sábado, 10 de febrero de 2018

INVIERNOS ERAN LOS DE ANTES EN ALISTE, EMPEZANDO POR TOLILLA.


Los fríos, los hormigueros de rodillas, el vestuario, las medias de peal, los churros de hielo colgados, las nieves y los conejos.

No es necesario ser un especialista climatólogo, para darse cuenta que efectivamente el cambio climático se ha producido a ojos vistas.

Para ello, me valgo de las propias comparaciones de los fríos sufridos allá por los inviernos de los años 1932 hasta más o menos 1942, lejanas épocas de mi niñez y principios de la juvenil, período normal de asistencia a la Escuela; dado que las clases empezaban a principios de septiembre y finalizaban por la primera quincena de junio de cada año.

Las comparaciones climáticas, las he venido haciendo en mis viajes periódicos a España, desde los años 70 hasta esta primera década del 2000, en razón que los viajes de Argentina a España han sido en invierno, enero-febrero, salvo en 1983 que inesperadamente tuve que viajar, también a España, desde el 24 de junio hasta el 24 de Julio, pleno verano.

Como es sabido, la década del 30 al 40, fue particularmente difícil para España. Para nuestra Familia también, en especial de Julio de 1936 a los avanzados 40, difíciles de olvidar para mí por las arbitrariedades y sinrazones sufridas, en una edad clave para la Vida: De los siete a los doce años.

España arrastraba la cuota parte de la crisis económica mundial, la llamada Gran Depresión (1), originada en los Estados Unidos de Norteamérica en 1929, que se extendió hasta la Segunda Guerra Mundial, 1939 a 1945, crisis que provocó la desaceleración  de la economía, por el desempleo y la caída de la demanda, en especial la de  productos agrícolas y ganaderos, los únicos que disponía la Comarca de Aliste, como muchas otras, absolutamente necesarios para tratar de equilibrar en parte el déficit crónico de “subsistencia”. Luego a la caída de la demanda, España en Julio de 1936 añadiría su Guerra Civil hasta 1939, año que empezó la Segunda Guerra Mundial por seis años.

De esta manera el panorama mundial, estuvo muy complicado para el mundo, con un plus para España que debió soportar la Gran Depresión Mundial desde 1930, la propia guerra desde 1936 y los efectos de su posguerra y los de la mundial hasta entrados los años 50. Fueron 20 años muy difíciles y con necesidades de todo tipo.

Así las cosas, los que tuvimos que pasar las calamidades de esos años, difícilmente nos podamos olvidar de aquel pasado, que por añadidura los inviernos eran como dije muy fríos. Que lo eran más, por las carencias de nutrientes, que impedían un razonable equilibrio calórico necesario para la vida. De manera que el frío, más las desventuras de los tiempos, que retaceaban la cantidad, la calidad y la necesaria reposición del vestuario, de sola unidad, abrían la puerta al escalofrío, el tiritar casi permanente en todo ámbito cerrado o abierto y, los casi crónicos resfríos (resfriados) de Noviembre a marzo de cada año.

Era común por los años 30 y 40, que nevara 3 o 4 veces cada año, inclusive alguna nevada con ventisca, que por efectos del viento a rachas fuertes del Noreste, de paso por las tierras de Soria y Burgos sacudiendo las planicies, amontonaba la nieve sobre las paredes de las casas; la Escuela de Tolilla, anclada en lugar abierto, era un claro ejemplo de acumulación de la ventisca de nieve en el muro lateral que da casi al Noreste, sacudida por la fuerza del frío viento que literalmente estrellaba la nevisca sobre la pared, que luego iba rellenando el ángulo que formaba con el piso.

Las otras nevadas, solían ser más tradicionales y más copiosas. De cualquier manera, toda nevada tenía unos días de prolegómeno, que eran muy fríos, acompañados de vientos provenientes del sector Palencia-Burgos-Soria. Luego el viento solía llamarse a la calma, con nubes tupidas y bajas y alto grado de humedad y silencio, que la cultura “meteorológica acumulada” por observación en la Comarca, casi siempre daba pistas. Una de ellas, bien clásica, era la concentración de las ovejas en pastar sin descanso casi sin moverse en el mismo lugar, de manera que podían pasar horas en un mismo reducto, sin siquiera intentar alguna caminata, que era lo común en el deambular de todos los días.

Según se decía, por las observaciones seculares, las ovejas intuían la nieve. Una intuición que hoy, por las investigaciones del genoma, tiene una razonable explicación: “Es sabido que la capa de nieve cubre los pastos, en muchos lugares por largos períodos, de manera que las ovejas se han visto privadas de su alimento básico a través de los siglos, con gran mortandad por las hambrunas, y las que han podido sobrevivir lo han pasado muy mal. De manera que la llamada memoria genética, ha sabido desarrollar, llamémosle” instinto de percepción”, que, en determinadas circunstancias climatológicas, hay que aprovechar a sobrealimentarse, porque se avecinan días difíciles. Hay que almacenar sobrantes de energía, para disponer de la misma en caso de necesidad.

