domingo, 14 de abril de 2019

PREGÓN DE LA SEMANA SANTA DE BERCIANOS DE ALISTE 2019


PREGÓN DE LA SEMANA SANTA DE BERCIANOS DE ALISTE 2019
(La pasión de un pueblo)

Celedonio Pérez Sánchez






        Soy Celedonio Pérez Sánchez, zamorano nacido en Sanzoles, en el corazón de la Tierra del Vino. Periodista y cultivador, amante del ámbito rural, de la cultura agraria y de todas las culturas. Enamorado del sentir popular y de las tradiciones, retazos vivos de un tiempo pasado, ese que hicieron nuestros padres y abuelos. Estoy muy preocupado por lo que está pasando en los pueblos, que se están desangrando y muriendo sin que nadie levante un dedo para denunciarlo allí donde hay que hacerlo. Estoy muy orgulloso de estar aquí junto a ustedes y espero que me perdonen por mi arrogancia…

        Señor cura párroco, hermanos cofrades, vecinos, autoridades, señoras y señores, amigos, voy a iniciar el pregón contándoles un milagro…

        Fue una tarde imprecisa, borrosa, de esas que dejan rocío en la cabeza. Era abril seminal, cuando la tierra bulle y se abre a la vida. Llovía como quería mi padre que lloviera: con crespón de neblina y la humedad brotando de la tierra. Las gotas gateaban hacia el cielo, buscando arriba explicaciones. Un Viernes Santo con mantas de mulas cubriendo el horizonte. El verde del grano durmiente se hizo mar profundo, revuelto por corrientes inmóviles que se pegaban al verde sucio de los campos.

        Manchones grises e inquietudes nos sacaron en volandas de la Tierra del Vino donde las lomas se pintan de chaguazos. Miramos al norte, escrudiñando el manantial, donde alboreaba una lágrima de claridad; las luces del coche titilando goterones mientras avanzamos entre pueblos de adobes desdentados, piedras de aristas perfiladas y caminos desdibujados por el agua. Pasaban ya las cuatro de la tarde cuando llegamos al corazón de la provincia que palpitaba inquieto. Fue un milagro.

        Ni los arroyos ni el Aliste se habían desbordado. Bercianos estaba allí, culebreando en medio de un hoyo roto por las ramas acaracoladas de los fresnos. El pueblo, piedra y pizarra, lucía resplandeciente. De la lluvia solo quedaba una pátina de claridad doliente sobre la iglesia de San Mamés que aparentaba divina proporción. Los coches afeaban los caminos sin baches, repletos sus huecos de agua bendecida.

        Una gran multitud se apiñaba en la plaza. En el centro, una cruz y un hombre clavado en ella. Al lado una mujer dolorosa con la cara cubierta. Todos buscando inmortalizar el momento, unos con cámaras de fotos pegadas a sus manos, otros con el alma a la intemperie buscando que el sentir reventara. El hombre muerto fue descolgado con extremo cuidado, con mimo. Se oyó una voz: “Quiten el letrero…, la corona…, los clavos…”. Y las órdenes fueron cumplidas sin rechistar. Silencio en medio del bullicio. Y lágrimas, que yo las vi.
        
        El hombre desnudo, de tez cadavérica, fue cubierto con una sábana blanca y depositado con mimo en un féretro añoso con ventanas de cristal apagado. Se oyó el llanto de un niño justo cuando el cortejo fúnebre respiró. El maraño multicolor con una gran veta alba se revolvió sobre sí mismo e inició una marcha lenta, acompasada. Ya nadie miraba al cielo que dejaba escapar la claridad a través de una persiana glauca.

        Varios jóvenes con pañuelos de colores abrazando sus cabezas y esgrimiendo lanzas de hojalata escoltaban al muerto, que respiraba soledad en la urna. La procesión fúnebre, una mimbre tiritando dolor que estiraban más de dos centenares de cofrades y mujeres, caminaba con pasos armónicos, dolida por los años y abrazada por el tiempo. Resaltaba entre el verde abrileño el blanco níveo, sayal de penitencia. “¿Esas son las mortajas?”, preguntó una mujer vestida de grandes almacenes, “sí”, contestó otra, “calla…”. Detrás, hombres, la mayoría de tez campesina, siguieron el camino empinado, ataviados con capas pardas manchadas con jeribeques apenas perceptibles, escondidos entre la domeñada lana de oveja.

