domingo, 31 de marzo de 2024

Sermón Viernes Santo . Bercianos de Aliste 29 de mazo de 2024


 


Teo Nieto Vicente nació en el barrio de San Lazaro de Zamora el día 14 de octubre de 1969. Ordenado sacerdote el 16 de septiembre de 1995 llegó a alliste, tras 28 años, es ya un alistano más, querido y respetado.


SERMÓN VIERNES SANTO

BERCIANOS DE ALISTE/29 DE MARZO DE 2024

 

El texto que nos ocupa es una reflexión profunda sobre la crucifixión de Jesús y su significado para la humanidad. A través de la descripción detallada del proceso de bajada de la cruz, el autor nos invita a meditar sobre el sacrificio de Jesús, las injusticias que sufrió y el mensaje de esperanza que su muerte y resurrección representan.
Análisis:
El texto se divide en cinco secciones, cada una dedicada a la retirada de un elemento específico de la crucifixión: el títulus, la corona de espinas, los clavos de las manos y los pies, y el cuerpo de Jesús.
1. El títulus:
El títulus, que indicaba el motivo de la condena de Jesús, es retirado como símbolo de la eliminación de la vergüenza y la reivindicación de su nombre. Se hace referencia a la importancia de la identidad y la lucha contra la discriminación.
2. La corona de espinas:
La corona de espinas, símbolo del escarnio y la burla, es quitada para resaltar la libertad que Jesús ofrece y la necesidad de combatir las ideas que oprimen y marginan.
3. Los clavos de las manos:
Los clavos de las manos, que representan la compasión y la acción, son quitados como un llamado a extender la mano al prójimo y luchar contra la indiferencia.
4. Los clavos de los pies:
Los clavos de los pies, que simbolizan el camino y la esperanza, son quitados para animarnos a seguir adelante en la lucha por la justicia y la paz, sin caer en la tentación de la inacción.
5. El cuerpo de Jesús:
El cuerpo de Jesús, símbolo del sacrificio y la redención, es recibido por María, madre de Dios, y colocado en una urna. Se nos invita a meditar sobre el dolor de la madre, la esperanza de la resurrección y el papel de las mujeres en la historia de la salvación.
Conclusión:
El texto es una invitación a la reflexión personal y colectiva sobre el significado de la crucifixión de Jesús. Nos anima a tomar acción en la construcción de un mundo más justo, compasivo y lleno de esperanza.


La mañana,

ingenua en su despertar,

vertía el aroma de la primavera.

El juego,

la burla

y el chasquido maloliente

del látigo entre la carne

habían traído el cansancio

al amanecer.

Pero había que comenzar

y la quietud se tiñó de rabia

en gritos de saliva incorporada.

Un golpe seco de madera sobre los hombros

marcó el inicio de las huellas del camino.

Caminante,

Maestro,

ya no hay camino,

se quiebra el camino al tropezar.

Los pies vacilantes

era reguero de sangre vertida

empapando calles

enturbiando conciencias.

Las gentes achicaban los recuerdos

de los barcos de su corazón

para convertirse en multitud

sedienta de venganza.

Solo un eco palpitaba…

“crucifícalo”.

Siempre los mismos olvidos.

Atrás quedaba el vino recién estrenado.

Caminante,

Maestro,

ya no hay camino,

se quiebra el camino al tropezar.

El horizonte

era monte nublado,

nombre hundido por la niebla.

Tan solo un letrero titulaba una vida de pasión,

de entusiasmo en la entrega.

Despojo humano con la túnica recién repartida.

Caminante,

Maestro,

ya no hay camino,

se quiebra el camino al tropezar.

¿Cuántos clavos se necesitan

para diluir las utopías

y amarrar a una cruz los sueños?

Siempre los mismos clavos,

clavos que no siempre son metal

sino simple cotización en bolsa

que continúa derramando sangre,

construyendo olvidos,

quebrando caminos

… Y nadie se atrevía a mirar al que atravesaron.

Soledad

como hambre de un Dios

que hacía silencio.