Algo que es común a toda la “economía biológica”, que el hombre ha trasladado de alguna manera, a su “economía social”.

Véase sino, los viejos preceptos bíblicos de las “vacas gordas” y las “vacas flacas” bebiendo en el Río Nilo, que José descifró de los sueños del Faraón de turno.

Claro que las ovejas el único granero de almacenamiento que tienen, como el resto de los animales es su cuerpo, que sabe convertir los nutrientes sobrantes en grasas, para los casos de necesidad.

Si volvemos a las nevadas, veremos que tienen efectos benéficos, aunque produzcan a los pobladores de los ámbitos agrícolas muchas incomodidades.

Se sabe que la nieve cuando por efectos del sol se derrite, lo hace con toda la paciencia del mundo, para filtrase por la tierra con lentitud sin arrastrar el “humus / mantillo” que es el nutriente básico de la superficie productiva. Así que cuanta más nieve caiga, su filtración por la tierra hace llegar más agua a los depósitos subterráneos de las capas freáticas. De manera que habrá más agua dulce que brotará de los manantiales para beber, para regar y para cualquier otro uso.

Claro que la nieve traía consigo incomodidades. Pues si la nevada era grande, iba a tapar los pastos de vacas, y en especial el de las ovejas por varios días; daños que se extendían al resto de la fauna silvestre, como las aves en general, los conejos y las liebres; y aunque no era entonces motivos de preocupación, por ser enemigos desde antiguo, también a lobos, zorros y otros animales menores de los llamados dañinos.

Además, al derretirse la nieve con los rayos solares, se encharcaban, ablandaban y embarraban: sendas de caminantes, caminos de rodera, calles, cortinas, huertas y todo lugar por donde había que desplazarse; de forma que sí eran recorridos inevitables llenos de dificultades, molestias e incordios, donde las cholas (2) o zuecos eran el calzado más apropiado. Pues en esos tiempos ni pensar en las botas de goma, con fieltro aislante, de media caña o hasta la rodilla o más, como es de uso en la época contemporánea.

Las últimas nevadas vividas (por mi) en España datan de enero de 1951, el año de mi salida y llegada a la Argentina, y febrero de 2004 (dos pequeñas), el primer viaje a España (Febrero/Marzo/2004) como jubilado, destinado a reunirme con todo el núcleo familiar supérstite de mi Familia natural:

La de enero del 51, sí es una de las grandes nevadas históricas que recuerde, aunque menos traumática que las soportadas entre el 32 y el 40, por estar asistido con más calorías regulares de alimentación y vestimenta más adecuada.

Era una de esas nevadas largas y persistentes, que cubrían o tapaban toda la superficie del suelo, con una profundidad media de más de 50 centímetros, bien sustentada además en ramas y troncos de árboles, jarales, carrapitos (carrasca/carrasco) y matorrales. De esta manera la fauna de la Comarca, tenía totalmente alterado su “hábitat”, con serias consecuencias para mantener un nivel vital (sobrevivencia) mínimo.

De esto doy cuenta, pues a unos 3 o 4 días de la nevada principal, que había cubierto todo, más otra capa de nieve caída en la última noche, adicionaba inquietudes por la alimentación del ganado de cuadra (vacas y burros), y por las ovejas encerradas y atendidas como las vacas a pienso de paja trillada con grano de centeno mezclado con algarrobas de molido grueso.

Yo había salido a eso de las 12 más o menos, cuando lucía un buen sol, a pasear las vacas con la intención de que desentumecieran las patas caminando un poco, respiraran aire puro, y en especial que bebieran agua en el arroyo del Carrascal, el que partía de los confines de la “Raya con Fradellos de Aliste” Pielamula abajo con unas vertientes bilaterales que formaban una buena cuenca para aumentar el caudal, que era muy grande por pocos meses y, llegaba al pleno cuando salía la catarata del prado del Carrascal de Domingo Casas ( nuestro primo hermano) por herencia de su madre  Gabriela, al morir los abuelos Francisco y María, nuestros abuelos paternos, en Agosto de 1931 y Marzo o Abril de 1935 respectivamente.

Esa catarata de agua, que al caer formaba de años una buena poza, cruzaba el camino natural de rodera (eran los más modernos en la Comarca) que iba al vecino pueblo de Flores de Aliste.
Como principio general, el agua de los arroyos, que fluía por amplias superficies en pequeñas cantidades eran radiadas por el Sol, de manera que la temperatura de los arroyos era mucho menos fría que las del río, con más caudal y profundidad casi sin radiación solar.

En ese paseo vacuno, seguro que sugerido por mi padre, salí de arreo tranquilo de casa calle abajo, Calzada de Abajo, paso por la Puente de Abajo (el Puente de Abajo), camino troncal que pasaba al lado de la Peña del Carrascal (creo) hasta que se bifurcaba unos 50 metros más arriba: Uno con giro más brusco a la derecha hacia Flores; el otro más recto, era el de Fradellos, del que en el recorrido partían en direcciones funcionales varias, otros senderos que hacían a la comunicación con prados, tierras, cultivos y etcéteras.