        La mujer dolorosa llevaba en su caminar el castigo de la pena, que no lograron enjugar las jóvenes que iban a su lado. Ni las sombras que marchaban con la cabeza agachada mirando las entretelas del camino. Entonces me acordé de mi madre, de las noches de velo prieto y puchero de papel, cuando lloraba junto a la Soledad.  Y sonó una voz gastada, de arena de arroyo cristalino: “Miserere mei, Deus, secundum magnun/ misericordiam tuam…”. Y el alma se nos encogió. Valentina me apretó la mano. “Ya me ves postrado aquí con penitente dolor…”. “Amplius lava me ab iniquitate mea”.

        El murmullo de la concurrencia no logró ni un momento desviar al cortejo fúnebre del dolor, simbolizado en los cruceros de piedra. Aquello debía ser el Calvario, Gólgota de salvación al que se llega tras penar mil veces y pasar decenas de rubicones sin mojarse. “¿Qué quieres de un pecador que se concibió en maldades?”. Los clics romos de los fotógrafos no consiguieron romper la hora. Los recuerdos hicieron una escalera en el cielo. ¡Dios, todos miramos al muerto, buscando respuestas! La sábana que cubría el cadáver se movió. Fue un instante intenso que coincidió con la espiración de la sincopada brisa abrileña.

        La comitiva giró sobre sí misma y se dejó caer, ladera abajo, estirándose como un ronzal de cuerda frágil. El pueblo, al fondo, lloroso, vacío, gris, moteado de verde esperanza. La procesión, viva, formando un cuerpo propio, sin cofrades, sin mujeres, marchando por sí misma, como una neblina en la madrugada que quiere y no quiere, un río de sensaciones. Todos con el corazón abierto, como la pradera del valle de abajo tras la nieve tardía de febrero. Los visitantes, rebujados en la pena, con la sensación de que algo se nos había despegado, de que algo se nos había clavado muy dentro. Habíamos vivido el milagro del sentir.

        Fue la primera vez que presencié, que viví, la procesión del Santo Entierro en Bercianos, después ha habido otras, pero nunca tan transcendentes como la primera. Fue la de los milagros, por dentro y por fuera. Descubrí que la vida se consume por capítulos. Y que yo, tras lo vivido en el corazón de Aliste, abría y cerraba episodio. Sería ya siempre un cristiano viejo, de los que sienten debajo de la piel, de los que nunca encuentran respuestas porque quizás no las hay, de los que aman las tradiciones porque ahí está la vida de nuestros antepasados, de los que comulgan con los que están al lado, con los sufrientes.

La Pasión en el ADN

        La oportunidad de estar aquí, pregonando la Semana Santa de este rincón zamorano, la Pasión rural más conocida del mundo, un ejemplo, arquetipo y paradigma de religiosidad popular no popularizada, me ha hecho deudor de por vida de este pueblo, de sus gentes.  Al intentar ahormar este alegato en defensa de la pureza de una celebración singular, que ha logrado hacer de lo más sencillo lo más conocido, de lo más pequeño lo más grandioso, me he dado cuenta de que lo más importante es que presenciar, revivir esta manifestación, me ha hecho mejor, nos hace mejores a todos.

       También he descubierto que soy un atrevido al haber aceptado el ofrecimiento de Fernando de estar aquí, en este púlpito sagrado; soy un arrogante al hablaros a vosotros de vuestra Semana Santa, a vosotros que nacéis marcados por la cruz, que lleváis la Pasión en el ADN, que iréis al más allá ataviados con el vestido de cofrade, porque aquí la mortaja, como escribió el gran poeta zamorano León Felipe, “no es triste ni sombría/la mortaja no es más que un ligero vestido de viaje”.

        Pido solemnemente perdón por pretender emular a quienes me precedieron en el afán de engrandecer con palabras un hito que representa como ningún otro el alma rural doliente. Es imposible igualar ni la erudición ni la fuerza expresiva de José Luis Alonso Ponga, Joaquín Díaz, Ricardo Flecha, Vicente Díez, José Ángel Rivera de las Heras, Pedro García González y Luis Jaramillo; no lo pretendo, solo quiero licencia para intentar hacer justicia y defender la autenticidad de esta Pasión que nace entre lágrimas de granito y se esconde entre las vetas más brunas de la pizarra gastada que acoraza el corazón líquido de los alistanos.

