martes, 5 de noviembre de 2019

Gladys de Magdala

 Certamen literario Margarita Ferreras


Primer Premio del Primer Certamen Literario "Margarita Ferreras": Juan Francisco Domínguez Ridruejo

- Gladis, mira, ahí viene tu amiguito Pepe. Parece que te ha cogido fijación, chica, desde el primer día solo quiere tratos contigo, cualquiera diría que se ha enamorado. A mí me parece muy sosito, la verdad.

- Mira niña, no sé pol qué tu dises esas cosas. El otro día te tomaste unas copitas con él y se te veía mu melosita.

- Mujer, como estabas ocupada con otro cliente te lo entretuve para que no se marchara.

- Si chica, pero si me demoro un poquito en bajal tu me lo robas, que ya yo te vi las intensiones.

- ¡Cómo eres, Gladis, hay días que no se te puede hablar! –

     Gladis dejó su copa en la barra, y al bajar del taburete la abertura interminable de la falda dejó ver sus larguísimas piernas rematadas en unos zapatos con plataformas de vértigo. Se acercó a Pepe, que acababa de estacionar su todoterreno cubierto de polvo del Cristo de Septiembre, le rodeó el cuello con sus brazos sosteniendo un cigarrillo entre los dedos y al tiempo que le aproximaba su generoso pecho le acarició la mejilla y exhaló una enorme bocanada de Marlboro.

- Hola, mi amol, ya yo tenía ganas de velte, tu sabes... –

- Hola, maja, ¿qué tal? – le dijo Pepe muy serio.

- ¡Uy, que carita tienes!. Venga, mi hijito, tómate algo con tu Gladis que ella te va a espantal los malos humores–

     Gladis era una caribeña con una extraordinaria planta, cuarenta años muy bien rematados, buen porte, hermosa cabellera y unas caderas que, en expresión de un andaluz de casta, quitaban el sentío. Desde el primer momento, no se sabía por qué razón, le cayó bien aquel tipo enfundado en su eterna camisa blanca remangada por encima de los codos que apareció pocas semanas antes por el Club de carretera.

     Quizás porque desde la primera vez que compartieron mostrador, copa y catre él se abrió de par en par y ella, que tenía buena madera de psicóloga forjada en tantos años de ejercer su oficio, se percató rápidamente de que era un hombre sin doblez, totalmente sincero.

     Pepe era un personaje corriente, de los que no rompen moldes, un agricultor más de las tierras del Oeste Zamorano. Muy trabajador, parco en la expresión, soso en las acciones y con muy poco seito a la hora de tratar con el sexo femenino. Ni siquiera en el trato con la meretriz fue original y desde el primer día descargó en ella el infortunio de su matrimonio. Se quejaba de que, en lo tocante a las relaciones íntimas, su mujer lo rechazaba de forma reiterada. La verdad es que la historia de su matrimonio no se distinguía precisamente porque la cuestión sexual hubiera sido de rompe y rasga, más bien se caracterizaba por haber tenido la pasión justita; las más de las veces, el asunto carnal a Pepe le dejaba un regusto agridulce. Él procuraba enjugar los sinsabores volcándose de forma casi absoluta en su trabajo, pero últimamente los rechazos eran abundantes y sin ninguna justificación, de manera que se decidió a visitar el Club. Fue entonces cuando conoció a Gladis.

- Estoy muy harto chica - Le soltó la última vez después de desahogarse - voy a separarme, no aguanto más, tengo la sensación de estar viviendo con una estatua, tan fría como la piedra, parece que le doy asco, no sé... Lo tengo decidido, me voy a la casa que fue de mis padres, mañana mismo.

- Pero chico, tu piénsate bien lo que hases que los hombres no sabéis estal solitos ni freíl un huevo y luego tu te vas a arrepentíl – le contestó ella mientras se aseaba.

- Nada, nada, estoy totalmente decidido. En cuanto llegue a casa se lo suelto y me marcho.

     Pero hoy Pepe tenía muy mala cara, no era la expresión de desánimo y hastío de otros días, tenía la mirada perdida y su rostro reflejaba humillación. La caribeña lo observaba más que con los ojos, con el alma, con ese alma maternal que desarrollan las de su oficio de tanto ver como hombres hechos y derechos les abren su corazón de niño y desparraman todas sus penas, todas sus maldades y todos sus miedos.

- Que te pasa, chico ¿hoy tu no tienes ganas de hablal?, ¿quieres ir rapidito a la faena, sí? –le dijo Gladis después de unos minutos en los que Pepe no articuló palabra.

- No es que no quiera hablar, es que no puedo. Esto no me lo esperaba, me ha caído como una losa. Si me pasa un tren por encima no me deja peor – dijo absolutamente abatido -

- ¿Otra vez tu discutiste con tu mujelsita? Ya tu deberías estal acostumbrado, muchachito.

- ¿Discutir?, mira, mira esto – le contestó Pepe entregándole una nota que sacó del bolsillo – la encontré en el mueble de la entrada, cuando volví a casa decidido a comunicarle que me marchaba.

Gladis comenzó a leer:

<<Querido Pepe: he tomado la determinación de marcharme de casa. No puedo más. Llevo muchos años aguantando tu carácter insulso, tus miserias y tus torpezas en la cama. Me marcho a vivir con la abogada que nos llevó el pleito con Hacienda>>

- Veldaderamente lo de la letrada es un golpe muy bajo, chico.- dijo Gladis.

- Pues sigue leyendo que también hay para ti.

Ella continuó:

<<Si Pepe, con una mujer, no te asustes; yo también he sido torpe por haberme engañado a mí misma toda la vida. De la casa y lo demás ya hablaremos, de momento me llevo el mercedes porque me hace mucha ilusión, es más, me excita sólo de pensar que voy a poder conducirlo todo el tiempo que quiera. Tú con el viejo todoterreno y el tractor te puedes arreglar.>>.

- ¡Joder! – exclamó Pepe – me podía haber dicho antes lo del coche, la muy... Perdona, chica, sigue.
<< ¡Ah!,- continuaba la nota - dile a la fulana con la que andas que usa un buen perfume y un buen tinte pero que es mala profesora. En el tiempo que llevas con ella no has mejorado absolutamente nada. Estaremos en contacto a través de mi abogada. Adiós>>.

- ¿Qué te parece? – preguntó Pepe.

- ¡Sorrona del demonio! – contestó ella – Esto no es ninguna escuela. Mira, mi amol, veldaderamente nesesitas mejoral pero tu no sufras que tu Gladis te va a enseñal muchas cositas.

Y Pepe con la mirada clavada en el suelo preguntó:

- ¿Dime Gladis: de verdad soy tan torpe en la cama? -

- ¡Tú confía en tu Gladis, mi amol! - Le dijo llevándoselo de la mano.

     La última luz de la tarde alistana penetraba por las ventanas del garito y barruntaba un otoño tormentoso con brochazos de soledad.

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