El arroyo del Carrascal, a partir del prado del tío Juan González Salvador, creo que, llamado el prado Redondo, demarcado por la pared que lo rodeaba en forma de circunferencia, pasaba por dentro de una ristra de prados cercados y sucesivos hasta el nombrado de Domingo Casas, para desembocar unos doscientos metros más abajo en el río Mena.

De lado opuesto más cerca de Tolilla, medio en paralelo hacia el Oeste, había otra serie de prados, que empezaba con uno del tío Juan González (Tras del Castro), el que en su día había sido del bisabuelo Domingo Álvarez (Tras del Castro), el nuestro de entre los Prados y unos cuantos más hacia abajo, todos surcados por un arroyito sin nombre que fluía al del Carrascal, cerca de la Peña nombrada.

Entre ambas hileras de prados, había un monte de jaras, carrascos y pequeñas encinas llamado Entre los Prados, y por el lado Oeste de ese monte corría el camino hacia Fradellos.

Vacas cansinas estirando las patas, y al lado de ese camino, en la cuesta que va hacia el prado Redondo, oigo un ruidito debajo de un carrapito mismo al lado del camino, arrancando miedoso y veloz un conejo camino abajo hacia el nombrado prado Redondo, dejando sus huellas bien marcadas en la nieve.

Fui siguiendo sus pisadas que iban de un lado al otro en busca del refugio que no encontraba, y de acá para allá en zigzag, vuelta atrás y así, por una lengua de monte de jaras y más encinas franqueado por el camino referido en dirección a Pielamula. Hice corriendo la persecución del pobre conejo guiado por las huellas en la nieve durante un largo y empeñoso rato. De repente, pierdo las pistas; busco, busco y ¡nada! - Quedé sorprendido de momento; volví a observar con atención donde habían desaparecido las pisadas y, de repente veo al lado de un peñasco una lomita de nieve que desentonaba con el nivel de la capa vecina ¡Era el conejo que, en última tentativa, exhausto, había intentado salvarse...! - No pudo ser, le eché las manos con nieve incluida. Era un conejo grande, lo cogí con fuerza (lo tomé o agarré) con la mano izquierda por las patas de atrás, y oficiando como verdugo experimentado, con el canto de la mano derecha le di un seco golpe en la nuca, y listo para guisar (se comió guisado con ajo, cebolla, pimentón y patatas esa misma noche ¡Riquísimo! ¿Arrepentimiento?

-En esos momentos ninguno. Hoy quizás no lo haría; pero en esos tiempos estaban presentes los instintos primarios definidos por Darwin en “La Evolución de las Especies”. La Moraleja; “Las nieves y sus fríos son de preocupación y molestias, pero en el caso real del relato, nos permitió comer un buen guiso de conejo”. Que no era habitual, salvo a cazador con escopeta.

(1). NOTA. En estos momentos el mundo asiste a otra crisis financiera y económica de grandes proporciones, también originada en los Estados Unidos por los sofisticados instrumentos  apalancados en serie e imaginados por los más altos ejecutivos de algunas importantes entidades del “sistema financiero,” las llamadas hipotecas basura o hipotecas subprime; que si no fuera por los mecanismos internacionales que los bancos centrales de los países han adoptado para auxilio del sistema, limitado y parcial, la catástrofe sería todavía mucho mayor por la cantidad de miles de millones de dólares USA estafados, que afectan enormemente a la economía mundial. Y como decía un notable economista liberal de la Escuela Austriaca: “Alguien tiene que pagar la cena” y, de una u otra manera, la cena siempre la paga el mismo segmento de la población mundial: El que menos tiene.

En ambos casos, pero en especial el de la crisis actual, se debe al principio fundamentalista del liberalismo, que sigue, sigue y sigue con la monserga: “EL LIBRE MERCADO REGULA Y DISTRIBUYE POR SÍ MISMO LOS RECURSOS PRIVADOS Y SOCIALES O PÚBLICOS SIN INTERVENCIÓN NI CONTROL ALGUNO DEL ESTADO”. Y, como tengo dicho por ahí en algún otro artículo, mi abuela materna decía: “El que administra y el que la boca enjuaga, algo traga”. ¡Qué verdad en estos tiempos cuando la fe pública entrega recursos a terceros para hacer negocios por su cuenta, y cuando no hay negocios rentables los inventan...!

AGREGADO: Las noticias informadas por las agencias internacionales hoy (10-07-2008) en síntesis dicen: “Se hunden tres bancos en los EE. UU por la crisis de las hipotecas: Lehman Brothers, Fannie Mae y Freddie Mac.…El presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, y el secretario del Tesoro H.Paulson, dos grandes economistas del “liberalismo económico”, están pidiendo a gritos más regulaciones y controles para los bancos.

Algo así como se decía por Aliste: “Cuando la liebre se escapa, palos a la cama (donde dormía la liebre)”.