Ostracismo oficial

        Porque el primer milagro de esta celebración es haber sobrevivido a los tiempos, mantenerse viva más de cinco siglos, haberse convertido en un acontecimiento provincial, nacional e internacional a pesar del ostracismo oficial que se prolongó durante muchos años, auspiciado por la jerarquía semanasantera de otros municipios, incluido, por qué no decirlo, el de Zamora. Afortunadamente, todo ha cambiado y ahí está para probarlo la declaración de Fiesta de Interés Turístico Regional y Bien de Interés Cultural Inmaterial (BIC). Se ha hecho justicia humana con quien nunca la ha pedido, porque humildad siempre ha sobrado en esta tierra de trabajo y sudores, de bien hacer y estoicismo. Aquí en Bercianos, aquí en Aliste nunca la palabra ha servido para quejarse, sí para dar ánimo al vecino en las tareas colectivas, un ejemplo para todos los zamoranos por hacer del esfuerzo compartido el mejor estandarte para luchar contra una naturaleza no siempre amable.

        Está no es la “otra” Semana Santa de Zamora, la humilde, la de los labriegos y amortajados, es la Pasión de la provincia en mayúsculas, la que refleja desde lo más hondo como vive el campo el misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo. Aquí no hay alharacas ni pasos acolchados por flores recién almidonadas ni cofrades que presuman de cargar con tal o cual figura para alimentar el ego o la autoestima, sobran el “postureo” y los gestos ante el espejo de los espectadores, aquí todo es autenticidad y sentimiento, la sencillez del devenir de unas gentes que tienen en su origen su condición y mayor orgullo.

Un espejo de vida
       
        Bercianos no escenifica la Pasión, pone el espejo que refleja la vida y la muerte que pasa por la puerta. Los nacidos y mecidos en estas tierras, que dan alimentos comprimidos pero exquisitos, no representan, viven el entierro de Cristo, el hermano mayor, un cofrade más que está junto a ellos todo el año. No asisten al cortejo fúnebre para que los vean, para buscar su posición dentro del colectivo, están para sentir, para sufrir, para llorar la pérdida de uno de ellos. Y lo mismo hacen cuando se unen al desgarro de la Dolorosa o sienten la explosión de felicidad que trasciende la procesión del Encuentro, el símbolo de la Resurrección, el misterio que da sentido al Cristianismo y lo libera de la negrura y el túnel de la muerte.

        La Semana Santa de Bercianos lo que clava en el marco rural es un conjunto de vivencias grupales e individuales. Existe como existe porque sale de abajo, donde vive el sentir colectivo. Hay tradición, claro, no se puede tapar con algodones lo que fluye líquido, pero hay más, hay una participación viva que bebe en las raíces. Nada está pensado para que los foráneos hagan fotos e intenten robar el alma de esta tierra para llevarla lejos como trofeo de caza. No estorban los turistas, como se dijo tiempo atrás desde fuera, qué va, pero nunca se ha pensado en ellos cuando los naturales se tapan con mortajas, capas pardas o velos. No hay contaminación porque no hay intereses; lo que mueve a los nacidos en esta tierra es la fuerza del origen, esa condición que nos hace diferentes porque distinta es la naturaleza que nos rodea y ha abrazado a nuestros antepasados.

        Quizás las señas de identidad de esta celebración religiosa, porque nunca sobra repetir que es religiosa y que está arropada por la fe, haya que buscarlas en la historia, en el devenir y la dependencia eclesial de esta zona de la provincia, que vivió durante siglos pegada a la diócesis de Compostela (hasta el XIX no fue incorporada a Zamora). La lejanía de Santiago, según concluye el antropólogo zamorano, Francisco Rodríguez Pascual, al que tanto debe este pregón y este pregonero que gozó de su amistad y sapiencia, propició una religiosidad autóctona y popular más vigorosa que en otros lugares. Y también un conocimiento teológico más elevado ya que los párrocos que han pasado por el lugar han tenido gran autonomía y conocimiento, que han sabido transmitir a los parroquianos. Durante cientos de años la religiosidad cristiana de Aliste ha convivido con la praxis mágica, representada por el curanderismo.

Cofradías

        Las cofradías que han existido en Bercianos, además de la del Santo Entierro actual, las del Rosario, Ánimas, San Cosme y San Damián, Hijas de María y otras, además de funciones religiosas siempre han cumplido labores sociales y asistenciales, atendiendo sobre todo la demanda de los menos favorecidos y el mandamiento de Cristo. Esta tierra siempre ha sido solidaria y comprometida y sus gentes muy activas, conservadoras de lo suyo. No es de extrañar, por tanto, que haya habido más de un estudioso que haya citado a la comarca alistana como la quintaesencia de la zamoranía, ese singular sentir, profundo, sincero y honesto que nos define y que llevamos como mochila los que hemos nacido dentro de este mapa de pistola, trazado a punta de cuchillo.

        Bercianos no es solo el Santo Entierro y esa forma natural de entender la muerte como el final del camino y el principio del todo. Es toda una Semana Santa plagada de momentos que se clavan como navajas en los huecos del sentimiento, donde más duele, donde más alegra. Es el Domingo de Ramos de regocijo para los mayores y respiro para los pequeños. Es la celebración de la Penitencia el Martes Santo. Es el Monumento, que se eleva como expresión de fe y alabanza al Salvador y a la naturaleza de la tierra. Es el Jueves Santo la Eucaristía de la cena del Señor, la procesión, donde las capas pardas marcan el camino de un singular Vía Crucis que se enrosca en el Calvario para implorar perdón y fuerza ante lo que está por venir; el Miserere en latín venteado que suena a quejido, a lamento por culpas que no se han cometido; el otro en castellano, el de Fray Diego José de Cádiz, que con voz gastada de mujer penetra donde más estremece; las Cinco Llagas que aquietan la fe; el Juramento del Beso de Vara de los nuevos cofrades; la Hora Santa para el recogimiento que se anuncia a golpe de traqueteo de matraca que rompe corazones y vigilias, a la vez que limpia las almas de telarañas. Son los Santos Oficios del mediodía del Viernes Santo que allanan y purifican el espíritu de los vecinos ante lo que ya alumbra: el Sermón del Descendimiento y la procesión del Santo Entierro, antes de que la Dolorosa recorra el pueblo penando su sentir y abriendo la espita del desasosiego y las dudas, que diluye el Stabat Mater en la oscuridad más absoluta, preludio del canto cristalino de la Salve.

La mortaja que invita a sentir

        Y es la Procesión del Encuentro del Domingo de Resurrección, que escenifica un canto de fe y esperanza. Este es el gran mensaje de la Semana Santa de Bercianos, que entiende la muerte a través de la vida. Se pone la mortaja para sentir, para enterrar al Hombre-Dios. La Pasión y Muerte de Cristo es la pasión y muerte del hombre, pero Cristo resucitó y este mensaje es el que vivifica y da sentido. Los naturales de este pueblo alistano lo saben cómo nadie y esperan el más allá, pero viven el más acá y lo festejan con celebraciones como las pastoradas cuando se inicia el ciclo de regeneración coincidiendo con la Navidad o las fiestas patronales de San Mamés. Las celebraciones cristianas no existen sin alegría y esta no se entiende sin la presencia de la madre de Dios. La religiosidad cala profundamente y va más allá de cualquier interés. Aquí se siente y se hace, ya está. Y se tiene en cuenta la tradición, el cordón umbilical que une presente y pasado formando un nudo ante el oleaje que ya apunta en la espuma del futuro.

        No hay que olvidar tampoco un componente ajeno a la celebración de este pueblo que la abriga y la proyecta hacia el exterior. Es la estética. Esas hileras de cofrades y mujeres de luto riguroso ascendiendo hacia el Calvario entre la naturaleza apenas domeñada componen escenas de una belleza que cala. La mezcla del recogimiento, la profundidad y la verdad ensalzan el escenario que queda enganchado a los recuerdos de los espectadores, muchos impactados por esa determinación y autenticidad. Aquí se vive con intensidad la peregrinación hacia el interior en busca de la verdad, nada que ver con manifestaciones religiosas sobre todo del sur de España que suponen una salida al exterior. Aquí, el marco natural y el marco que dibuja la fe, junto a una religiosidad formada e informada, componen el cuadro, que es real, es honesto, hace sentir y transmite. Es el arte de lo sencillo, que impacta y llega a los rincones del alma más escondidos.

