jueves, 21 de marzo de 2024

Pregón de Samana Santa de Bercianos de Aliste año 2024

Pregón de Semana Santa

Bercianos de Aliste

Sábado, 16 de marzo de 2024


José M. Chillón Lorenzo
Profesor de Filosofía Contemporánea de la Universidad de Valladolid y gerente ecónomo de la Diócesis de Zamora


Me siento tan halagado por vosotros que creo sinceramente que este reconocimiento es del todo inmerecido. No es la amplitud ni el peso de un currículum personal, por meritorio que sea, el que avala a quien tiene que pregonar esto que lleváis tan dentro: vuestra Semana Santa; la Semana Santa de Bercianos.

Nadie lo va a decir mejor que vosotros.

Nadie lo va a contar con la pasión con la que lo hacéis vosotros.

Nadie lo podrá vivir con tanta profundidad como vosotros.

Por eso, todo el que pasa pregonando por esta tierra, por estudioso y testigo que sea, o, como este servidor, por mero observador del hecho religioso, no dejaría de hacer un osado ejercicio. El atrevimiento del que habla de lo que ve; la osadía del que cuenta lo que pasa… pero desde fuera. Cuando aquí, de lo que se trata es de captar eso que no se deja ver. Cuando aquí, esto no visible, esto no perceptible, es, precisamente, lo único importante.

Y esto, que por estar tan dentro no ha podido manipularse ni alterarse es, a mi modo de ver, lo que ha sostenido y mantenido la pureza de la tradición, la casi ingenuidad costumbrista, la anchura de la fraternidad y la profundidad de vuestra fe. Justo, ámbitos invisibles todos ellos, que no se agotan al relatarlos, ni se dejan reproducir en su esencia.

Ni la pluma escribe del todo lo que sucede aquí, ni la imagen capta del todo lo que acontece aquí. Por eso, ¡cuántas veces las gentes de Bercianos pensáis que, todo lo que se cree que es Bercianos, todo lo que se ve y se valora de Bercianos, no es Bercianos! No es la Semana Santa de Bercianos.

La Semana Santa de Bercianos es procesión de la carrera, del Santo Entierro, de la Soledad, del domingo de resurrección… pero no sólo

La Semana Santa de Bercianos es vestimenta, capa alistana, toquilla, manteo… pero no sólo

La Semana Santa de Bercianos es preparación del monumento, alzado de la cruz, santos oficios… pero no sólo

La Semana Santa de Bercianos es camino del calvario, vía crucis, estación, adoración…. pero no sólo

La Semana Santa de Bercianos es miserere, siete palabras, sermón del desenclavo… pero no sólo.

La Semana Santa de Bercianos es todo eso que abre portadas e informativos, pero no solo; todo eso que eternizan las cámaras y las imágenes, pero no solo; todo lo que se cuentan unos a otros para animarlos a venir… pero no solo. Y este “pero no solo” es el que apunta a esa inmensa cantidad de experiencias personales y comunitarias, de personas y de familias, de iglesia y de fe, de gentes de Aliste, que les hace únicos y así hacen único todo lo que les da identidad.

Este componente invisible de vuestra semana de pasión contiene todo eso que bien sabéis y bien vivís y que una y otra vez, casi con lágrimas en los ojos, os anima a decirnos a los de fuera: no se puede saber del todo lo que significa la Semana Santa de Bercianos, si no eres de aquí.

 

Así que este Pregón no deja de ser, como lo es toda mirada exterior, una cierta intromisión en lo más genuino de lo que sois, tenéis y vivís. Lo hago con todo el respeto, a sabiendas de que mis palabras quedan lejos de la grandeza del misterio celebrado así y aquí, en Bercianos, y con la conciencia de que en nada suplen la belleza y la singularidad del acontecimiento que sucede cada primavera santa.

Lo que vivís aquí estos días, lo que sentís aquí estos días, lo que pensáis y rezáis estos días, tiene para mí la pátina de la verdad indiscutible ante la que no puedo hacer otra cosa más que callar, aprender y dar gracias a Dios. Todo aquí, en Bercianos: la celebración, la tradición, el rito… brota de la entraña del pueblo, del interior del cofrade, de lo más recóndito del alma, exactamente del lugar donde habla Dios y donde habita el agua que sacia, la vida que salva. Ni una palabra que decir.

Esta vivencia de la Semana Santa en Bercianos, sostenida sólo por la fe de un pueblo, resistente al inmisericorde paso del tiempo, transmitida de generación en generación, cuidada meticulosamente sin otro interés que el de la convicción cristiana metida hasta las entretelas de las gentes de aquí, os hace ser lo que sois, y mostrarnos, a todos los demás, una Semana Santa de otra manera. Una Semana Santa desde la autenticidad que rechaza el tener que acompasarse a otros tiempos o a otros modelos. Una Semana Santa que no necesita nada porque todo lo que le falta, le sobra.