Y ellas allí,

al pie

icono repetido en la historia,

las ignoradas y despreciadas

que saben permanecer.

“Tengo sed…”

 “Perdónalos…”

Leve murmullo en boca agonizante,

Y en aquel muerto seguía viva

la sed de vencer al odio.

“Todo está cumplido…” /                       

“…en tus manos”.

Caminante,

ábrete a un nuevo

Camino…

 

Y ahora, hermanos, de conformidad con vuestra tradición (que yo siento como mía), rogamos que suban a lo alto de la cruz dos ministros del Señor a desenclavar su cuerpo bendito e inerte, crucificado y muerto por la salvación de toda la humanidad. De toda la creación.
Y que lo que hoy vamos a hacer… Este gesto de subir a la cruz sea gesto que transparente el compromiso de ponernos en camino, día a día, segundo a segundo, latido a latido para borrar de los montes de la historia todas las cruces que todavía hoy brotan de nuestros paisajes, de nuestra tierra, cruces que cuelgan del pecho de nuestras gentes.
Subamos a la cruz, pongamos nuestras manos (limpias del pecado de la indiferencia), al servicio de la humanidad sangrante que clama justicia y verdad, una creación que busca caminos alternativos a los dictados del “poderoso caballero” en el que hemos dejado convertir al dinero y sus sacerdotes.
Subamos a la cruz, para agacharnos a limpiar los pies de tantos muertos que reclaman vida.
 
Quitad el títulus…
El motivo de la condena había colgado sobre su pecho hasta llegar a aquel monte cargado de niebla…  La oscuridad no era una simple ausencia de luz, era odio empapando los corazones que aplaudían, era indolencia en los ojos que contemplaban. Pero había que exhibirlo bien, había que colgarlo en lo alto de la cruz, sobre la cabeza de aquel insolente que había osado enfrentarse al poder. A ese poder religioso que pretendía encerrar a Dios en ritos, normas y templos, a ese poder político que, desde la distancia, desde aquella Roma soberbia que se creía en posesión de la verdad, observaba al mundo con su espada en empeño de construir una paz amasada en el miedo.
Todo el mundo tenía que saber que no se podía cuestionar al poder… Ya lo había sentenciado aquel Sumo Sacerdote temoroso de perder su puestor:  “un hombre tenía que morir por todo el pueblo”.
Y toda aquella noche de látigo y burla había servido para borrar su nombre. Aquel despojo humano se había quedado sin nombre…
¡Cuántas veces en la historia borramos los nombres para poder pisotear a las personas!
¡Cuántas veces en nuestros pueblos han diluido nuestros nombres para convertirnos en estadística, números por los que no merece la pena desvelarse!
Pero hoy, aquí, quitamos este títulus de la vergüenza para reclamar un nombre… Porque somos Aliste, somos una cultura, somos gentes y paisajes y vamos a gritar nuestro nombre hasta que quede escrito en la historia.
 
Quitad la corona de espinas…
Las ideas, los pensamientos que manaban por su boca en forma de palabra eran aves que llevaban en sus alas el aroma de la libertad… Había que acallar esas ideas que rozaban con suavidad, con la suavidad de la nieve que cubre los campos, las conciencias de las personas, y, como esa humedad no violenta, provoca el despertar de los corazones… Alienta la sed de libertad.
Había que acallarlas y la burla de esa corona de espinas que hendían su furia en la frente de Jesús eran vano intento de desangrar las ideas de aquel Maestro de Nazareth que “hablaba con autoridad, no como los escribas y fariseos” que inventaban bellos discursos, no para transformar vidas y sembrar felicidad, sino para ser ellos admirados y así ocupar los primeros puestos en las sinagogas…
“No sea así entre vosotros…”, les dijo el Maestro a sus discípulos porque el que quiera ser el primero tiene que ser el primero en volar, y que el reguero de su vuelo sea camino abierto para los demás.
¡Qué peligrosas son las ideas que invitan a despertar! Qué peligrosas esas ideas que intentan construir una humanidad sin muros construidos como pedestales desde los que observarnos unos a otros.
Pero hoy, aquí, quitamos esa corona para que las palabras del Maestro sigan resonando libres y que su luz se filtre por cada uno de los poros de nuestra piel haciéndonos paladear el sabor de la libertad… Una libertad que nos haga vocear, con la fuerza sentida por la gente sencilla, que nuestros pueblos no son lugares de los que compadecerse, ni a los que mirar desde la tribuna de ese pensamiento único que ata nuestras conciencias y hunde nuestros corazones en una sed inacabada.
 