A modo de ejemplo, basta el caso de un residente argentino en Miami (pidió no ser identificado), que perdió su casa comprada en 2006 por no poder pagar la hipoteca. Un banco de esa plaza le prestó 500.000 dólares USA, sin que averiguaran su nivel de ingresos, ni pedirle adelanto alguno. La casa: Dos amplios dormitorios, sala de estar y comedor, cocina normal instalada y un pequeño jardín. Cuando pese a los esfuerzos veía que no podía seguir pagando la hipoteca, le devolvió la casa al banco y se declaró en bancarrota.

Y lo que hace tiempo se sospechaba, que empezó a descubrirse allá por agosto de 2007, sigue y sigue, sin que se sepa cuándo terminará...

Lo cierto, que al sistema financiero mundial y, por su incidencia al económico, lo están poniendo patas arriba.

El estado tiene un mandato social indelegable, que es la obligación del “Bien Común” y la “Igualdad ante la Ley”. Y está visto que, por el Libre Mercado, no se consigue ni lo uno ni lo otro ¡Hay que tratar de imitar el funcionamiento de equilibrio, para nada egoísta, de los mecanismos biológicos!

Pero claro, la teoría del Libre Mercado, derivada de los principios filosóficos/teológicos del Calvinismo, ha tenido plena aplicación y desarrollo en los EE.UU a través del liberalismo (más en las libertades individuales que en la economía), tuvo sus momentos de gloria, qué duda cabe. Pero el actual Neoliberalismo, que lo han aplicado y quieren seguir aplicándolo a ultranza como remedio fundamentalista, ha tomado tal carácter en las gestiones de gobierno de R.Reagan en los EE.UU y de doña Margarita Thatcher en Gran Bretaña en los años 80. Seguido en los EE.UU por Bush (padre), y a partir del 2000 hasta este 2008, por Bush (hijo). ¿Se acuerdan del Consenso de Washington de los 80...? - La famosa teoría del derrame, que una vez el vaso lleno (Capital necesario y reposiciones), empezaría el derrame de los beneficios del desarrollo, el empleo y la mejor distribución de las riquezas...Y, el Derrame ¿dónde está?

(2). NOTA. Las llamadas cholas en el ámbito alistano, en realidad son los zuecos, con base de madera, bota de cuero, con capellada o entera, con contrafuerte de suela, sujeta a la base de madera algo moldeada a la planta del pie, con una vira de cuero (tira del orden de un centímetro de ancho), encima de la bota, clavada con clavos finos (bota y vira) a la base de la madera, a una distancia de unos dos centímetros, cuero que con frecuencia se untaba con sebo de oveja sin sal, para conservar el cuero, dándole elasticidad e impermeabilidad para evitar la filtración del agua. La base de madera tenía una especie de puente, entre los 2/3 de adelante y el 1/3 del talón (tacón), aunque el nivel de la parte delantera y el del tacón (talón) era el mismo. La base de la chola o zueco en general era de madera de negrillo (que en esos años abundaban en los ámbitos urbanos de Aliste. Hoy desaparecidos por enfermedad). Para evitar el rápido desgaste de la base de madera por la fricción con el suelo, se recurría al herrado. Cada chola o zueco, llevaba una herradura en la parte de adelantes y otra en la parte de atrás o tacón. Las herraduras llevaban varias perforaciones, para clavarlas a la madera, con clavos que forjaba en la fragua el mismo herrero.

En esos años, uno de los herreros más conocidos, acreditado por sus buenos trabajos, era de Lober de Aliste, limítrofe de Tolilla, a unos dos kilómetros de distancia. El herrero se llamaba Juanito (Juan) del que creo nunca supe el apellido.

Sé que se casó con posterioridad a mi venida a Argentina, con una moza de Lober, la hermana mayor de Juan Antonio y Lorenza TESO, que vinieron también a la Argentina en 1948 y 1954 (creo) respectivamente. Lorenza vino con la madre, que falleció hace tiempo.

Con Juan Antonio de los años 1954 a 1980 nos veíamos con frecuencia; con Lorenza menos. Creo que la última vez que nos vimos, fue en enero de 1982, en casa de Lorenza. De ahí en adelante no sé más de ellos, a pesar de los intentos (ambos creo que tenían un hijo varón cada uno, que yo conocí).