Aquí hay verdad porque no hay doblez.

Aquí hay verdad porque no hay mezcla.

Aquí hay verdad porque no hay posiciones de poder.

Todos colaboráis con el monumento, la mañana del miércoles.

Todos preparáis el alzado de la cruz la mañana del viernes.

Todos seréis mayordomos, después todos seréis jueces.

Todos sois hermanos

Todos sois cofrades.

Y así, la comunidad del pueblo que procesiona, que vive unida la fe, es la misma comunidad que se junta para limpiar y arreglar lo que no es de nadie, porque es de todos. La que se reúne para comer lo mismo, como si el concejo y la comensalía que constituyen vuestra vecindad fueran, ni más ni menos, que prolongaciones de la cofradía. La Semana Santa, en Bercianos, es escuela de ciudadanía, academia de buena vecindad, fuente de hermandad.

Todo brota, en Bercianos, de la Semana Santa.

Todo desemboca, en Bercianos, en la Semana Santa.

Por eso, no hablamos solo de una fiesta genuina. No nos referimos únicamente a una tradición varias veces centenaria. Estamos ante la vivencia interior de una fe que confía en que la cruz de Jesús, la pasión del Hijo de Dios, la muerte del Verbo y su resurrección de entre los muertos, no son agua pasada. Cada Semana Santa sucede aquí, entre vosotros y gracias a vosotros, el acontecimiento central de nuestra fe.

Lo vivís y lo creéis hasta tal punto de que Bercianos todo entero y todos en Bercianos, configuran su existencia personal y colectiva desde aquí, se piensan desde aquí. La vida aquí, en Bercianos, queda tocada en su entraña más profunda por la cruz. Matrimonio y cofradía, ya en sus inicios -por poner solo un ejemplo- por tanto, amor y muerte, han experimentado con una intensidad inusitada esta experiencia paradójica de cómo la fuente de la vida, el matrimonio, es la ocasión para sellar en otro “para siempre” la convicción de fe en la muerte y en la resurrección.

La vida por la cruz. La muerte en cruz. La resurrección desde la cruz.

El entierro de Cristo, representado en Bercianos, pone la forma precisa y verdadera que exige el contenido que se celebra. No hay traje de gala. No hay protocolo. Es un entierro.

El sermón da el tono intimista que debe acompañar la meditación que el cofrade tiene que paladear durante la pendiente que lleva al Calvario. El miserere rompe el silencio poniendo tono al contenido de la fe viva:

 

“Ten mi Dios, mi bien, mi amor, misericordia de mí.

Hoy me ves postrado aquí con penitente dolor”

 

Perdón Oh Dios mío. Y en Bercianos, el perdón de Dios -esto lo saben bien sus gentes y está documentado- se hacía tradicionalmente patente cuando, una vez depositada la cruz en el calvario, tras el viacrucis de la procesión de la Carrera del Jueves Santo, el sacerdote invitaba a los fieles a perdonarse mutuamente con un mínimo gesto. Es increíble cómo la fe impregna la vida individual y comunitaria.

Cuando pases, mírame

            Y contempla bien mis llagas

            Mírame cómo me pagas

            la sangre que derramé

El pueblo sabe que la sangre derramada del Señor no puede ser en vano. La sangre derramada y el cuerpo torturado, tomados en serio, asumidos en su verdad más profunda, cambian al ser humano por dentro y transforman a la comunidad.

Todo es aquí pasión.

Todo es aquí subida al Calvario.

Todo es aquí sagrada memoria que os hace decir AMEN al pasado de vuestros mayores. Ellos creyeron y esperaron. Murieron con la mirada fija en su Señor crucificado, al que tantas veces miraron en sus tres clavos clavado. Murieron con la confianza en que los brazos abiertos de la soledad que procesionaron un día, iban a ser, ahora de verdad, los brazos con los que se abrirían las puertas de la Nueva Ciudad. Murieron con el rosario entrelazado para siempre entre sus manos intentado asir la luz de la verdad, la luz inextinguible.

En la vida y en la muerte somos de Dios.

Bercianos lo simboliza hasta el final. En la vida y en la muerte, unidos a la cruz del Señor, cobijados bajo el manto de la Virgen de la Soledad, tomados de sus manos. Va de suyo que el traje de lino, que solo por procesionar alcanza la indulgencia, según la Bula de Quiñones, acompañe el último momento del cofrade. La vestimenta, con la que el hombre y la mujer de Bercianos se revistieron cada procesión del Santo Entierro, debe simbolizar, el día de su muerte, su propio viernes santo. Y así el cofrade de Bercianos sabe que cada Viernes Santo del Señor anticipa y prologa su propio viernes santo, el de su propia muerte. En vida procesionó ataviado de blanco desde la cruz desnuda de la Plaza de la Iglesia, después del desenclavo. Ahora, en su último viaje, será llevado, también de blanco, al cementerio adonde tantas veces subió procesionando. Lo que ahora sirve de mortaja para la muerte es lo que entonces sirvió de vestimenta para la vida.