Quitad el clavo de la mano derecha
Aún resonaba en la retina de toda Galilea el gesto insolente de aquella mano extendida.
Del margen del camino había brotado aquel grito que se atrevía a acercarse: “Si quieres puedes, limpiarme”. No eran palabras, era angustia, eran ansias de librarse de la condena de soledad y volver a sentir el calor de la comunidad.
 Todo el mundo esperaba la respuesta: “Quiero, queda limpio”. Al fin y al cabo, la compasión es un sentimiento que nadie puede amordazar en nuestro corazón. Pero… ¿quién se iba a esperar que el Maestro extendiera su mano para tocar a aquel leproso? ¿acaso desconocía las normas de pureza? 
Compasión, sí… pero ¿extender la mano? No. Una mano extendida movida por un corazón compasivo tiene la fuerza de cambiar la historia y quebrar privilegios de purezas que expulsan y marginan. No se podía consentir, había que amarrar esa mano en clavo de acero.
¿Cuántas veces nosotros “queremos limpiar las lepras” y nos compadecemos, pero nos quedamos sentados en el sillón de la esquina del escenario de la historia? Y es que han amarrado nuestras manos… Nos permiten compadecernos, pero no toleran que nuestras manos atraviesen el viento para sembrar el encuentro.
Pero hoy, aquí, quitamos ese clavo de la mano derecha para que nos siga enseñando a extender la mano. Y hoy, aquí, recogemos la enseñanza del Maestro a no quedarnos reposando nuestra rabia sobre la barra de un bar. Que esta mano liberada toque nuestras lepras y nos libre de nuestras perezas para salir a la calle.
 
Quitad el clavo de la mano izquierda
Era un día cualquiera, a una hora cualquiera… Y el Maestro lo dijo: “Dejad que los niños se acerquen a mí y extendió su mano para tocarlos, para bendecirlos”
Pero… ¿a quién se le ocurre hablar así a esos varones borrachos de poder, a esos varones que tenían la respuesta fácil leída en libros arcanos? A esos varones que tenían las preguntas y las respuestas…  ¿A quién se le ocurre decirle que tenían que ser como niños, que tenían que dejarse acariciar por la suavidad de la ingenuidad, que tenían que permitir que los sueños se filtraran en sus venas para construir una historia distinta? ¿A quién se le ocurre?
No podía ser…  Había que amarrar fuertemente esa mano que invita a soñar, esa mano izquierda que invita a mirar la vida con la sorpresa del recién nacido… con la firme promesa de aprender cada día de los lirios del campo.
¡Cuántas veces nosotros abandonamos nuestros sueños como si fuese un reguero de vida gastada a lo largo del camino de nuestro tiempo! Dejar de soñar, dejar de mirar la vida como lugar para crecer, dejar de ilusionarse en cada instante que se nos acerca, es dejar de vivir.
Pero hoy, aquí, quitamos el clavo de esa mano izquierda porque queremos que nos toque, porque queremos sentir el tacto de su piel bendiciéndonos, porque queremos volver a ser como niños.
 
