor, por mero observador del hecho religioso, no dejaría de hacer un osado
ejercicio. El atrevimiento del que habla de lo que ve; la osadía del que cuenta
lo que pasa… pero desde fuera. Cuando aquí, de lo que se trata es de captar eso
que no se deja ver. Cuando aquí, esto no visible, esto no perceptible, es,
precisamente, lo único importante.
Y esto, que por estar tan dentro no
ha podido manipularse ni alterarse es, a mi modo de ver, lo que ha sostenido y
mantenido la pureza de la tradición, la casi ingenuidad costumbrista, la
anchura de la fraternidad y la profundidad de vuestra fe. Justo, ámbitos
invisibles todos ellos, que no se agotan al relatarlos, ni se dejan reproducir
en su esencia.
Ni la pluma escribe del todo lo que
sucede aquí, ni la imagen capta del todo lo que acontece aquí. Por eso,
¡cuántas veces las gentes de Bercianos pensáis que, todo lo que se cree que es
Bercianos, todo lo que se ve y se valora de Bercianos, no es Bercianos! No es
la Semana Santa de Bercianos.
La Semana Santa de Bercianos es
procesión de la carrera, del Santo Entierro, de la Soledad, del domingo de
resurrección… pero no sólo
La Semana Santa de Bercianos es
vestimenta, capa alistana, toquilla, manteo… pero no sólo
La Semana Santa de Bercianos es
preparación del monumento, alzado de la cruz, santos oficios… pero no sólo
La Semana Santa de Bercianos es
camino del calvario, vía crucis, estación, adoración…. pero no sólo
La Semana Santa de Bercianos es
miserere, siete palabras, sermón del desenclavo… pero no sólo.
La Semana Santa de Bercianos es
todo eso que abre portadas e informativos, pero no solo; todo eso que eternizan
las cámaras y las imágenes, pero no solo; todo lo que se cuentan unos a otros
para animarlos a venir… pero no solo. Y este “pero no solo” es el que apunta a
esa inmensa cantidad de experiencias personales y comunitarias, de personas y
de familias, de iglesia y de fe, de gentes de Aliste, que les hace únicos y así
hacen único todo lo que les da identidad.
Este componente invisible de
vuestra semana de pasión contiene todo eso que bien sabéis y bien vivís y que
una y otra vez, casi con lágrimas en los ojos, os anima a decirnos a los de
fuera: no se puede saber del todo lo que significa la Semana Santa de
Bercianos, si no eres de aquí.
Así que este Pregón no deja de ser,
como lo es toda mirada exterior, una cierta intromisión en lo más genuino de lo
que sois, tenéis y vivís. Lo hago con todo el respeto, a sabiendas de que mis
palabras quedan lejos de la grandeza del misterio celebrado así y aquí, en
Bercianos, y con la conciencia de que en nada suplen la belleza y la
singularidad del acontecimiento que sucede cada primavera santa.
Lo que vivís aquí estos días, lo
que sentís aquí estos días, lo que pensáis y rezáis estos días, tiene para mí
la pátina de la verdad indiscutible ante la que no puedo hacer otra cosa más
que callar, aprender y dar gracias a Dios. Todo aquí, en Bercianos: la
celebración, la tradición, el rito… brota de la entraña del pueblo, del
interior del cofrade, de lo más recóndito del alma, exactamente del lugar donde
habla Dios y donde habita el agua que sacia, la vida que salva. Ni una palabra
que decir.
Esta vivencia de la Semana Santa en
Bercianos, sostenida sólo por la fe de un pueblo, resistente al inmisericorde
paso del tiempo, transmitida de generación en generación, cuidada
meticulosamente sin otro interés que el de la convicción cristiana metida hasta
las entretelas de las gentes de aquí, os hace ser lo que sois, y mostrarnos, a
todos los demás, una Semana Santa de otra manera. Una Semana Santa desde la
autenticidad que rechaza el tener que acompasarse a otros tiempos o a otros
modelos. Una Semana Santa que no necesita nada porque todo lo que le falta, le
sobra.
Aquí hay verdad porque no hay
doblez.
Aquí hay verdad porque no hay
mezcla.
Aquí hay verdad porque no hay
posiciones de poder.
Todos colaboráis con el monumento,
la mañana del miércoles.
Todos preparáis el alzado de la
cruz la mañana del viernes.
Todos seréis mayordomos, después
todos seréis jueces.
Todos sois hermanos
Todos sois cofrades.
Y así, la comunidad del pueblo que
procesiona, que vive unida la fe, es la misma comunidad que se junta para
limpiar y arreglar lo que no es de nadie, porque es de todos. La que se reúne
para comer lo mismo, como si el concejo y la comensalía que constituyen vuestra
vecindad fueran, ni más ni menos, que prolongaciones de la cofradía. La Semana
Santa, en Bercianos, es escuela de ciudadanía, academia de buena vecindad,
fuente de hermandad.
Todo brota, en Bercianos, de la
Semana Santa.
Todo desemboca, en Bercianos, en la
Semana Santa.
Por eso, no hablamos solo de una
fiesta genuina. No nos referimos únicamente a una tradición varias veces
centenaria. Estamos ante la vivencia interior de una fe que confía en que la
cruz de Jesús, la pasión del Hijo de Dios, la muerte del Verbo y su
resurrección de entre los muertos, no son agua pasada. Cada Semana Santa sucede
aquí, entre vosotros y gracias a vosotros, el acontecimiento central de nuestra
fe.
Lo vivís y lo creéis hasta tal
punto de que Bercianos todo entero y todos en Bercianos, configuran su
existencia personal y colectiva desde aquí, se piensan desde aquí. La vida
aquí, en Bercianos, queda tocada en su entraña más profunda por la cruz.
Matrimonio y cofradía, ya en sus inicios -por poner solo un ejemplo- por tanto,
amor y muerte, han experimentado con una intensidad inusitada esta experiencia
paradójica de cómo la fuente de la vida, el matrimonio, es la ocasión para
sellar en otro “para siempre” la convicción de fe en la muerte y en la
resurrección.
La vida por la cruz. La muerte en
cruz. La resurrección desde la cruz.
El entierro de Cristo, representado
en Bercianos, pone la forma precisa y verdadera que exige el contenido que se
celebra. No hay traje de gala. No hay protocolo. Es un entierro.
El sermón da el tono intimista que
debe acompañar la meditación que el cofrade tiene que paladear durante la
pendiente que lleva al Calvario. El miserere rompe el silencio poniendo tono al
contenido de la fe viva:
“Ten mi Dios, mi bien, mi amor,
misericordia de mí.
Hoy me ves postrado aquí con
penitente dolor”
Perdón Oh Dios mío. Y en Bercianos,
el perdón de Dios -esto lo saben bien sus gentes y está documentado- se hacía
tradicionalmente patente cuando, una vez depositada la cruz en el calvario,
tras el viacrucis de la procesión de la Carrera del Jueves Santo, el sacerdote
invitaba a los fieles a perdonarse mutuamente con un mínimo gesto. Es increíble
cómo la fe impregna la vida individual y comunitaria.
Cuando pases, mírame
Y
contempla bien mis llagas
Mírame
cómo me pagas
la
sangre que derramé
El pueblo sabe que la sangre
derramada del Señor no puede ser en vano. La sangre derramada y el cuerpo
torturado, tomados en serio, asumidos en su verdad más profunda, cambian al ser
humano por dentro y transforman a la comunidad.
Todo es aquí pasión.
Todo es aquí subida al Calvario.
Todo es aquí sagrada memoria que os
hace decir AMEN al pasado de vuestros mayores. Ellos creyeron y esperaron.
Murieron con la mirada fija en su Señor crucificado, al que tantas veces
miraron en sus tres clavos clavado. Murieron con la confianza en que los brazos
abiertos de la soledad que procesionaron un día, iban a ser, ahora de verdad,
los brazos con los que se abrirían las puertas de la Nueva Ciudad. Murieron con
el rosario entrelazado para siempre entre sus manos intentado asir la luz de la
verdad, la luz inextinguible.
En la vida y en la muerte somos de
Dios.
Bercianos lo simboliza hasta el
final. En la vida y en la muerte, unidos a la cruz del Señor, cobijados bajo el
manto de la Virgen de la Soledad, tomados de sus manos. Va de suyo que el traje
de lino, que solo por procesionar alcanza la indulgencia, según la Bula de
Quiñones, acompañe el último momento del cofrade. La vestimenta, con la que el
hombre y la mujer de Bercianos se revistieron cada procesión del Santo
Entierro, debe simbolizar, el día de su muerte, su propio viernes santo. Y así
el cofrade de Bercianos sabe que cada Viernes Santo del Señor anticipa y
prologa su propio viernes santo, el de su propia muerte. En vida procesionó
ataviado de blanco desde la cruz desnuda de la Plaza de la Iglesia, después del
desenclavo. Ahora, en su último viaje, será llevado, también de blanco, al
cementerio adonde tantas veces subió procesionando. Lo que ahora sirve de
mortaja para la muerte es lo que entonces sirvió de vestimenta para la vida.
Se entierra a Cristo vestidos de
blanco.
Se muere en las manos de Dios
vestidos de blanco como advirtiendo que este color de la gloria ratifica ya el
fundamento de la fe: la muerte no es el final del camino.