TAMBIÉN es de recordar, que las nevadas sobre los tejados de los pueblos de Aliste, casi en la totalidad con tejas de arcilla colorada cocida de tipo árabe, o mejor de canal (abajo) y cubierta (montando arriba sobre dos de canal), en general procedentes de los tejares de Ceadea de Aliste ( con tradición de tejeros), al rato de salir el sol – más o menos a las 10 de la mañana – la nieve empezaba a derretirse con lentitud, dado que los rayos solares son en invierno de incidencia muy oblicua con menos energía de radiación. Ahí empezaba el lento goteo desde los tejados, que se iba acelerando a medida que los rayos solares persistían sobre la superficie de los tejados, para ralentizar o lentificar hacia la caída del Sol en la temprana tarde, cuando se iba hundiendo en el horizonte. Ahí, casi en un santiamén, al bajar de repente la temperatura (era inevitable el día de sol y el correlato de la potente helada), uno se encontraba colgados de las tejas/canal desde el tejado, los más brillantes y largos churros de hielo multiformes de mayor a menor, en la mayoría de los casos con varias puntas afiladas como estoques (como estalactitas). Todo un espectáculo para festejar con pies secos y calientes, que, para los vecinos, indiferentes por la frecuencia de tal visión, eran productos asociados con el frío invierno y nada más.

Algo parecido sucedía, cuando en el Río Mena o en cualquier arroyo, juncos, mimbres, o ramas eran alcanzadas por el agua sin estar sumergidos al ofrecer resistencia a la corriente: alrededor de los elementos unitarios o en ramas, se formaba una gruesa capa de hielo, que solía resistir por días el embate del Sol, al no poder neutralizar la mayor eficacia del ambiente frío.

No menos espectaculares eran esas mañanas frías y heladas de garúa (llovizna) donde los árboles y las plantas se cargaban de hielo escarchado, paisajes que tanto se han usado como postales de Navidad por la industria gráfica.

El fenómeno de congelación de las potentes heladas, que dé común seguían a las nevadas y, el encharcado de campos y praderas por la nieve derretida; o las propias aguas del río y las pozas de los arroyos en superficie, a veces una capa bien profunda de agua convertida en hielo cuando había cierta profundidad y lento recorrido del agua, se convertían en pistas de patinar para los grupos de rapaces o muchachos, de los que formaba parte activa en Tolilla (supongo en otros pueblos también).

Una de las pistas era el Campo, al que fluía el agua por la cañada de los Pradicos, receptora del socavón que venía de la ladera de las tierras de labor del plano inclinado vecino. La cañada era como distribuidora por efectos de la gravedad del plano inclinado, por la mayor parte de la pradera destinada a las Eras de las viejas Trillas, de manera que la pradera bien empapada en su extensión, iba escurriendo hacia la Peña el Campo, por cuyas cercanías se iba armando el llamado arroyo de la Fuente que concurría a desembocar al Río.

Con heladas fuertes y persistentes, que solían serlo, ese plano inclinado de las Eras, con un frente del orden de los 100 metros hacia el Suroeste y unos 200 hacia el Noreste (más o menos) se convertía por varios días en pista de patinaje sobre hielo ¿Pero ¿cómo? – Ya dijimos que el calzado habitual eran las cholas, arriba descriptas. Pues bien, las herraduras de las cholas, que solían estar por el uso bastante lisas, oficiaban como un patín improvisado sobre el llamado carámbano (capa de hielo); de manera que con una envión inicial del lado de la cañada los Pradicos, mirando hacia la Peña el Campo / la Fuente, en bajada algo pronunciada, por la Ley de Gravedad, agachado con el culo sobre las pantorrillas, uno iba tomando velocidad acelerada con muy buena velocidad final. El problema se podía presentar cuando en el recorrido, por irregularidades del terreno había un frenazo imprevisto, o cuando uno empezaba a patinar y se resbalaba cayéndose de culo. Esta demás decir que, en ambos casos, por detrás o por delante, uno se empapaba hasta la cornisa; y había que hacer tiempo, si el Sol lo permitía para secarse, pues en caso contrario mi madre (Balbina Álvarez), con toda la razón del mundo, tan pronto me semblanteara me dedicaría el saludo de práctica ¿Dónde estuviste...? ¡La Burra que te parió...! Pescozón y, el gran Sermón de la Madre. La verdad que había que tener la paciencia de Job (mi madre) para aguantarme; pero era así de inquieto, de curioso, de experimentador y travieso por naturaleza, sin malicia ¡Y, mi madre lo sabía...!

Esta prueba, de hielo traviesa, probablemente en diciembre del 37 o enero del 38, la hice varias veces en solitario. Una vez creo que probó Angelito conmigo, otra me parece que Cándido; que más o menos éramos el trío habitual. Yo era el del medio, pues Cándido me llevaba a mí un año, y yo le llevaba a Angelito casi dos.

Sí usamos con más frecuencia, la pista de los Lavaderos, que era el pequeño embalse del Mena situado enfrente del hoy Recreo de Confraternidad Vecinal, en torno a la gran Mesa de la Piedra del Molino, a la sombra de los chopos.

Ahí Angelito y yo tuvimos más recorrido, con el uso de los patines indicados: “Las cholas herradas con las herraduras lisas, oficiantes de patines al mejor estilo propio”. La técnica era diferente pero más difícil y sofisticada. En la parte de la pradera de la ribera entre las huertas y los lavaderos, tomábamos envión (fuerza) desde 3-4 metros del agua (en el caso cubierta por una buena capa de hielo), para caer en forma sincronizada con el culo sobre las pantorrillas y las cholas con las herraduras al mismo nivel, con un deslizamiento rápido que nos permitía llegar al otro lado en un abrir y cerrar de ojos, con algún crujido del hielo, que tuvimos suerte que el carámbano no se rompiera. Para mí era emocionante y lo disfrutaba; y la verdad que no sé esas sincronizaciones, sin haberlo practicado nunca, de dónde me salían. Casi siempre a la primera, pero que, en todos los casos, previamente había hecho una especie de simulación mental.