Quitad el clavo de los pies
Todo camino se nos ofrece como reto y tentación… Reto de ir contemplando paisajes, limpiando senderos, dejando huellas que sean estelas, ejemplos a seguir, pero también tentación de quedarse estancando en esas sillas que, como nos diría el poeta, “peligrosas nos invitan a parar”.
Jesús, el maestro, el gran caminante, también sintió entre los callos de sus pies la tentación de esas sillas que nos invitan a olvidar caminos.
Sillas de violencia… “Pedro, mete esa espada”.
Sillas de poder… “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, a él solo darás culto”
Sillas de indiferencia ante el sufrimiento ajeno… “dadles vosotros de comer”.
Hoy la tentación de la silla se convierte en deseos de quedarse parado contemplando la vida desde el palco de la indolencia cómplice que deja discurrir la historia en manos de quienes crucifican.
Pero hoy, aquí, quitamos el clavo de esos pies caminantes para que su camino quebrado vuelva a ser sendero de luz y libertad. Quitamos el clavo como deseo de liberar a nuestros propios pies de tantas tentaciones de violencia, de poder, de indiferencia…
 
Y ahora, a vosotros, cofrades, os corresponde recibir el cuerpo bendito y exánime de Jesús, el Rey de la gloria, humillado y escarnecido, verdadero Dios y verdadero hombre, que “fue crucificado, muerto y sepultado”
Recibid ese cuerpo que, en el silencio de la muerte, es pura denuncia de la barbarie. Profeta que reclama la diversidad y el encuentro.
Hermanas, hermanos, recibid, recoged ese cuerpo, no tengáis miedo de tocar su sudor, no temáis tocar con vuestras manos ese cuerpo inerte que, en camino de invierno, rezuma por sus poros el calor de Dios.
 
Hermanos cofrades, poned este cuerpo en brazos de María
Ayudemos a esta madre en su dolor… En cada una de sus lágrimas lleva impreso el recuerdo de toda una vida acompañando, educando, haciendo que su hijo abriera los ojos a la necesidad ajena…
“Hijo, no les queda vino” y aquellas palabras de madre fueron aguijón que impulsó al hijo a salir por los caminos, destapando miserias escondidas, anunciando el rostro de un Dios que abre sus brazos en misericordia, denunciando los fardos pesados sobre los hombros de la gente sencilla.
“Hijo no les queda vino…” Y esa madre le mostró que Dios tenía rostro de mujer.
Ayudemos a esta madre en su dolor…  Pongamos en sus brazos al hijo de sus entrañas. El mismo vientre que lo llevó para darle vida es ahora regazo, lecho de muerte en sangre amordazado.
Detengamos nuestra mirada en esa mujer de pies firmes ante la cruz a pesar del dolor… Dejemos que nuestras retinas se llenen de los brazos tiernos de esa mujer que, a pesar de la rabia, recogen ese desecho humano que sigue siendo su hijo… Siempre lo será.
Detengamos nuestra mirada en esa mujer, reflejo de cada mujer silenciada en una historia construida con los mimbres de varones decididos a enmudecer la voz de Dios. En su nombre está grabado el nombre de cada mujer alistana que ha hecho de la entrega un estilo de vida… Que nuestra mirada detenida sea un homenaje a la mujer de nuestros pueblos.
Detengamos nuestra mirada en María acogiendo a ese hijo ungido con la sangre de la injusticia… Miremos desde el corazón y descubriremos que ese regazo cargado de lágrimas se convirtió en rabia que se negaba a aceptar que aquella palabra maloliente de muerte fuese la última palabra que reposara sobre el manto de esta creación con el latido de la primavera recién estrenado.
“Hijo, no les queda vino…” Y ese vientre que alumbró vida y hoy reniega de la muerte se convirtió en fuente de esperanza…
 
Y ahora, colocadlo en esa urna como hicieron José de Arimatea y Nicodemo
Colocad este cuerpo en la urna, pero no nos quedemos estancados, corrompidos por la semilla de dolor.
Colocad este cuerpo y quedemos a la espera de esa mañana de Pascua en la que las mujeres, dispuestas con los aromas, fieles a la costumbre, rompen con el miedo y los prejuicios.
Colocad este cuerpo y quedemos a la espera de la mañana de Pascua en la que el Maestro de Nazareth quiso completar el número de los doce, mutilado por la traición, con un nombre de mujer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario