martes, 5 de noviembre de 2019

"Hablamos de antes... la primavera, los nidos y los muchachos"

 Certamen literario Margarita Ferreras



Mención especial del Primer Certamen Literario Margarita : Eutimio Contra Galván.

     Andar a nidos, ir a nidos, vamos a nidos; eran verbos activos en la primavera, propios de muchachos apegados al terruño de los pueblos meseteños.
     En estos tiempos, donde, en algunas ocasiones, los animales se personifican, en atenciones y cuidados y paralelamente también, circunstancialmente, el dolor humano, la soledad y la necesidad, incluso el trato, pasa inadvertido, conviene situar este relato en una antigüedad de 50 años, mostrando con realeza aquellos aconteceres, pura historia, para contrastar y analizar la vertiginosa evolución de los tiempos.
     Sólo dos aves gozaban de bula de ataque, por el carácter semisagrado que la cultura oral había transmitido, como eran la golondrina y la cigüeña, cuyo único nido existente era el de la iglesia. A la golondrina, en su regreso de la emigración, por San José, se le preguntaba metafóricamente hablando; “golondrinica, dónde anidaste?; y en su trino redondeado contestaba; “en Galilea, en casa de un sastre”. Puede que de esa respuesta, supuesta, arranque su carácter de santa espiritualidad al respecto. El resto de aves ni tenían, ni gozaban de consuelo y le era aplicado el dicho: “ave que vuela a la cazuela”. Era tal la necesidad de la ingesta de proteínas, hagamos memoria de tiempos pasados, que un pajarillo frito o asado era manjar apetecible y deseado.
     Variedad de trampas y útiles de diversos tipos eran herramientas de caza. Desde lazos de hilos o de crin de caballo, pajareras o garlitos, hijuelos (trampas de madera que se instalaban en el suelo, en los revolcaderos y por medio de crines de caballo trenzadas en su ligazón con tablas movibles que se abrían y cerraban dejando apresada la pieza, sobre todo perdices), o liga, tirachinas, ballestas y escopetas. Para cazar vencejos se hacía un agujero en un papel fuerte y rodeando una piedra era tirado al alto, en alguna ocasión el vencejo liaba sus alas con el papel y caía al suelo.
     El gorrión o pardal era el animal más abundante y por tanto el más castigado. Además hay que precisar que no gozaba de buena fama, ya que, cuando las cebadas y trigos granaban daban buena cuenta en familias numerosas de las espigas de los sacrificados agricultores, dejando como resultado una paja derecha y vana, sin semillas productivas. Tan cansados los labriegos estaban del daño de los gorriones que ya todos los pájaros le parecían dañinos y decían: “pájaros y pardales todos son iguales”.
     A través de las aves el hombre fiaba el tiempo, los usos y costumbres. “Cuando las paticas de la mar (avefrías) van “pa” arriba (Norte), los pastores buena vida, cuando van “pa” abajo (Sur), los pastores el trabajo”. -“Por San Blas la cigüeña verás, y si no la vieres año de nieves”.- “Canta la “bubilla” (abubilla) canta el cuco; pero hasta que no canta la “rola”…(rolla, tórtola)…”.- “Cuando canta el cuco fuera pulpo”.- “Si la miorla (mirlo) canta en lo alto buen tiempo, si es en lo bajo, mal tiempo”.- “Si al cuco no lo oyes en marzo ni en abril, o el cuco se ha muerto o “la fin” va a venir”.-
     Rara vez el nombre asignado a un pájaro en el pueblo coincidía con el oficial del diccionario. En Manzanal del Barco (zona del Gran Aliste), variaciones morfológicas cambiaban las denominaciones, así, por ejemplo, el alcarabán se llama “pernil”, al ruiseñor “folleca”, al verderón “cañamina”, al alcaudón real “picanza”, a los insectívoros diminutos en general y en sentido figurado “avangavigas”, equivalente a doblar vigas; al petirrojo “pimientera”, a la cojugada “correcarril” al macho y “gacha” a la hembra, “maripéndola” a la oropéndola, al chotacabras “pitaciega”, al autillo “pocopuede”, al pájaro carpintero “pito barrenero”, al pato “parro”, a la tórtola “rolla”, al mirlo “tordo”, al avión común “tejo”, al vencejo “mirlo”, al herrerillo “chichipán”, etc, etc.
     Los estadios del crecimiento de los pájaros tenían una nomenclatura propia, a los recién nacidos se les llamaba “pilotrones”, “con cañamones” en el inicio de la pluma, “con pluma” cuando estaban emplumados y ya adultos, para salir del nido, “voladores”.
     También había trabalenguas autóctonos relacionados con la fauna voladora. Así mi madre nos contaba que, en las matanzas, al anochecer, a la orilla de la lumbre en la cocina, enredaban abuelos y muchachos con trabalenguas autóctonos relacionados con la fauna voladora. Valga como muestra: “En un zarzal grifal, había una garza con sus cinco garzagrifos, el buen desengarzagrifador que los desengarzagrife, buen desengarzagrifador será”.
     O aquel que contaba el Sr. Sebastián Velasco que en el invierno, cuando las ovejas venían al pueblo a la parición, las pastorcillas en el cuidado del pequeño “atajo” del ganado en el campo, distraían el tiempo con adivinanzas o juegos de palabras de los pájaros del medio ambiente inmediato, como: “Una pega mega, aldola, aldilla, patituerta, coja y sorda, tenía unos pegos megos, aldolos, aldillos, patituertos, cojos y sordos”. Pero todo dicho muy aprisa.
     También es de recordar que para ausentar a los pájaros dañinos de los sembrados y árboles frutales, las gentes reciclaban cualquier prenda usada, que valía para hacer el espantapájaros, o cualquier tela para bandera asustadiza y que en muchas ocasiones le venía bien a los pajaricos, de sombra.


     A veces los dichos se empleaban también en mal fario de predicción de muerte, por ejemplo manifestar sobre alguien de “no llegar a pájaros nuevos”.
Cuentan los mayores que hubo un hombre que se comía los peces pequeños (sardas), al ser pescados según salían del agua y eso mismo hacía con los pajarillos sin emplumar (pilotrones). Una vez un pajarillo, en la garganta, le pió y el muy bruto expresó “tarde piachis”.

     En más de una ocasión anduvo la zapatilla al culo por llegar a casa con el pantalón rasgado, de andar a nidos. Era tiempo propio para los nidos, oficio de muchachos (propia fotografía, junto a mi amigo Manuel), cuando íbamos al pasto con las vacas o las mulas o en el mes de mayo después de comer hasta entrar en la escuela, con el pretexto de ir a buscar flores para la Virgen. Al finalizar la clase de la tarde, con un ramo, le decíamos una poesía, previo rezo del maestro. La primera (en el primer año de escuela), y más sencilla era esta poesía,


Amapolas, amapolas
amapolas encarnadas
mi madre me dio un ramito
para ti, Virgen amada.”

     También en el rezo de las flores de la Virgen cantábamos el “Venid y vamos todos…”

     Cada pájaro en su código genético lleva inscrito su prototipo de construcción de nido.
     Los muchachos, ajenos a móviles, televisión y nuevas tecnologías, tenían grabadas esas formas naturales de cada especie, así como por el asentamiento en el lugar, sabíamos a qué clase de pájaro pertenecía cada nido, que aún se hacía más certero con el tipo de huevo, en sus tamaños y colores.


     Por ejemplo, el ruiseñor tiene la querencia de anidar sobre la pendiente herbácea de las riberas o arroyos, sobre el suelo. La urraca sobre árboles con nidos construidos de palos y barro para unir por dentro, con lanas de asiento, siendo sus huevos marrones con matices verdes. El mirlo anida sobre zarzas o pendientes de arbustos con trozos de hierbas secas y barro de ligazón, con huevos verdosos. La escribana anida sobre arbustos, sus nidos están tejidos a base de restos secos de hierbas y lo más sorprendente es que sus huevos parecen caligrafía árabe, en tonos terrosos sobre fondo blanco. La paloma torcaz y la tórtola anidan sobre árboles, con trozos secos de rama como nido y sus huevos son de color blanco. Las torcaces son aves que han sufrido una adaptación desde su salvajismo al medio urbano, que parece increíble, siendo tan susceptibles que tocarlas el nido o los huevos, provoca su aborrecimiento. La perdiz anida sobre el suelo herbáceo, arbustivo o no, con un nido simple de acomodo. Previa a la fijación del nido lo intenta en varias ocasiones, el simulacro lo llamábamos “cucón”. La oropéndola cuelga sus nidos en ramas sueltas de los árboles, quedándolos prácticamente atados con hierbas. Los gorriones hacen nidos rudimentarios, de lo primero que alcanza, hierbas secas, lanas, plásticos, papeles, en huecos de pared o bajo teja. Los jilgueros son de una sensibilidad exquisita en sus nidos, hacen el exterior de hierbas secas y el interior de lana o de vilanos de los chopos, asentándolos sobre árboles no muy altos, ponen cinco huevos. Los pardillos tienen predilección por las parras de las viñas para instalar su nido… etc.
     Hablamos de nidos y sus formas, huevos y sus tamaños y sus colores, cómo no hablar de los trinos.
     El arrullo de la tórtola, de la torcaz, el variado trino del ruiseñor, que al igual que el gorrión, no admiten cautividad, porque su libertad es preferente a su muerte, así son el gorrión y el ruiseñor. Los silbidos de los vencejos en bando, el asustadizo “voy, voyyyy” del autillo, el graznido del salvaje grajo, el crotoreo de la cigüeña, machacar el ajo le decimos. El “par par par” del pato, el “coreche che…” de la perdiz, el rumor del arroyo, toda la naturaleza invita a su fiesta.


    Colectivamente hay que entonar el “mea culpa” cuando los animales han sido maltratados. Escenas como poner a fumar a un murciélago o dar caza a un buitre, estando en las entrañas de un animal muerto, para luego ponerle una cencerra, han sido escenas del pasado que hoy están erradicadas en la protección de las especies. Luego viene la cordura en las atenciones, primero el hombre y después todo lo demás, porque cuando los equilibrios se rompen y se defiende tanto todo “lo demás”, se castiga al que deja cada día su piel por el ganado, o por los sembrados, por ejemplo.
     Dios creó el mundo en suprema y total armonía y en orden, dándole al hombre el reinado sobre la Tierra. No cabe más objetivo que conquistar ese reinado en armonía absoluta y esa será la aquiescencia de la felicidad humana.
     Cuando parece que de lo que hablamos era un atropello, resulta que el legado de aquellos fue una naturaleza rebosante de vida; prados limpios, aguas puras, árboles y cultivos autóctonos, también sacrificios: puros arados de tracción animal, siega a hoz de la que nos sentimos honrados, sabiendo su oficio, azadas deshierbadoras, manos duras pero sensibles con la naturaleza… Resultado, pájaros y más pájaros, nidos y más nidos, árboles y más árboles, hierba y más hierba, agua y más agua, niños y más niños…
    Quiero dedicar este humilde relato, en gratitud y generosidad a nuestros mayores, que en herencia silenciosa nos transmitieron una naturaleza virginal, a su laboriosidad en el campo, y a quien hace posible ahora dar voz a estas vivencias de ya, tiempo pasado.

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