Todas estas cosas, el que las aprendía mejor y con decisión de hacerlo al haberlo visto, era Angelito (hoy y siempre, Ángel González Prieto).

Por siglos la tradición decía, que inviernos lluviosos y más de dos buenas nevadas – mejor tres o cuatro — eran sinónimo de una primavera fértil: Pastos, cereales, hortalizas (en especial patatas) y legumbres abundantes; ergo ganadería: vacas, terneros, burros, pollinos, ovejas y corderos, gordos y lozanos. Era un adelanto optimista para los agricultores / ganaderos (casi la totalidad de los vecinos de Aliste reunían las dos condiciones), que, con poca ayuda de las lluvias de abril y mayo, adivinaban (y esperaban muy confiados) un año pleno de cosechas.

Pero nosotros, los niños de la escuela ¿cómo estábamos preparados para afrontar los duros inviernos? - Lo vamos a explicar en forma general, tomándome a mí mismo como testigo (ya quedan pocos):

Lo que siempre tenía en abundancia era el pelo en la cabeza (todavía en gran parte está).

Una camisa liviana, con cuello de tira, abotonada. Un pantalón de género liviano, o en el mejor caso de pana, siempre por encima de las rodillas, pues como había que hacerlos durar, cuando eran nuevos llegaban por abajo de las rodillas; pero al poco tiempo al ir creciendo, la rodilla iba bajando y el pantalón subiendo. El pantalón sujeto con unos tirantes cruzados en la espalda, que eran unas tiras de paño común, cosidas a la parte de atrás del pantalón y abotonados a unos botones a la cintura de la parte de adelante. Los tirantes por sus frecuentes roturas, por lo menos en mi caso, casi siempre los tenía emparchados con algún cordel que me sacaba del apuro para que no se me cayeran (los pantalones). Encima de la camisa y de los tirantes algún jersey de lana gruesa tejido en casa, que tanto valía para el duro invierno como para el medio tiempo.

Al jersey lo cubría una chaquetilla, más delgada que gruesa, alguna vez de pana, que en general había abotonado bien de nueva, pero al poco tiempo dejaba de hacerlo en su larga vida, dado que el cuerpo había crecido y la chaquetilla encogido. Era una manera de ponerle desde joven el pecho al viento y al frío.

Por supuesto las camisetas y los calzoncillos, eran prendas desconocidas para los rapaces en la Comarca salvo muy pocas excepciones. El calzado base, como se expresa más arriba eran las cholas o zuecos, que las más de las veces dejaban pasar el agua de las lluvias, de la nieve y de los charcos. Las medias ¡las medias! - Sí, las medias. Las medias son parte de otra historia:

“En su totalidad tejidas a mano por las amas de casa, del propio vellón de lana de las propias ovejas, lavado peinado y cardado en general por hombres; a partir de aquí, la lana teñida de negro con unas piedras de tinte que se desleían en agua caliente, combinadas con cáscaras o corteza de aliso ricas en taninos que ayudaban a fijar el teñido, hilada por las mujeres de casa, y como dije también tejido con agujas de tejer medias (creo que usaban cuatro cortas y finas).

Había tres tipos de medias tejidas, para mujeres y hombres: a).La de peal. b).La de medio pie y c). La de pie entero”.

Adivinen cuál era la media más usada, por razones de escasez y ahorro. Sí, acertaron. La más usada era la media de peal, luego la de medio pie y la de lujo la de pie entero.

¿Que era la media de peal? Era una media tejida, una especie de tubo, que cubría desde los tobillos hasta por debajo de la rodilla. Ese tubo llevaba cosido el peal, que era una cinta estrecha, en general de paño de lana, cosido a los dos lados del tubo de media tejido, que la sujetaba por debajo del pie desde los tobillos. Las medias de peal servían solamente para calentar las piernas; los pies con más libertad por mayor espacio libre, pero ateridos de frío, al ser extremidades muy sensibles a las temperaturas, tanto del calor como del frío.

Las de medio pie, eran tan malas o peores que las de peal, aunque gastaran más lana, pues no cubrían la parte de adelante del pie, la que más se enfriaba; pero, además, solían arrugarse con frecuencia, que era una molestia adicional e incómoda, que rompía los “quinotos” a cada rato. Con lo explicado, que se ajusta a la verdad, o por lo menos a la mía, tenemos vestido al modelo del niño escolar de Aliste, para concurrir a su Escuela, de los años 1930 a 1940 y más. Sin embargo, hay que destacar dos sectores del cuerpo de libre exposición al viento y al frío: El pescuezo o cuello y, el sector de la rodilla, con más unos 8 centímetros abajo (hacia la canilla) y otros 10 arriba la rodilla (muslo). Ambos sectores oficiaban de radiadores refrigerantes, tanto en verano (sin problemas) como en el crudo invierno (un tiritar permanente).