        Si no ha ocurrido hasta ahora, es difícil que ocurra, pero no se puede bajar la guardia y hay que estar vigilantes. Hay que encastrar sacos terreros para evitar que la presencia masiva de espectadores, de turistas, haga de la Semana Santa de Bercianos un mero espectáculo. Que la gente, según apuntaba ya hace décadas Francisco Rodríguez Pascual, venga, pero que lo haga movida por la fe o al menos con la disposición de respetar las creencias de este pueblo y mantenga un comportamiento digno.

La religiosidad de abajo

        Lo que aquí se manifiesta es la pureza de la religiosidad que nace de abajo, no se pueden construir presas en los ríos que arrastran la verdad. Hay que respetar el sentimiento que vive dentro de las mortajas y hacer posible que los cofrades se centren y se concentren en su universo, al que llegan desde la fe y desde el camino de la pasión humana. Para muchos procesionar en su pueblo es el hecho más importante del año, no acabemos con esta ilusión ni con ese ejemplo al mundo que supone y amplifica todos los años la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

        Para ir acabando, les pido perdón de antemano por la sugerencia que les voy a plantear desde este púlpito. Entiendo que sería un paso adelante reconstruir la ermita que hasta hace unas décadas estaba situada a las afueras del pueblo, junto a la carretera que unió Galicia y Castilla, y que, según algunas fuentes, servía de cobijo a Cristo Yacente tras la procesión del Santo Entierro. Entiendo que su recuperación supondría un reto y un plus para la celebración que junto, al magnífico centro de interpretación ya abierto, ejemplo de hibridación entre lo tradicional y lo moderno, serviría de polo de atracción para los visitantes y una forma de avanzar hacia el entendimiento del pasado como candela de futuro.

        Manifestaciones como la Semana Santa de Bercianos, no lo olvidemos, son una manera de luchar contra la despoblación que amenaza con llevarse por delante todo el ámbito rural zamorano y de muchas provincias de interior, la zona conocida como España vacía. Las celebraciones populares entroncadas en la tradición y selladas por la fe católica son símbolo de permanencia en el tiempo y, por tanto, un seguro de vida ante el devenir suicida que viven los pueblos, dejados de la mano de los hombres y, sobre todo, de aquellos que tienen la obligación de gestionar lo que está por venir.
Elevemos plegarias al Señor para pedirle que mantenga viva la sociedad rural, que no deje que los pueblos se diluyan por la gatera del olvido, que preserve la cultura agraria como símbolo de riqueza y variedad, además de cofre de las enseñanzas de nuestros antepasados. Es nuestra obligación y responsabilidad mantener vivo un universo que ha regido la vida humana desde el principio y que ha servido para hacer preguntas y dar respuestas sobre nuestra condición. Es preciso agarrarnos a la fe católica para creer en la resurrección y demandar pueblos llenos de vida. Roguemos al Señor para qué Bercianos bulla todo el año como lo hace la tarde del Viernes Santo.

        Y ya para terminar esta disertación permítanme que formule una plegaria a Cristo, el hermano cofrade que será enterrado el próximo viernes.
                                                      
                                                           Muerto dicen que vas
                                         
                                          Muerto dicen que vas, pero es mentira
                                          que te he visto llorar entre cristales.

                                          Qué castigo, por Dios, todos los años
                                          morir cuando renace el fresno
                                           y la primavera se enrosca en el Aliste.

                                           Esta tierra tan dura se entristece
                                           cuando vas de la cruz hasta la urna
                                            y yacente te llevan al Calvario.

                                            Bercianos se entierra en Viernes Santo
                                            y acompaña al hermano más querido,
                                            tarde de luto blanco, de pesares,
                                            de amortajados campos, de recuerdos.

                                            Misericordia, Señor, cuánta injusticia
                                            prendida en el albur seco del tiempo.

                                            Deja solo que un año en vez de entierro
                                            te llevemos andando hasta la vega,
                                            a enseñarte los prados, los negrillos,
                                            que veas correr el agua entre las piedras.

                                            Queremos que vivas con nosotros,
                                            que hagas la sementera del centeno,
                                            necesitamos verte en nuestras tierras,
                                            sentir que santificas nuestra vida,
                                            que contigo no vamos a  morir nunca
                                            ni tampoco el perfil de nuestro pueblo.

                                            Santísimo Cristo aparta de esta tierra
                                            la amenaza del vacío, de la despoblación,
                                            que sintamos siempre el mismo sol
                                            que dio cobijo y fuerza a nuestros padres.

Marzo de 2019

No hay comentarios:

Publicar un comentario