Se entierra a Cristo vestidos de blanco.

Se muere en las manos de Dios vestidos de blanco como advirtiendo que este color de la gloria ratifica ya el fundamento de la fe: la muerte no es el final del camino.

Delante del calvario, los cofrades adoran la cruz. Detrás del calvario, los cofrades encuentran su reposo definitivo a la espera de la resurrección.

Todo es cofradía.

Y por eso, el último viaje tiene todavía una estación intermedia en el lugar recientemente restaurado, justo enfrente de la iglesia, donde están todos los símbolos del Santo Entierro. El centro de interpretación contiene el lugar del homenaje de los hermanos al difunto. La cofradía entierra a sus muertos, como era en el principio. Hiela la sangre y pone la carne en guardia entrar y ver la cruz desnuda, la antigua cruz del desenclavo, presidiendo, a media luz el último lugar de vela para el hermano fallecido. La sobriedad envuelve la sala; la atmósfera que se respira, detiene el tiempo.

En la vida y en la muerte, somos de Dios.

En Bercianos, no procesiona la mortaja.

En Bercianos, no procesionan las mortajas.

En Bercianos se muere como cofrades, que no es lo mismo.

Lo importante es la vida, y por eso lo importante es morir como se ha vivido. Quien ha dado sentido a su vida desde la pertenencia a la cofradía, debe morir así, como hermano, como cofrade. Vestido de cofrade.

La Semana Santa mantiene en vilo vuestra fe. Y esa es la fuerza con la que quitáis los clavos para enterrar a nuestro Señor. Porque quitar los clavos es algo así como querer que no muera más, que no siga sangrando, que encuentre en la tierra el descanso que el mal infligido no puede otorgarle. Porque quitar los clavos es la forma más solemne y radical de decir basta ya al dolor, de reclamar descanso y paz para un cuerpo que ya no da más de sí. Porque quitar los clavos es todo un símbolo del arrepentimiento, un modo de resarcir la culpa del pecado en el que caemos cada vez que lo que pudimos hacer con el más pequeño de entre nosotros, no lo hicimos. Tantas veces te clavamos, Señor…

            Y así Bercianos pone, cada viernes santo, la escalera,

aquella que pedía el poeta,

            La escalera prestada para subir al madero

            Para quitarle los clavos a Jesús, el Nazareno

Porque quitar los clavos es el primer paso para mostrar el respeto sagrado al cuerpo bendito del Señor custodiado en la urna y venerado en silencio. Ese respeto del viernes, esa solemnidad sobria y serena, en fila de a uno, en fila sin desfile, anticipa el Domingo de Resurrección en el que el Padre hace de la carne exangüe del Señor, cuerpo glorioso. La vida nueva aparece con la claridad de la mañana, con el encuentro entre el dolor y el amor en vuestra simbólica procesión. Un encuentro que anticipa el encuentro definitivo de cada uno de los hombres y mujeres de esta tierra con el Padre Eterno. Y así a la búsqueda del Amor más absoluto, del Amor más sincero, irán las gentes de esta tierra, los cofrades del Santo Entierro, recorriendo las calles de la Nueva Ciudad. Y entonces, en el nuevo mañana, recorreréis otra vez las calles del Tintinaio, la Fuente, la Ponticiella, Riguero, Filato o Arroyo, ya sin figuras que lo representen, ya con la realidad de la vida nueva resucitada.

El respeto al cuerpo del Señor vivido en la procesión del viernes simboliza en imágenes el respeto, la veneración y la adoración al cuerpo sacramentado reservado después de la misa de la cena el Jueves. Jueves Santo, Viernes Santo y Corpus Christi forman la unidad en la que la eucaristía y la cruz constituyen la verdad de nuestra fe. La custodia contiene la presencia real que la cruz simboliza en la imagen del crucificado.

“Este es mi cuerpo que se entrega por vosotros”.

Y así se ve la grandeza del misterio que insiste, cada Viernes Santo, en que el cuerpo torturado y magullado, es ya el cuerpo glorioso del Hijo de Dios. Pero Cristo, el Cristo que resucita, la carne masacrada y después resucitada -miradlo si no- tiene siempre sus yagas a la vista. Se sabe que ha resucitado porque sigue herido. Cristo siempre vuelve a morir en un Calvario. Miles de calvarios hacen que Cristo siga muriendo cada día. ¡Qué más Calvario que esta tierra abandonada! ¡Qué más calvario que esta tierra olvidada! Pero, si aquel calvario fue el camino hacia la resurrección… ¿Por qué esa misma esperanza no puede sostener hoy nuestra tierra, nuestra Zamora, este Aliste, este Bercianos, esta cofradía?