Los sectores expuestos al viento y al frío, en especial la zona franca de la rodilla y aledaños abajo y arriba, parecían curtidos, surcados y rugosos, como lija muy gruesa, con una coloración negruzca, que se denominaban coloquialmente hormigas u hormigueros cuando la zona era extendida. Y es comprensible que así fuera, dado que las glándulas sebáceas trataban de proteger la piel, pero el exudado graso se impregnaba de partículas ambientales, que hacían costra protectora, para evitar mayores daños (grietas sangrantes) en la epidermis.

Había que esperar la primavera bien entrada, hasta que la piel rejuveneciera y expulsara las hormigas u hormigueros de esas zonas agrietadas.

Un elemento adicional anti frío, eran los clásicos braseros de latas de sardinas grandes, que se llevaban con cisco hecho en la lumbre derivado de las ramas de las jaras, de buen poder calórico. Algo era, pero muy poca cosa. Los días fríos y lluviosos, si se podía, se llevaba algún manto de paño de lana, o algo por el estilo. Que era lo que había, aunque hoy a las generaciones nuevas de la Comarca les parezca un imposible.

Pero bueno, no todo era negativo en el invierno. Estaban también los días de las matanzas; las propias y de la familia, y las asociadas para los rapaces por invitaciones recíprocas, más las de esperanza (la espera en el recinto matancero con cara de circunstancia), donde por ahí se ligaba algún plato de chanfaina para mí un manjar que además sacaba el frío, dado que el sabor bien picante, era un buen vasodilatador que a veces ponía coloradas las orejas y las mejillas.

Alguna mordida a hurtadillas de la punta del rabo, la eventualidad de un mordisco en la punta de las orejas, y el regalo de la vejiga para hincharla con una paja de centeno, que a veces servía como sustituta de un balón (aunque entonces el fútbol era desconocido en toda la Comarca, y no se practicaba ni remotamente). Sí, de hecho, se desconocía, aunque ahora cueste creerlo.

En las matanzas de los cerdos propios o de los de familiares, habida cuenta que aún sin saberlo bien, eran la base de proteínas y grasas de origen animal, también ricas en triglicéridos, lipoproteínas y colesterol LDL (el llamado malo), todo ese conjunto no era tan malo. Y, no lo era, en razón del alto consumo de energía (kilo-calorías) que demandaban las largas y rudas tareas agrícolas y ganaderas, donde la acción, el movimiento y el esfuerzo eran rutinas de todos los días; de manera que la ecuación de ingreso de calorías al organismo, menos el consumo por la movilidad, el esfuerzo, el tiempo, la dedicación y el metabolismo basal, daban resultado negativo. En una palabra, se iban consumiendo reservas de calorías que en algún momento del año habría que reponer. Caso contrario, la proyección saludable se vería amenazada en el corto plazo.

Lo importante es que las matanzas, aparte de asegurar los nutrientes de base por un año, gracias a la prudencia y previsión de las “Amas de Casa” que hacían maravillas con la eficiente administración de los escasos recursos, eran tradiciones renovadas cada año por las familias, que a nivel subconsciente invocaba a una especie de “talismán” representado por los cerdos, con ritos variados: “muerte cruenta con sangrado expuesto, cargada de agudos y dolorosos gritos de dolor escuchados en todos los ámbitos de los pueblos; conducción al banco de muerte, atado con la soga o con gancho de hierro, con fuertes y lastimeros quejidos que intuían su fin, mientras las patrullas familiares en movimiento y jolgorio ( del que se excluían los viejos abuelos ¡ quién sabe por qué! observando con preocupación sin inquietud, las escenas del drama de muerte violenta). Luego vendría la purificación del fuego con el chamuscado y sus llamaradas; el descuartizamiento cuidadoso, especializado por sectores anatómicos; la extracción de tripas y vísceras con sus cuidadosos lavados, en las rápidas corrientes de ríos o arroyos. Un ritual de ceremonias de algunos días, para santificar los productos diversificados del cerdo, tan necesarios, apetecidos y demandados (con exclusión del Islán y parte del judaísmo ortodoxo) en las proximidades Navideñas de liturgias cristianas y tradiciones de encuentros en familia.

Toda una “trilogía” cultural, tradicional y costumbrista, que mezclaba ritos bien diferentes en pleno invierno: La crudeza del frío, la crueldad y alegría de las matanzas y la solemnidad y devoción de la Navidad ¡Casi nada para el Aliste de antaño...!

Los relatos del presente, están pensados con los recuerdos del Hemisferio Norte, sin caer en la cuenta que hoy por hoy, los fríos y las matanzas (sin los ritos y ceremonias de celebración del Norte, en España y en el Aliste de antes) están en el Sur y, los unos y los otros lejos de las celebraciones de Navidad.