Delante del calvario, los cofrades
adoran la cruz. Detrás del calvario, los cofrades encuentran su reposo
definitivo a la espera de la resurrección.
Todo es cofradía.
Y por eso, el último viaje tiene
todavía una estación intermedia en el lugar recientemente restaurado, justo
enfrente de la iglesia, donde están todos los símbolos del Santo Entierro. El
centro de interpretación contiene el lugar del homenaje de los hermanos al
difunto. La cofradía entierra a sus muertos, como era en el principio. Hiela la
sangre y pone la carne en guardia entrar y ver la cruz desnuda, la antigua cruz
del desenclavo, presidiendo, a media luz el último lugar de vela para el
hermano fallecido. La sobriedad envuelve la sala; la atmósfera que se respira,
detiene el tiempo.
En la vida y en la muerte, somos de
Dios.
En Bercianos, no procesiona la
mortaja.
En Bercianos, no procesionan las
mortajas.
En Bercianos se muere como
cofrades, que no es lo mismo.
Lo importante es la vida, y por eso
lo importante es morir como se ha vivido. Quien ha dado sentido a su vida desde
la pertenencia a la cofradía, debe morir así, como hermano, como cofrade.
Vestido de cofrade.
La Semana Santa mantiene en vilo
vuestra fe. Y esa es la fuerza con la que quitáis los clavos para enterrar a
nuestro Señor. Porque quitar los clavos es algo así como querer que no muera
más, que no siga sangrando, que encuentre en la tierra el descanso que el mal
infligido no puede otorgarle. Porque quitar los clavos es la forma más solemne
y radical de decir basta ya al dolor, de reclamar descanso y paz para un cuerpo
que ya no da más de sí. Porque quitar los clavos es todo un símbolo del
arrepentimiento, un modo de resarcir la culpa del pecado en el que caemos cada
vez que lo que pudimos hacer con el más pequeño de entre nosotros, no lo
hicimos. Tantas veces te clavamos, Señor…
Y
así Bercianos pone, cada viernes santo, la escalera,
aquella que pedía el
poeta,
La
escalera prestada para subir al madero
Para
quitarle los clavos a Jesús, el Nazareno
Porque quitar los clavos es el
primer paso para mostrar el respeto sagrado al cuerpo bendito del Señor
custodiado en la urna y venerado en silencio. Ese respeto del viernes, esa
solemnidad sobria y serena, en fila de a uno, en fila sin desfile,
anticipa el Domingo de Resurrección en el que el Padre hace de la carne exangüe
del Señor, cuerpo glorioso. La vida nueva aparece con la claridad de la mañana,
con el encuentro entre el dolor y el amor en vuestra simbólica procesión. Un
encuentro que anticipa el encuentro definitivo de cada uno de los hombres y
mujeres de esta tierra con el Padre Eterno. Y así a la búsqueda del Amor más
absoluto, del Amor más sincero, irán las gentes de esta tierra, los cofrades
del Santo Entierro, recorriendo las calles de la Nueva Ciudad. Y entonces, en
el nuevo mañana, recorreréis otra vez las calles del Tintinaio, la Fuente, la
Ponticiella, Riguero, Filato o Arroyo, ya sin figuras que lo representen, ya
con la realidad de la vida nueva resucitada.
El respeto al cuerpo del Señor
vivido en la procesión del viernes simboliza en imágenes el respeto, la
veneración y la adoración al cuerpo sacramentado reservado después de la misa
de la cena el Jueves. Jueves Santo, Viernes Santo y Corpus Christi forman la
unidad en la que la eucaristía y la cruz constituyen la verdad de nuestra fe.
La custodia contiene la presencia real que la cruz simboliza en la imagen del
crucificado.
“Este es mi cuerpo que se entrega
por vosotros”.
Y así se ve la grandeza del
misterio que insiste, cada Viernes Santo, en que el cuerpo torturado y
magullado, es ya el cuerpo glorioso del Hijo de Dios. Pero Cristo, el Cristo
que resucita, la carne masacrada y después resucitada -miradlo si no- tiene
siempre sus yagas a la vista. Se sabe que ha resucitado porque sigue herido.
Cristo siempre vuelve a morir en un Calvario. Miles de calvarios hacen que
Cristo siga muriendo cada día. ¡Qué más Calvario que esta tierra abandonada!
¡Qué más calvario que esta tierra olvidada! Pero, si aquel calvario fue el
camino hacia la resurrección… ¿Por qué esa misma esperanza no puede sostener
hoy nuestra tierra, nuestra Zamora, este Aliste, este Bercianos, esta cofradía?