Y esa es la convicción que no se repite cada año, sino que se revive como experiencia del memorial de la fuente de nuestra fe. En Bercianos, siempre todo es igual; por eso, cada año, todo es distinto. Nada cambia para que así todos se transformen. El rito permanece; la circunstancia, la vivencia, el sentimiento… todo lo renueva.

Y así debe seguir celebrándose, sin tocar ni retocar nada, para que nada se tambalee, para que nada pierda la pátina de autenticidad que la ha mantenido en pie. Si cientos y cientos de los vuestros mostraron, sintieron y vivieron su fe así… ¿quién somos nosotros ahora para cambiarlo o para alterarlo? Tesoro, este de la Semana Santa de Bercianos, reserva espiritual -me atrevo a decir- que ha sido entregada de unos a otros no en cofres de oro ni en preciosas cajas blindadas, sino en la debilidad y en la fragilidad de la comunicación y de la palabra que pasa de padres a hijos; en la observación y en el aprendizaje de quien no quiere dejar de dar importancia a aquello por lo que sus mayores dieron la vida.

Bercianos ha conseguido conservar como en formol la tradición, blindar la vivencia a cualquier tipo de injerencias externas e incluso sobreponerse al reclamo del turismo.

Alguien tendrá que hacer las veces del Ti Matías que, sin saber una sílaba de latín, cantaba con precisión minuciosa el miserere en la lengua eclesiástica por excelencia.

Alguien tendrá que mantener el cantar de los pasos de la Ti Simona…

Y así, con tantos y tantos de vuestros mayores cuyo recuerdo, hoy y cada Semana Santa, recorren vuestra mente, llenan vuestro corazón y provocan vuestra emoción al tiempo que susurráis sus nombres.

Creéis. Y porque vosotros creéis, nosotros, los que estamos del otro lado, los que miramos y observamos, os creemos y queremos creer. Queremos creer contagiados de esta pasión a flor de piel, de esta mirada simple y llana de las gentes de aquí, de los hombres y mujeres de una pieza.

Bercianos y su Semana Santa se muestran a nuestros días, a los hombres de nuestro tiempo y a nuestra forma de vivir la fe, seguramente sin pretenderlo, como paradigma de lo que una tierra tan herida y denostada, tan dejada y tan abandonada, puede dar de sí en términos de esperanza. La Semana Santa de Bercianos es, de esta manera, el evangelio en carne viva. Aquí, en esta precisa y preciosa zona del noroeste de España se percibe mejor el contenido de la fe. Aquí es más fácil hablar de coherencia entre las convicciones y la vida. El ser propio de este pueblo, la experiencia del cuidado y del respeto, la atención familiar al vecino, la cooperación de la mano tendida y de la mesa puesta, la hospitalidad de la luz siempre encendida y de la puerta siempre abierta, hablan el mismo lenguaje que el de Jesucristo.

Vivir y creer, en Bercianos, no son experiencias dispares y disjuntas sino profundamente entrelazadas.

Hombres y mujeres de este pueblo, hombres y mujeres de Bercianos, que portáis en vuestra existencia el sello de la fe, el tesoro de la esperanza, la perla preciosa del Amor de Dios,

Reclamad atención, pero no os convirtáis en un reclamo más.

Atraed a todos, pero no os convirtáis en un atractivo más.

La fe os ha hecho lo que sois. La vivencia de la pasión que os ha apasionado ha forjado la cultura que sorprende y es admirada en todos los rincones. No permitáis que aquella convicción profunda que posibilitó todo lo que sois, lo que sentís, lo que vivís, se quede sin sentido.

Colmad vuestra vida del Dios que os la ha dado a raudales

Asid vuestros brazos a la cruz del Cristo que descolgáis cada Viernes Santo.

Poned siempre la escalera, prestad cada primavera vuestra escalera para quitar una y otra vez los clavos al crucificado

Fijad vuestros ojos sólo en Él para que él os haga sensibles a las cruces de los demás, a sus soledades, a sus sufrimientos, a sus sinsentidos…

Para que así, cuando se aproxime el momento final, sintáis en Dios llegar vuestro atardecer.

Que la vida vivida a la sombra de la cruz os otorgue la vida de la luz, la vida prometida.

Venir a Bercianos es, necesariamente, tener que volver a Bercianos.

He venido varias veces. Prometo volver a venir si así Dios me lo concede.

Gracias por este inolvidable momento. Gracias por este honor inmenso.


Emiliano Rapado (Juez de la Cofradía), Juan Lorenzo Blanco (Presidente de la Cofradía), Josá Manuel Chillón (Pregonero), Cipriano Garcia (Director de Caja Rural) y José Alberto Sutil (Capellan)




 

 



 

 

 



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