Pero no importa, la memoria y el pensamiento aliados con los recuerdos, por ahora pueden circular con libertad, sin pasar los controles de seguridad ni pagar aranceles aduaneros. Tampoco necesitan pasaportes, visados o vacunas; ni alteran normas migratorias.

Pero si hasta la Naturaleza ha producido desigualdades y opuestos:” estaciones del año, frío para unos calores para otros; florecer la vida en un lado, recoger las hojas caídas en el otro ¿Dónde está la igualdad tan proclamada...?

Parece que la tal ansiada igualdad no existe ¿Ni para la Naturaleza? - La Naturaleza es otra cosa. Sabe compensar y equilibrar adecuadamente a todas las partes de sus dominios. Tiene zonas neutras estables sin muchas variaciones de frío/calor con sus lluvias de turno. El resto, va en rotaciones más o menos previsibles y armoniosas. Hoy el frío para unos y el calor para los otros que cada seis meses se invierte. Mañana la fertilidad de la primavera para unos y el ocaso del otoño para otros, que al medio año se cambia. Los fríos extremos y los calores extremos también tienen sus compensaciones naturales, para que las criaturas de “flora y fauna” puedan cumplir los objetivos trazados por la Naturaleza.

Y aunque pueda suponerse que el Orden Natural de la Tierra sigue su ruta sin enemigos, desde no hace mucho tiempo se sabe que esto no es así.

El hombre con sus ansias de dinero, de poder y despilfarro de recursos – la ambición del tener para exhibir -  lo ha llevado a destruir factores naturales imprescindibles para la Vida sobre la Tierra, introduciendo o alterando otros, que han producido, están produciendo y producirán graves alteraciones de todo el “Hábitat” de nuestro mundo, sin que le preocupe demasiado.

El hombre para mantener el “soberbio orgullo de mostrarse al otro”, es tan capaz de perder su juicio, como actuar a lo” bonzo prendiendo fuego a su propia casa con él adentro”.

Y repito una vez más en estos escritos dedicados a Aliste por rutas de Tolilla:” En el mundo de hoy hay muchísimos dirigentes de la alta política, que a sabiendas, con informaciones y asesoramientos adecuados (no solamente la del “primo ingeniero” como dijo alguno conocido), sobrepasan el prepotente absolutismo de Luís XV, por el daño que producen y la terquedad de los intereses que defienden, aún a sabiendas que están cometiendo barbaridades contra la Vida, incluyendo la de él y los suyos presentes y futuros.

Como dijo don Nicolás Maquiavelo, casi 500 años atrás en su Príncipe: “Al hombre le preocupa más el patrimonio que la propia sangre. De la pérdida de la sangre se olvida; de la pérdida de patrimonio, No”.

Ahora vamos a re direccionar el Hemisferio. Del frío del Sur (aunque no tanto por ahora en esta zona) pasamos al calor del Norte, veraniego y vacacional por merecimientos.

Aunque en Aliste se dará la paradoja que los descendientes de los pobladores seculares de la Comarca, muchos de ellos por suerte, vienen a pasar las vacaciones donde sus ancestros nunca descansaron y, no porque no sufrieran cansancio. Son las vueltas de la vida en los tiempos.

A disfrutar en los parajes de los ríos, manantiales y riberas; montes y arboledas; zarzales donde tiempo ha, las huertas y cortinas envidiaban con sus frutos al aire o bajo tierra; jarales y matorrales lozanos, asentados en lo que algunos años atrás brindaban el preciado cereal; todo eso tan cercano, tan pariente y conocido, aunque se vea por primera vez. Son los ecos de las voces de los tiempos, que en forma mágica se acercan en el silencioso diálogo de la comprensión y el entendimiento. Ecos alegres y jubilosos al saber que parte de su vida transmitida al presente, disfruta en mayor o menor medida del desarrollo y del progreso, rompiendo el aislamiento secular.
Repetiré que a los de Tolilla de Aliste, los saludo en ese Recreo de Armonía Vecinal, alrededor de la gran Mesa de la piedra del Molino a la sombra de los chopos y a la vera del Río, entre la poza de los Lavaderos y el regato de riego de las huertas de los Linares y los huertos de la Puente de Abajo, que tal vez luzca tapado de tierra y sin agua, sólo identificable por los que lo conocieron útil y funcional.

Un fuerte abrazo individual y colectivo para los vecinos de la recordada Comarca de Aliste.

Desde la ciudad de Buenos Aires, Capital Federal de la Argentina, Doce (12) de Julio de Dos mil ocho (2008).


Simón


 P.D.Un saludo complementario adicional, para todos los asistentes a las nuevas Fiestas del Pueblo en los días 08 y 09 de Agosto, las que han participado del adelanto de un mes por las urgencias de los tiempos, razonables entendibles y justificadas.Después de todo, la instauración de una "fiesta" no es ni "dogma ni sacramento".¡Chau!

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