Y esa es la convicción que no se
repite cada año, sino que se revive como experiencia del memorial de la fuente
de nuestra fe. En Bercianos, siempre todo es igual; por eso, cada año, todo es
distinto. Nada cambia para que así todos se transformen. El rito permanece; la
circunstancia, la vivencia, el sentimiento… todo lo renueva.
Y así debe seguir celebrándose, sin
tocar ni retocar nada, para que nada se tambalee, para que nada pierda la
pátina de autenticidad que la ha mantenido en pie. Si cientos y cientos de los
vuestros mostraron, sintieron y vivieron su fe así… ¿quién somos nosotros ahora
para cambiarlo o para alterarlo? Tesoro, este de la Semana Santa de Bercianos,
reserva espiritual -me atrevo a decir- que ha sido entregada de unos a otros no
en cofres de oro ni en preciosas cajas blindadas, sino en la debilidad y en la
fragilidad de la comunicación y de la palabra que pasa de padres a hijos; en la
observación y en el aprendizaje de quien no quiere dejar de dar importancia a
aquello por lo que sus mayores dieron la vida.
Bercianos ha conseguido conservar como
en formol la tradición, blindar la vivencia a cualquier tipo de injerencias
externas e incluso sobreponerse al reclamo del turismo.
Alguien tendrá que hacer las veces
del Ti Matías que, sin saber una sílaba de latín, cantaba con precisión
minuciosa el miserere en la lengua eclesiástica por excelencia.
Alguien tendrá que mantener el
cantar de los pasos de la Ti Simona…
Y así, con tantos y tantos de
vuestros mayores cuyo recuerdo, hoy y cada Semana Santa, recorren vuestra
mente, llenan vuestro corazón y provocan vuestra emoción al tiempo que
susurráis sus nombres.
Creéis. Y porque vosotros creéis,
nosotros, los que estamos del otro lado, los que miramos y observamos, os
creemos y queremos creer. Queremos creer contagiados de esta pasión a flor
de piel, de esta mirada simple y llana de las gentes de aquí, de los
hombres y mujeres de una pieza.
Bercianos y su Semana Santa se muestran
a nuestros días, a los hombres de nuestro tiempo y a nuestra forma de vivir la
fe, seguramente sin pretenderlo, como paradigma de lo que una tierra tan herida
y denostada, tan dejada y tan abandonada, puede dar de sí en términos de
esperanza. La Semana Santa de Bercianos es, de esta manera, el evangelio en
carne viva. Aquí, en esta precisa y preciosa zona del noroeste de España se
percibe mejor el contenido de la fe. Aquí es más fácil hablar de coherencia
entre las convicciones y la vida. El ser propio de este pueblo, la experiencia
del cuidado y del respeto, la atención familiar al vecino, la cooperación de la
mano tendida y de la mesa puesta, la hospitalidad de la luz siempre encendida y
de la puerta siempre abierta, hablan el mismo lenguaje que el de Jesucristo.
Vivir y creer, en Bercianos, no son
experiencias dispares y disjuntas sino profundamente entrelazadas.
Hombres y mujeres de este pueblo,
hombres y mujeres de Bercianos, que portáis en vuestra existencia el sello de
la fe, el tesoro de la esperanza, la perla preciosa del Amor de Dios,
Reclamad atención, pero no os
convirtáis en un reclamo más.
Atraed a todos, pero no os
convirtáis en un atractivo más.
La fe os ha hecho lo que sois. La
vivencia de la pasión que os ha apasionado ha forjado la cultura que sorprende
y es admirada en todos los rincones. No permitáis que aquella convicción
profunda que posibilitó todo lo que sois, lo que sentís, lo que vivís, se quede
sin sentido.
Colmad vuestra vida del Dios que os
la ha dado a raudales
Asid vuestros brazos a la cruz del
Cristo que descolgáis cada Viernes Santo.
Poned siempre la escalera, prestad
cada primavera vuestra escalera para quitar una y otra vez los clavos al
crucificado
Fijad vuestros ojos sólo en Él para
que él os haga sensibles a las cruces de los demás, a sus soledades, a sus
sufrimientos, a sus sinsentidos…
Para que así, cuando se aproxime el
momento final, sintáis en Dios llegar vuestro atardecer.
Que la vida vivida a la sombra de
la cruz os otorgue la vida de la luz, la vida prometida.
Venir a Bercianos es,
necesariamente, tener que volver a Bercianos.
He venido varias veces. Prometo
volver a venir si así Dios me lo concede.
Gracias por este inolvidable
momento. Gracias por este honor inmenso.
Emiliano Rapado (Juez de la Cofradía), Juan Lorenzo Blanco (Presidente de la Cofradía), Josá Manuel Chillón (Pregonero), Cipriano Garcia (Director de Caja Rural) y José Alberto Sutil (Capellan)